Capítulo 17. (EDITADO)

Año 2021. Nueva York, Estados Unidos.
 

El día en el Carlo Montesino se enteró de la verdad no pudo evitar sentir un odio tremendo hacia su padre. 
Todavía podía recordar la sangre brotando de las muñecas de su madre mientras el vapor inundaba el baño y el agua se desbordaba por la bañera. Todo había sido culpa de esa fulana Bellucci quién abrió las piernas de par en par para seducir a su infiel padre.

Su madre no tenía la culpa de nada, amaba a su marido de corazón y por eso no pudo evitar dejar que la rabia fluyera por sus venas cuando Francesco Montesino decidió ocultar el suicidio de su madre declarando que su forma de morir había sido un pecado y una vergüenza para la familia, un tabú que no podría salir a la luz porque sería perjudicial para su reputación.

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Carina Rossi se merecía algo mucho más digno que eso, ella había sacrificado todos los activos empresariales de su familia para que el clan Montesino pudiese sobrevivir, había convencido a su padre para invertir en aquel negocio perdido y aunque los Montesino se iban recuperado económicamente, el clan Rossi cayó de golpe en la quiebra.

Nadie pudo hacer nada para evitarlo, el hijo mayor murió en un accidente de coche, el padre de familia de un ataque al corazón y la madre de pena al perderlos a todos.

Y aunque Francesco había intentado complacerla en todo por un sentimiento de culpabilidad, algo se había roto dentro de aquella mujer que dependía tanto de él debido a que no tenía nada más en el mundo, cuando ese hombre al que amaba le pidió el divorcio para casarse con una jovencita proveniente de una enorme y rica familia.

Carina al lado de aquella joven alegre, pura y vivaz no valía nada y su esposo había dejado de prestarle atención, de verla, de pasar tiempo con ella y lo peor de todo, había descuidado a su hijo, a su pequeño Carlo, al fruto de su matrimonio y eso sí que no lo pudo soportar.

Ella era una mujer fría, elegante y majestuosa y se sentía tan humillada cada vez que los veía a ambos juntos disfrutar de su amor que ya no pudo seguir fingiendo que todo estaba bien.

Por eso, un día se lo dijo directamente, a la cara, sin tapujos. Dejó de fingir indiferencia ante la situación y encaró a Alessa con un discurso cargado de toda aquella sinceridad venenosa que había ocultado en lo más profundo de su corazón.

Le confesó lo humillante que era ver cómo su esposo la ignoraba, le contó lo duro que era ver a su hijo crecer sin amor paternal, le dijo lo mucho que la odiaba por haber destrozado su vida entera y le deseo la peor de las muertes y el destino más terrible que pudiese existir.

Y no se sintió mejor tras hacerlo porque Alessa no era una mala mujer, su naturaleza era comprensiva y en vez de abofetearla como toda persona normal hubiera hecho, la abrazó con ternura y la consoló durante toda la noche.

Al día siguiente, cuando Carina despertó, Alessa ya había abandonado la mansión dejando atrás todo lo que le había robado y por primera vez pudo descansar tranquila, aliviada sabiendo que aquel terrible huracán se había marchado.

Aunque ese sentimiento se transformó en culpabilidad cuando una de sus doncellas personales le trajo de la basura un test de embarazo positivo.

¿Qué demonios había hecho? ¿Había sido capaz de echar a una mujer de diecinueve años embarazada?

Quizá eso fue lo que comenzó su locura, pero lo que la terminó fue el terrible comportamiento de Francesco tras el abandono, su alcoholismo y su afán por pasar noches enteras tirado en cualquier bar de mala muerte haciendo que ella tuviese que gestionar todo lo referente a la situación financiera de la familia.

Carina estaba enferma mentalmente y eso acabó por hacerla colapsar dejando atrás a un pequeño niño y a un marido inepto juntos, sabiendo que ambos estarían mejor sin ella, quién ahora se había convertido en una falla.

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Carlo quería vengarse desde que a los dieciocho años descubrió el motivo por el cuál su madre murió sumida en la culpabilidad. Su padre había ido demasiado lejos, una infidelidad más un embarazo habían destrozado toda su infancia.

En esa época ya había conocido a Giovanni y estaba plenamente enamorado de él, ese era el chico que le había devuelto las ganas de vivir, de luchar por sus sueños.

Antes de conocerlo Carlo se había comportado como una prostituta de burdel barato pasándose las clases y el instituto por el forro de las narices y siendo como un adolescente mimado y repelente.

Por eso, cuando Giovanni le mostró que con su misma edad ya era todo un jefe de familia y le enseñó lo mucho que estaba luchando para sacarlo todo adelante, no pudo evitar sentir que él también quería hacer lo mismo, madurar y ser alguien de provecho, como su madre seguramente hubiera querido que fuera.

Lo que menos le gustaba del chico Salvatore quizá era el excesivo apoyo que le proporcionaba a su hermanastro, la tremenda obsesión y fascinación que Giovanni tenía por él, pero al fin y al cabo, tras escuchar el triste pasado del pobre Alessandro sintió empatía y lo dejó pasar tratando de llevarse bien con el inexpresivo muchacho que parecía una jodida estatua.

Y eso fue hasta que un día por error encontró la caja fuerte semiabierta en el despacho de su padre y no pudo evitar echar un vistazo a su contenido. Si iba a madurar, quizá tendría que saber algunos trapos sucios de la familia buscar soluciones para limpiarlos ya que después de todo el sería el siguiente jefe.

Pero lo que se vio allí lo hizo llorar de la rabia. Carlo sintió unas enormes ganas de romper aquellos papeles en pedazos y luego ir a recriminarle a grito pelado a su padre por todo lo que había hecho en medio de aquella junta directiva en la que se encontraba, para que todos los presentes supieran la mierda de hombre que era, aunque eso no traería a su madre de vuelta.

Ese maldito Alessandro y la zorra de su madre eran los que habían causado la ruptura de su familia y al menos tenía que tomar venganza por ello, sino su nombre no sería Carlo Montesino.