En los primeros días de la primavera del año 2007, cuando se empezaba a apreciar lo bello de esta estación, y las tardes frías se alejaban para dar paso a unas más frescas, la familia Báez afrontaba la decisión de cambiar de casa. La mudanza sería en la ciudad de Coronel Oviedo, muy alejado de donde vivían.
Oliver, el único hijo de la señora Eva y el señor Raúl, estaba observando desde la ventanilla del auto como se alejaban de su vieja residencia. Aquel día llovía levemente, podías correr por la lluvia mientras disfrutabas de las gotas que caían sobre ti, y justamente eso hacían los niños que habitaban en aquella calle, corriendo y jugando en aquel día, mientras Oli, con una tristeza inmensa se iba para más nunca volver a ese lugar donde tuvo sus primeros momentos de felicidad, y que sin dudas extrañaría.
Aún no comprendía ciertas cosas, así como el motivo de la mudanza, por lo tanto repetía la misma pregunta: «¿Por qué nos vamos?» y casi siempre le respondían lo mismo, que el motivo era por cuestiones personales, mas no de trabajo, aunque en ocasiones también agregaban aquello, ciertamente la única razón era porque a Eva y a su marido siempre les gustó la idea de cambiarse de localidad.
Cuando la noche hacía presencia, la familia Báez llegó a su destino, a su nuevo hogar. La lluvia esta vez cesó, y el señor le pidió lo siguiente a su hijo mientras se disponía a bajar de su vehículo:
—Por favor baja tus cosas y llévalos cerca del portón.
—Está bien. Pero solo mis cosas —respondió este con miedo a que se ocupara de todo lo restante, la flojera era su enemiga, y le ganaba.
Su padre solo sonrió. Posteriormente se bajó. Oli hizo lo mismo, aunque él se dirigió hasta el portaequipajes y sacó sus pertenencias. Cuando estaba sosteniendo en sus manos un pequeño baúl donde tenía sus más valiosas posesiones y caminaba cerca del auto en dirección al domicilio, escuchó un ruido proveniente desde la otra vera, en la vivienda que estaba delante de él. Al observar fijamente no veía a nadie ni nada, pero algo a alguien estaba ahí, también observando. El muchacho ignoró esto y decidió proseguir con sus labores, a la par que apreciaba el sitio en el cual se iban a establecer. La calle a esas horas estaba vacía, ninguna persona se asomaba desde sus hogares, tal vez todos ya estaban dormidos con la tranquilidad que brindaba la noche.
Al entrar en el patio, y encender las luces, se podía ver que esta era extensa, sus ojos no podían ver donde terminaba, claro, por la oscuridad que había más allá, tan solo se podía observar una luz que provenía desde lo más profundo.
Eva dijo lo siguiente a su marido:
—Te debió costar mucho, ¿verdad? Es bastante bonita.
—La verdad sí. Fue difícil llegar a un trato con el hombre, pero al final hubo un acuerdo y ahora es mía, ¿les gusta?
—¡Claro! —habló la mujer feliz de su nuevo hogar, mientras Oliver se mantenía callado.
Después de un buen rato, cuando ya habían terminado de ordenar sus cosas, y elegido las dos alcobas que iban a utilizar, ya podían disfrutar del sosiego de la noche, aunque para el joven no sería así. Desde ya hace unos minutos de su llegada, en el cielo ya se podía divisar una tormenta, los relámpagos a lo lejos y las nubes que ocultaban poco a poco a las estrellas. El chico le tenía pavor a las tormentas, siempre fue así, y no podía controlarlo. En esta ocasión se encontraba limpiando su cama para dormiste. Ya acostado empezó a caer las primeras gotas, eran pocas, pero al pasar los segundos cayeron a cántaros, con gran fuerza golpeaban el techo rompiendo la calma del muchacho, que durante las horas que estuvo lloviendo no pudo estar tranquilo, caminado por su habitación, intentando controlar su miedo.
La tranquilidad volvió a él, y así pudo dormir de manera placentera hasta la mañana siguiente.
