2. Instituto nuevo y con sorpresas.
Cassie
«Lunes».
Otro comienzo de semana, otro día más, día en el que tengo que pisar un nuevo instituto. Si dependiera de mí, no iría y más cuando las clases comenzaron hace dos meses. No obstante, todo esto lo hago por papá. Él quiso volver a Portland, a vivir en nuestra antigua casa y a pesar de haber sufrido mucho, está intentando dejar atrás el dolor y comenzar a vivir una nueva vida.
Decir que Marcel Foster no cambió después de la muerte de su esposa, significaría estar mintiendo porque sí lo hizo. El trabajo antes no era lo principal en su vida, sino que lo éramos nosotras dos. Sin embargo, eso cambió. Su trabajo se volvió más importante, y a pesar de dolerme mi propia forma de pensar creo que es la verdad; su trabajo se volvió más importante, más importante que su hija adolescente.
No digo que mi papá haya sido un mal padre este último tiempo y me haya dejado de lado cuando lo necesitaba, pero lo cierto es que intentó refugiarse en su trabajo y se olvidó de mí. Sé que me ama y esta nueva etapa que comenzaremos es por eso mismo, porque me ama y quiere lo mejor para mí. Además, intuyo que volver aquí podría unirnos como hace algunos años atrás cuando mamá aún seguía con vida.
Miro hacia mi lado derecho encontrándome a mi ventanal con un pequeño balcón, los rayos de sol iluminan la habitación a través de las finas telas.
«Solo un año más de instituto, Cassie».
Lanzo un suspiro y me levanto de mi cómoda cama. Tallo mis ojos con mis manos y me encamino hasta el baño para comenzar a prepararme. Me observo en el espejo que reposa encima del lavadero y suelto, nuevamente, un suspiro cuando mi reflejo me devuelve la mirada. Debajo de mis ojos se encuentran unas bolsas oscuras, las famosas ojeras que las mujeres repudiamos, y todo gracias a que la noche anterior me había desvelado leyendo el libro que compré en el aeropuerto.
El libro trataba sobre un mundo diferente a éste. Un mundo del que los humanos no eran conscientes y sí lo eran, no creían que fuese real. Un mundo que contaba con seres sobrenaturales que poseían magia. No suelo leer este tipo de historias, sin embargo, terminó atrayéndome cada palabra y párrafo de este libro. Además de que la señora del aeropuerto, prácticamente, me obligó a comprarlo y se lo agradezco porque el libro terminó encantándome.
Termino de hacer mis necesidades, cepillo mis dientes y lavo mi rostro cuando acabo. Deshago el desalineado moño que llevo en el cabello mientras camino hacia mi armario para elegir las prendas que usaré en mi primer día de instituto. Unos jeans azules, una camiseta blanca con bordes en negro y mis vans negras, las cuales no pueden faltar, son el atuendo que termino por elegir.
Mi celular suena en mi mesita de noche, indicándome que un nuevo mensaje acaba de llegar. Echo un vistazo mientras intento controlar la salvaje melena de león que llevo en mi cabeza y sonrío al ver que se trata de mi mejor amiga.
«Estoy a pocas calles de llegar, espero que estés lista cuando lo haga porque no deseo llegar tarde y tener que llevarme un regaño. Te quiero».
Me río cuando acabo de leer su mensaje. Helena es una de la lista interminable de personas a las que les gusta dormir por sobre todo, y hoy quería pasarme a buscar para llevarme al instituto y enseñarme cada lugar de el. Ayer me llamó por la noche contándome que había puesto más de cinco alarmas en su celular para poder despertarse temprano y venir por mí.
No tengo muy en claro como hizo en estos meses que las clases empezaron para levantarse, sabiendo lo mucho que le cuesta madrugar. No obstante, agradezco su gesto de venir por mí porque es un sacrificio que a una persona que le encanta dormir, y no miento cuando lo digo, se levante media hora más temprano de lo habitual es porque tiene un verdadero aprecio por ti... o porque necesita un favor.
Eso último queda resonando en mi cabeza, pero se esfuma cuando escucho el claxon de un automóvil. El de Helena. Camino hasta la puerta de mi habitación con la intención de salir y comenzar con mi día, cuando me percato de que mi cabello sigue como una salvaje melena de león. Corro hasta el baño para observarme en el espejo, y como imaginaba, mi cabello es un desastre. Lo peino, ayudándome con agua para que se vea un poco más prolijo y lo amarro en una coleta alta. Salgo del baño y tomo la mochila que compré hace pocos días en el centro comercial mientras recorría Portland con papá y recordaba cómo era todo por aquí. Tomo mi celular y apago las luces antes de bajar por las escaleras, hacia la cocina. Escucho las risas de papá y Helena, sonrío inevitablemente.
Conocí a Helena cuando tenía siete años y ella ocho, en la clase de música. Por casualidad, habíamos chocado la una con la otra y terminamos desparramando todos los instrumentos de la clase al suelo. Todas las miradas estaban puestas en nosotras dos y en lo que habíamos provocado. Ambas miramos hacia nuestros compañeros, en ese entonces, y nos miramos entre nosotras para después estallar en carcajadas escandalosas. El profesor nos echó de su clase, y desde ese día nos hicimos grandes amigas.