“¡Primero las mujeres!” Escuchó exclamar Alberto a un adolescente mientras subía la escalera del colectivo dificultosamente. Con un nudo en la garganta se sentó y su mirada se perdió en la larga y empinada avenida de la ciudad.
Alberto era un hombre de la tercera edad, dedicó su vida entera a trabajar para proveer a su familia. Sus ingresos nunca fueron buenos, de vez en cuando hacía alguna que otra changa en el barrio para poder llegar a fin de mes. “Es un excelente marido” afirmaba Norma, su esposa a quien conoció en la adolescencia. Se casaron en el registro civil a los 20 años, hubo asado en la casa del tío de Norma. Festejo que consistió de copas de vino revoloteando de mano en mano, con gente bailando al ritmo de Palito Ortega, Los Náufragos y Sandro.
Norma fue un ama de casa ejemplar. Esperaba a Alberto con la casa limpia, la cena lista y un fuentón con agua y sal para lavarle los pies luego de la larga jornada laboral. “¿Podés creer que Mirta se tuvo que poner a trabajar? ¡Pobre mujer! ¿Qué mal habrá hecho para que Dios la castigue con un marido que la mande a trabajar?” Alberto sólo la escuchaba, él ya sabía que cada vez que Norma le lavaba los pies, había un chisme distinto de las vecinas del barrio.
Los chicos vinieron dos años después de casarse. Claudia, la mayor, se fue de casa a los 18 años en malos términos con su madre. “¡Esta piba va a terminar mal!” Gritaba Norma desde la cocina después del portazo con el que Claudia se despidió. “¿Qué se cree? No va a poder sola, ¡que piba boluda! Diciéndole que no a Carlos…”. Claudia quería estudiar y ser contadora, deseo que su madre rechazaba completamente. “¿Cómo va a mantenerse? ¡Una chica como ella no puede andar sola!” Norma sale de la cocina y encuentra a Alberto en el living. “Y vos siempre en la tele. ¡No te importa nada!” Alberto, que acaba de ver por la ventana la ida de su hija, mira a Norma y contesta: “Dejala tranquila.” Refunfuñando Norma vuelve a la cocina, esta vez renegando con que quería una nueva mesada.
José fue el segundo hijo de matrimonio. En el 2001, él junto a su esposa e hijos emigraron a España por un mejor futuro. Nunca más volvió al país. En el 2005 diagnosticaron a Norma cáncer de útero, enfermedad con la que lucho por años hasta que se rindió un otoño del 2007. “Fuiste bueno conmigo viejo” Le dijo a Alberto. “Trabajaste siempre, nunca me faltó nada, me hubiera gustado ver a Josecito alguna vez, nunca me llevaste para allá.” Alberto sólo atinó a apretar fuerte de su mano, conteniendo el nudo en la garganta por la frustración de haber ido a la cabina telefónica incontables veces para dejar mensajes en la casilla de José rogándole que vuelva para despedir a su madre.
En el 2012, Claudia visita a Alberto con su hija de 10 años, Juliana para pedirle que le ceda el terreno así pueden construir una casa con su marido Nicolás. “Pero hija después de tantos años, volvés, y me pedís esto ¿y yo que hago? No quiero ir a un asilo. ¿No podés esperar a cuando yo me vaya?” “Ay pá, siempre fuiste igual, siempre pensando en vos, no puedo esperar, no quiero que la nena tenga 15 años y viva en un departamento del Torraca, dejá busco ayuda por otro lado.” Alberto mira a la nena y pregunta: “¿Por qué no me dijiste que tenía una nieta?” “¿Para qué? ¿Para que les des la bola que me diste a mi? Mirá, mejo me voy.” Alberto con una opresión en el pecho vio partir a su hija una segunda vez y con su nieta a quien no conocía y deseaba haber hecho.
A principios del 2017 diagnostican a Alberto con cáncer de próstata, decide no tratarse. En la primavera, se toma un colectivo hasta el centro y se dirige al departamento donde su hija vive, toca timbre, le abren y sube. “¿Y Juliana?” pregunta Alberto. “¿Ahora te interesa? Está con amigas, ¿a qué viniste?” Pregunta Claudia “Venía a preguntarte si todavía querías mi casa y quería charlar con Juliana, pero bueno.” Se lamenta Alberto “No la quiero” contesta tajante Claudia. “Compramos terreno en Bella Vista, esa casa de mierda no sé quién la querrá comprar, es horrible, la van a tener que derrumbar y ¿qué querés con Juliana? ¿Tiempo de calidad? A mí nunca me diste bola, lo único que hacías era trabajar y dejar que mamá te limpie hasta el culo. La verdad, menos mal que me fui de esa casa, si no iba a terminar como mamá, sin carrera, sin propiedades, completamente oprimida.” “Mi trabajo hija, era proveer a la casa, creí que con eso las iba a hacer felices, a ustedes dos y a tu hermano.” Contesta con voz temblorosa Alberto. “Perdón si no fue así.” “Está todo bien pa, pero yo a tengo mi vida, ahora tengo que ir al estudio asi que vas a tener que irte.” Lo despacha Claudia.
Alberto camina lentamente a la parada de colectivo, pensativo y temeroso por su eventual muerte. Llega el colectivo y mientras espera para subir, siente un fuerte mareo que lo empuja a intentar agarrar el mango de la puerta del transporte. Lo logra, la gente le hace lugar y empieza a subir cuando escucha: “¡Primero las mujeres!”