Aleya
No quiero entrar en pánico y huir de mi propia boda, pero mis piernas pican por correr lejos de este lugar, tal vez fugarme y vivir en un circo. ¿A quién pretendo engañar?, no tengo ningún talento aparte de ser medio tonta y buena actriz.
Amélie y yo hicimos un buen trabajo en las últimas semanas, y desde lo alto de esta casa puedo ver el fruto de ese empeño.
Alquilamos una mansión con un amplio patio donde la recepción tomará lugar, en lo único que Max y yo estuvimos de acuerdo fue en no casarnos por la iglesia, dado que nos parecía hipócrita hacerlo cuando no nos amábamos.
Un juez vendrá y oficiará nuestra unión ante un número impresionante de desconocidos. En ese aspecto, Amélie logró salirse con la suya y no aceptó negación de nuestra parte.
Creo que hay casi mil invitados, de los cuales conozco a menos de cincuenta, una locura total. Me molesta tener que alimentar a esta horda de desconocidos.
—Espero que traigan regalos decentes —murmuro en la soledad de la habitación.
Ya estoy maquillada y peinada, solo espero que mis hermanas y damas de honor lleguen para que me ayuden a ponerme el opulento vestido de novia.
Me miro en el espejo y detallo mi cuerpo cubierto de encaje blanco, me veo sensual y apoteósica, es una pena que Max se vaya a perder la oportunidad de verme así.
—Vaya, qué guapa —halaga Amaia entrando a la habitación—. ¿Lista para despertar pasiones? —cuestiona.
—Está más que lista —comenta Alaia—, pobre de nuestro cuñado, tendrá que resistirse a ella.
—Serán tontas —musito—. Ayúdenme a ponerme esa cosa —señalo el vestido colgado.
—No le digas cosa, es precioso y parece costoso. Digno de una reina.
—Ni me recuerdes eso, costó un ojo de la cara. Fue un regalo de la familia del novio.
—¿Y nosotras qué regalamos? —pregunta Alaia.
—Le compré una corbata —susurro.
—¿Qué?, no te escuché bien.
—Le regalé una corbata —repito.
—Aleya…
—¡No sabía que más darle! —grito avergonzada—. Era una corbata cara —Me excuso.
—Ay, ¿qué haré contigo? —Amaia sacude la cabeza—. Le daré algo mejor en nuestro nombre.
—Ese tonto no se merece nada, es un mandón idiota que nunca está feliz con lo que hago.
—Pareces tan inmadu…
—No te atrevas, estoy harta de esa palabra. Más bien traigan el vestido y arréglenme —demando.
Incluso mis brazos se cruzan como si fuera un general del ejército o que sé yo.
—Parece que eso de ser mandón se contagia —escucho que cuchichea Alaia.
No digo nada, tiene razón en eso.
Entre las dos me ayudan en poner el vestido sobre mi cuerpo, tiene un escote en forma de V con las mangas caídas, se ajusta a la cintura, baja por mis voluptuosas caderas en forma de sirena. Hay miles de perlas cosidas a la tela, la cola se puede quitar y poner y el velo le da el toque final.
Lujoso, esa es la única palabra que encuentro adecuada para describir la prenda.
—¿Me llevarás al altar? —Le pregunto a mi hermana mayor.
—Será un placer.
Cuando nos dan la señal, descendemos hasta el primer piso, la marcha nupcial comienza y del brazo de Amaia camino hasta el hombre que me espera al lado del ministro.
Max Márquez es apuesto, sería estúpido negarlo, sin embargo, hoy luce mucho más atractivo de lo usual. Un traje negro de tres piezas adorna su esbelta anatomía, tiene un pañuelo del mismo tono de mi vestido. Se ve perfecto con su barba recortada, y el cabello peinado hacia atrás.
—Te entrego a mi hermana, cuida de ella —demanda.
—Lo haré —promete él.
«Como si no pudiera cuidar de mí misma», medito parándome a su lado.
Mi mente divaga mientras el señor canoso habla, no he comido nada en todo el día y muero por probar algún bocado del delicioso banquete que hemos elegido.
Quiero un jugoso filete de carne, con ensalada y papas, pastel, jugo, y los mini postres que tienen en las mesas de la recepción. Mi estómago gruñe.
—Aleya, te están hablando —llama Max.
—¿Ah?, ¿qué? —pregunto como tonta.
—¿Desea casarse? —cuestiona.
—No —respondo tan rápido que me asusto—. Digo, claro que sí. No puedo esperar un segundo más.
Dejo salir una risa nerviosa por casi meter la pata. La mandíbula de mi casi esposo está tan tensa que estoy segura de que se romperá un diente.
—De acuerdo, procedamos.
Max firma los papeles y luego me tiende la pluma para que yo haga lo mismo, mis manos tiemblan y cometo un error tonto.
—Eh, ¿tiene alguna copia? —indago—. Es que cometí un error y la dañé.
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Editado: 22.11.2023