22. Una Brenda con palomitas para NO llevar.
Cassie
Mi nombre saliendo de entre los labios de una persona que se encuentra a mis espaldas y el sonido de una nueva notificación me hacen detenerme al final de las escaleras. Tomo mi celular del bolsillo de mi pantalón oscuro, pero no leo el nuevo mensaje debido a que una chica se presenta delante de mí.
La conozco. Compartimos varias clases juntas.
—Hola —saludo con amabilidad.
Ella toma una bocanada de aire e intenta normalizar la velocidad de su agitada respiración.
—Hola, Cassie —me devuelve el saludo, acompañado con una sonrisa—. Quería invitarme a mi fiesta de cumpleaños. Es el próximo sábado.
—Oh, gracias..., Allison. —Espero que ese sea su nombre o si no tendría que borrar la emoción de ir a una fiesta por primera vez.
La chica sonríe, y sé que he dado en el blanco. Nos hemos saludado algunas veces e intercambiado pocos monosílabos, pero ella es amable.
—¿Irás? —Sus ojos están esperando por una respuesta afirmativa. —He invitado a toda nuestra clase, pero aún no recibo las confirmaciones. Hasta invité a nuestra futura capitana, si es que entramos al equipo. —Sonríe con nervios.
—¿Brenda? —inquiero, no recordando que ella se haya presentado a las inscripciones para la audición.
Asiente cuando escucha el nombre de la rubia.
—¿Tú crees que vendrá? No la he invitado para que me escoja, pero de verdad la admiro mucho.
¿Cómo? ¿Estamos hablando de la misma chica?
Y ahora que lo recuerdo... Mi mente vuela al pasado para recordar la conversación que tenía un grupo de chicas pertenecientes al equipo de animadoras, donde hablaban sobre asistir o no a la fiesta de alguien. Pero ellas irían si su capitana lo hacía, y Brenda lo haría si el capitán del equipo de fútbol americano asistía.
—¿Por casualidad ya has estado invitando a personas hace algunas semanas atrás? —pregunto con intriga.
—Sí, sí —asiente con efusividad—. Lo siento si no te he invitado antes a ti, pero cada vez que quería acercarme, tú estabas... algo de mal humor con lo que sucedió.
—¿Con lo que sucedió?
—Tú bañada de pintura, las fotografías en las paredes y... tu nuevo color.
Claro, como olvidarme que aún sigo siendo azul.
El color disminuye poco a poco, pero disminuye y eso es importante. Lo que sucede es que para entonces los chicos ya no tienen sus cabellos de colores, y nosotras sí seguíamos siendo azules. Creí que iban a ser considerados y que la pintura se marcharía en tres días también.
—Claro, en los últimos días he estado un poco... abrumada —admito—. Y con respeto a lo de Brenda, si Asher Black asiste a tu fiesta, ella también lo hará.
Sus ojos se iluminan.
—¿Cómo lo sabes?
Me encojo de hombros.
—Solo lo sé. —Y gracias a las amigas que tiene la capitana, que hablan lo suficientemente alto como para que todo el instituto se entere de las conversaciones que tienen.
—Entonces, debo convencerlo a él —habla para ella misma, perdiéndose unos segundos en sus pensamientos—. ¡Gracias, Cassie!
Me despido de ella cuando ya no hay más que agregar, porque mis ojos piden a gritos que llegue a casa y duerma algunas horas.
La noche anterior, Helena y yo nos quedamos comiendo la comida de los chicos y viendo series, como si fuera un viernes y al otro día no hubiera clases. Y lo cierto es que ayer era miércoles.
Sin embargo, a pesar de las pocas horas que he dormido y los regaños que recibí por parte de la profesora de Biología por dormirme cuando hablaba, Helena pudo distraerse el resto de la noche de ayer y reír como solo ella sabe hacerlo.
—¡Ah, se me olvidaba! —La voz de mi compañera de clases me saca de mis pensamientos. Me giro para verla desde la distancia. —¡La fiesta es de disfraces!
Asiento y con un movimiento de manos vuelvo a despedirme de ella. Bajo los últimos escalones que me quedan por bajar y me dirijo al estacionamiento en busca del auto de Helena. La rubia con algunas escasas hebras azules está recostada en el asiento del conductor y tiene sus ojos cerrados. Con sigilo me acerco a su ventanilla abierta y me asomo a su oído para saludarla con un entusiasmo eufórico.
—¡Hola, Helena!
Ella abre sus ojos en grande y se acomoda en su sitio, levantando su cabeza del respaldo del asiento y observando hacia sus lados para comprender lo que sucede. Cuando sus ojos captan mi persona, me mira de mala manera y rueda los ojos.
—Sube o te dejo abandonada.
Ante su amenaza solo puedo reír y rodear el automóvil para subir al asiento del copiloto. Una vez sentada en mi habitual sitio, ella lanza un bostezo y se dispone a comenzar a conducir.
—Es tu culpa que ambas tengamos mucho sueño —le acuso.
—¿Mi culpa?
—Sí. ¿Quién dijo: veamos una temporada más? —imito su voz de ayer.