Ya en el primer día de su estadía allí, comenzó a investigar el lugar en busca de interesantes objetos, o algunas cosas que le parecieran atrayentes, de manera que caminando hacia lo profundo del domicilio encontró aquello que le parecía interesante, y era un viejo farol a mitad del terreno, rodeado de flores, abrazado de polvo y una planta que lo sujetaba fuertemente. Lo miró por un breve tiempo, hasta que su padre vino y le avisó:
—Ire con tu madre a traer algunas cosas que nos faltan. Volveremos pronto. No vayas a ningún otro lugar que no sea aquí.
—De acuerdo, no te preocupes.
Se fueron, y el chico se quedó solo. No era la primera vez, ya con sus diecisiete años tenía la confianza suficiente de sus padres para dejarlo a cargo del hogar mientras ellos iban a algún lado.
Oliver seguía con su expedición por los suelos de su nuevo patio, pasando por las alcobas que eran muchas, separadas algunas de otras, y el baño que estaba muy alejado de ellas, justo después del farol.
El joven tras recorrer el gran terreno, fue hacia la parte posterior, saliendo en la calle pudo notar que estaban lejos de la ciudad. Se encontraban en lo que parecía un barrio dentro de un bosque, o así él lo describía en su mente. Durmió todo el camino a este lugar y no pudo mirar como lucía más hacia adelante, en la entrada.
Sentado encima del pasto cerca de un pequeño puente esperando a sus padres, miraba la vivienda de en frente, preguntándose qué habrá sucedido anoche, qué fue ese ruido, o tan solo fue parte de su imaginación. Esto cambiaría repentinamente puesto que al no perder de vista al domicilio, pudo ver a alguien detrás de la casa mirándolo, y al notar que Oli lo veía, rápidamente se escondió. Era realmente algo inusitado. Quería ir, pero a lo lejos vio llegar a sus padres, esto le recordó que no debía salir de ahí, así que cambió de planes, y se quedó.
Ya en la noche, cuando un día de aburrimiento y trabajo terminaba, y la oscuridad los visitaba, se preparaban para un descanso nuevamente. En estas primeras horas no pudieron disfrutar del todo por lo ajetreado que era el cambio, buscar un trabajo y escoger un colegio para el muchacho. Lo único que querían el señor y la señora Báez al terminar el día, era dormir.
A las 11:17 p.m., Oli sufriría un infortunio. A pesar de haber hecho sus necesidades antes de ir a acostarse, las ganas lo persiguieron durante unos minutos, hasta que ya no aguantó y se levantó aún sabiendo que el baño se encontraba alejado de su habitación. Al salir, pudo ver que el cielo estaba despejado, nada quebrantaba la belleza que las estrellas brindaban en aquellas horas. Él quedó maravillado por el encanto de los astros en el cielo.
Tras eso, encendió unas luces para poder ver con un poco de claridad el camino, pero más allá tan solo había el farol que por fortuna aún funcionaba. Lo encendió y caminó con temor a que algo se encuentre en los lugares donde no llegaba la luz, aún así llegó al sanitario. Tras unos minutos salió, se sentía más tranquilo, aunque aún tenía que hacer todo el recorrido de vuelta. Ya decidido a irse, apagó la luz del baño, cerró la puerta y caminó hacia su pieza hasta que... detrás del baño, a unos metros, se escuchó un ruido que parecía ser de un perro rompiendo un hueso con sus dientes. Oliver con el horror de pensar que puede ser alguna otra cosa que no sea un can, dio unos pasos hacia adelante para intentar escapar, pero al hacerlo notó que aquello se acercaba a él, pero no lo suficiente para verlo aún, así que se escondió rápidamente en unos arbustos que había cerca. Un momento de suspenso, nada se veía, solo se escuchaba unos ligeros ruidos de ramitas rompiéndose, hasta que apareció lentamente la silueta de un hombre, justo en frente del adolescente quien escondido en los arbustos quería desaparecer de ahí.
La apariencia de aquel sujeto era terrorífica. Tenía un manto oscuro que cubría gran parte de su anatomía, y solo se podían ver sus pies, y al parecer tenía la piel áspera. Su rostro no era visible, a excepción de algo, pues cuando caminaba casi agachado, giró la cabeza hacia Oli, y los ojos de aquella criatura eran blancos como la luna misma.