PLANO DE LOS HUMANOS
FEBRERO 1824.
Las calles del pequeño pueblo situado al final de la colina le recordaban a Barakiel de cierta manera a las calles de Aynor, una ciudad perteneciente al tercer cielo. Barakiel y Edraron acababan de descender al plano de los humanos para supervisar el lugar y se encontraban caminando por las calles del pequeño pueblo. Días atrás varios ángeles mensajeros habían notificado que en el lugar pasaban cosas extrañas.
Durante los primeros días no notaron nada extraño, de hecho, llegaron a pensar que los ángeles les estaban gastando una broma, pero al quinto día mientras caminaban por el bosque vieron a una joven. Esta inmediatamente llamó su atención, los aldeanos habían comentado que no estaba permitido ingresar al bosque bajo ninguna circunstancia, ya que era propiedad de la familia Slavaara.
Intrigados dejaron que la joven se adentrara un poco más en el bosque. Luego, cuando sintieron que estaban a una distancia prudente comenzaron a seguirla. Estuvieron caminando durante treinta minutos alrededor del bosque, hubo un momento en el que ambos ángeles pensaron que la joven los había notado, ya que esta solo caminaba en círculos, pero la idea se esfumó en cuanto la vieron adentrarse en lo que parecía ser una pequeña cueva. Barakiel volteó a ver a Edraron y le hizo una señal para que ambos se acercaran un poco más, este asintió y lentamente comenzaron a acercarse a la cueva. Vaya sorpresa se llevaron al estar lo suficiente cerca, no podían creer lo que sus ojos estaban viendo. El interior de la cueva estaba vacío y no había rastro alguno sobre la joven.
—Algo no va bien —se dijo Barakiel, agudizando los sentidos.
Observó detenidamente alrededor de la cueva, pero no había rastro de la joven. De repente escucharon un ruido provenir detrás de ellos.
—¿Quiénes son ustedes y por qué están siguiéndome? —dijo una voz femenina.
Ambos ángeles se giraron hacia dónde provenía la voz. Parada, justo delante de ellos la joven a la que estaban siguiendo sostenía un arco con una flecha, la cual apuntaba a la cabeza de Barakiel.
—Creímos que estabas perdida —respondió Edraron.
Barakiel abrió la boca para complementar la respuesta de su compañero, pero cambió de parecer y la cerró, sin apartar la vista en ningún momento de aquellos brillantes ojos grises. La belleza de la joven había deslumbrado tanto a Barakiel eclipsando todo a su alrededor.
—¿Creen que por “estar perdida” tienen el derecho a seguirme? —inquirió sin apartar la mirada de su objetivo—. Vuelvo a repetir, ¿Quiénes son ustedes? —añadió con una voz tan fría como su expresión.
—Lamento haberla asustado, señorita —por fin le salieron las palabras a Barakiel—. Mi nombre es Barakiel Nosatro y mi acompañante es Edraron Nacora. Somos simples turistas, venimos desde el pueblo al final de la colina cerca del río Jermal.
La joven, sin dejar de apuntar a Barakiel los examinó a ambos de pies a cabeza. Iban bien vestidos, lo que indicaba que no eran ladrones.
—¿Y qué están haciendo aquí? —preguntó bajando el arco.
Edraron soltó el aire que estaba conteniendo. Realmente las armas de los humanos no podían matarlos, pero eso no significaba que no pudieran herirlos. La chica se colgó el arco sobre el hombro derecho y sostuvo la flecha con su mano izquierda. Mientras hacía esto Barakiel nunca apartó la mirada de ella. Le parecía fascinante la manera en que la joven se movía con tanta delicadeza. Edraron le echó una mirada rápida a Barakiel y se percató de la expresión atontada que este tenía sobre el rostro. Incómodo se aclaró la garganta atrayendo la atención de ambos.
—Si no estás perdida, ¿por qué estás en el bosque? —preguntó—. Los aldeanos nos han dicho que está prohibido adentrarse en este.
Tanto la joven como Barakiel lo miraron con el ceño fruncido. Edraron era el menos indicado para hacer esa pregunta.
—Podría decir lo mismo sobre ustedes—dijo la joven—. Si escucharon que está prohibido adentrarse en el bosque es por algo, ¿no?
Ninguno de los dos ángeles habló, solo se miraron entre sí y se volvieron hacia ella avergonzados.
—Ninguno de nosotros debería estar aquí, eso es más que obvio —dijo Barakiel—. Qué les parece si salimos de aquí y olvidamos esto con un trago —sugirió. Realmente quería conocer más a profundidad a la joven.
—Lo siento, no bebo con extraños —dijo la joven—. Deberían apresurarse a salir de aquí, si siguen dentro del bosque después de que se oculte el sol algún animal podría atacarlos.
La joven se giró y comenzó a caminar dándoles la espalda. Barakiel al ver que la joven se marchaba se apresuró hasta ella y la sujetó gentilmente del brazo haciendo que esta se girara desconcertada hacia él.
—¿Podrías decirme tu nombre? —preguntó, sin apartar la mirada de esos ojos grises que tanto le habían gustado.
La joven le dedicó una sonrisa educada mientras se zafaba de su agarre, dio un paso atrás y hablo:
—Eanneliza, Eanneliza Slavaara —respondió, dedicándole una última sonrisa antes de girarse y seguir caminando.
—Eanneliza. «Hermoso nombre».