9. No puedes decirle que no a este rostro.
Cassie
Después de las divertidas escenas que nos brindaron los chicos en el instituto, decidimos ir a festejar por la victoria de nuestra venganza. Presenciar como los chicos salían del salón con las sillas colgando de ellos fue algo que no me olvidaré tan pronto, y mucho menos, el que les hayan tenido que cortar parte de sus pantalones para poder desprenderse de ellas.
Sinceramente, no tenía la menor idea de que el pegamento era tan potente. Cuando fui a comprarlo con Helena, pedí un pegamento y le dejé a decisión propia de la marca al hombre de la tienda. Sin embargo, debo agradecerle a aquel hombre porque nunca me había reído tanto en un día.
No estábamos en los pasillos para presenciar cuando huían hasta la salida mientras intentaban cubrirse con sus manos, en un claro intento fallido. No sabía que habían tenido que sacrificar sus prendas de vestir y mucho menos lo intuí. Pero no me perdí el espectáculo. Cuando Andrew vino corriendo en nuestra búsqueda para contarnos lo que sucedía, corrí hasta los ventanales del instituto y los vi salir corriendo hasta el estacionamiento.
Reímos por enésima vez al observar las fotos que Andrew capturo con su cámara.
«Estás fotos no las borraría jamás».
—Te dije que iba a ser muy divertido —le recuerdo a Helena.
Ella asiente y hace a un lado su refresco.
—Sí, tenías razón. —Sonríe—. Pero aún temo que nos descubran, Cassie —admite.
Suspiro.
—No hay pruebas de nada. Además, ¿qué podrían hacernos si nos descubren?
—¿Vengarse? —opina Andrew.
Helena lo observa con ojos abiertos y yo lo fulmino con la mirada.
—Cassie, ¿y si se vengan de nosotros de la misma manera?
Niego.
—No lo harán.
—¿Cómo estás tan segura? —pregunta.
«En realidad, no lo estoy».
—Porque dudo que de sus cerebros surja una broma para nosotras. —Me encojo de hombros—. Y copiar la misma broma, es aburrido.
—No lo sé, Cassie...
Andrew abre su boca para decir algo, pero lo interrumpo.
—Helena, no pienses tanto en eso. Negaremos todo, si nos acusan. Y si no sospechan de nosotras, actuamos con normalidad sin sacar el tema a la luz. Eso no puede ser difícil, ¿cierto?
Ella asiente.
⚠️
—Y... ¿Saben quién pudo haber sido el responsable?
Quiero golpear mi frente con la palma de mi mano y después golpear a Helena por lo que acaba de preguntar.
«¿Qué parte de actuar normal y no sacar el tema no entendió?»
Los gemelos niegan a la vez.
—Aún no, pero estamos buscando al culpable —habla Jerry.
—Oh... —suelta ella—. Y... ¿Qué planean hacer cuando lo encuentren?
Sí, quiero golpearla en este preciso momento porque no ha entendido nada de lo que hablamos ayer.
Jerry se encoge de hombros, y Jad se mantiene al margen de responder. Al parecer este último gemelo no le toma tanta importancia al asunto de quién pudo haber sido el responsable.
Observó a Helena fijamente. Estoy esperando que me devuelva la mirada para reprenderla por las preguntas que está haciendo y advertirle que se detenga antes de que nos descubren gracias a ella, pero se encuentra pensativa mientras revuelve su ensalada totalmente verde con su cubierto.
—¿Estás bien? —le pregunta Jad a la rubia, pero ella no deja de estar perdida en sus pensamientos—. Helena.
Mi amiga eleva su mirada, dejando atrás a su aburrida ensalada, y observa al gemelo.
—¿Qué? —pregunta, totalmente ida de la conversación.
—¿Qué ocurre?
—¿Eh? Nada... ¿Por qué? ¿Tú crees que ocurre algo? ¿Quién te lo ha dicho? —En esta última pregunta apunta con su cubierto al pobre y confundido chico.
«Definitivamente voy a golpearla cuando estemos a solas las dos».
—Estás extraña —admite Jerry, observándola con atención.
Helena comienza a ponerse nerviosa y espero que los gemelos no la conozcan tan bien como yo. Comienza a peinar con sus dedos su cabello rubio, signo de nervios.
—¿Yo-o?... ¿Seguro? Me... encuentro bien —balbucea.
Mientras ella intenta darle una respuesta creíble a Jerry, me acerco a su gemelo para hablar sin que los otros dos nos oigan.
—Jad —lo llamo, él imita mi acción y se acerca a mí—. Helena está en sus días, es por eso que se encuentra así —miento.
El gemelo abre sus ojos y asiente repetidamente.
—Oh no, Helena. Estás bien, no estás... extraña —comenta, adquiriendo un color rojo en su rostro.
«¡Dios mío! ¡Jad está rojo de la vergüenza!»
«¡Y se ve muy tierno!»
Helena ladea la cabeza y lo observa sin comprender. Quiero reírme, pero me abstengo. Necesito que él crea en mi mentira, una mentira mucho mejor que la que seguramente Helena le fuese a dar a los dos chicos.