Pd, he tardado más en actualizar por editar este capítulo. ;)
Año 2021, La Toscana, Italia.
Alessandro respiró profundamente.
Había anhelado ese ambiente, el olor a playa, la arena deslizándose entre sus dedos, el sonido de las olas chocando contra los peñascos de aquel acantilado o simplemente el viento rozando ferozmente contra su rostro.
Lo primero que hizo al regresar a Italia fue ir a aquel paisaje tan especial para ambos, a aquel lugar tan cargado de buenos recuerdos que jamás volverían a ocurrir.
Si iba a caer directo en una trampa al menos lo haría tras haber repasado todas aquellas viejas memorias con la persona que amaba.
Aquellos helados compartidos bajo bromas.
Aquellas bengalas que Giovanni encendía al amanecer para él.
Aquellas noches en las que habían compartido esterilla y saco, durmiendo bajo ese cielo nocturno lleno de estrellas.
Aquellos baños en el mar azul llenos de risas en familia.
Todo aquello que él mismo sabía que no volvería a pasar.
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Alessandro se agachó para recoger una hermosa caracola de la arena y acercándosela al oído escuchó el sonido del oleaje tal y como años atrás le había enseñado Giovanni ilusionado por ver su reacción.
Y despues de reflexionar unos minutos sobre todo aquello que quería olvidar, la lanzó con todas sus fuerzas hacia el mar observando como la caracola se perdía entre las extensas aguas al igual que todo aquello que sentía por su hermano.
Por fin lo estaba dejando ir.
Alessandro en aquel atardecer en una de las playas costeras más recónditas de la Toscana en Italia, se prometió a sí mismo de nuevo que aquella sería la última vez que le daría una oportunidad.
Lo estaba jurando, esa playa había sido el oasis en el que sus padres los habían criado, el único recuerdo que poseía de su ángel, el lugar dónde poco a poco se había ido enamorando más de Giovanni y ahora también el sitio en el que se había decidido a que aquello fuese todo o nada.
Alessandro no quería asesinar, ni robar, ni realizar esos trabajos sucios que hacían los mercenarios de Giovanni. Él amaba el arte y solamente quería pintar porque el ser reconocido era su sueño.
Si regresaba con vida al lado de su hermano lo confesaría todo.
Esa declaración de amor que jamás se había atrevido a decirle, esos sentimientos que se había guardado todo ese tiempo para él mismo y esa confesión en la que renunciaba a ser la afilada espada de Giovanni para poder dedicarse a su sueño.
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Ingenuo e imbécil.
Cuando Alessandro llegó al lugar dónde le indicaba el rastreador que tenían instalados aquellos documentos, había anochecido y un escalofrío recorrió su cuerpo mientras se adentraba en aquel aterrador edificio.
No llevaba ningún arma y cualquiera que lo viese pensaría sin equivocarse que aquello era un suicidio, tendrían que ser las enormes ganas de morir de un loco.
Pero a él no le importaba y caminaba seguro, con la intención de que lo cogieran.
Alessandro se iba a dejar capturar ya que sabía con certeza que los documentos probablemente estarían custodiados por el propio jefe del grupo mercenario y este último aparecería en cuanto el estuviese inmovilizado para cortarle la cabeza personalmente.
Cuando todos lo rodearon de acuerdo a su plan y lo noquearon de un fuerte golpe en la cabeza su mente recuperó aquella imagen de decepción y rechazo de su hermano, esa que solamente había visto una vez en su vida.
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En su recuerdo ambos estaban en aquella vieja casa en su playa favorita y Alessandro nunca había besado a nadie por lo que cuando el Giovanni de dieciséis años lo provocó con burla, él no dudó en abalanzarse encima de su hermano y plantarle un beso dulce y torpe.
Quizá ese inocente beso fue el inicio de sus sentimientos impuros, pero aunque Giovanni fue olvidando aquella escena con el paso de los años, en la mente de Alessandro había calado demasiado hondo.
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Alessandro despertó atado fuertemente de pies y manos con una venda negra cubriéndole los ojos y la ropa empapada por los repetidos cubos de agua sucia que le habían echado encima para hacerle recuperar la consciencia.
Su cuerpo se sentía entumecido y sintió que al menos había pasado una hora desde que se había dejado capturar.
Estaba rodeado por secuaces vestidos de negro quienes entre susurros comentaban lo hermoso que era el chico, pues innegablemente, Alessandro a pesar de ser hombre, tenía una belleza tan sobrenatural que podía incluso seducir a heterosexuales como ellos.
Sintiendo incomodidad, al ver cómo algunos habían comenzado a toquetearle hizo uso de su flexibilidad para hurgar entre la oscuridad en aquellas botas militares que llevaba.
Siguió dejando que aquellos cerdos manoseasen su cuerpo mientras él trataba de activar el mecanismo de las botas con disimulo a pesar del asco que sentía cuando unas manos se escurrieron por debajo de su ropa y ya no pudo evitar removerse del disgusto.
El tacto era rudo, áspero, de una mano llena de callos con las uñas ennegrecidas y rotas en los bordes, filoso y repugnante.
Se sentía asqueado, pero por aquellas malditas grabaciones tenía que aguantar. Y justo cuando iba a activar las cuchillas escondidas que tenían las suelas de su calzado el jefe entró.
No había visto a ese rufián desde hacía por lo menos siete años, cuando él todavía era un crío que había asistido junto a Giovanni a aquel terso evento social.
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Recordaba que ambos bandos habían luchado en una carrera a contrarreloj de asesinatos.
La misión de ese día consistió en proteger a Francesco Montesino y deshacerse de uno de los altos cargos del Clan Bellucci.
El SAO por su parte, tuvo que hacer justo lo contrario y perdieron cuando no lograron asesinar al jefe Montesino quedando con la reputación por los suelos.
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Lo que Alessandro no sabía era que aquel enorme hombre se había encaprichado con él en ese encontronazo y desde entonces había soñado con hacerlo suyo.