Algo bonito

Capítulo 16

Las ruedas de mi auto chirriaron, dejando una marca oscura en la calle y un fuerte olor a caucho quemado, cuando frené frente a mi casa. Sintiéndome más impotente con cada segundo que pasaba, di un portazo al bajarme.

―¿Qué mierda, Chris? ―gritó Dan saliendo a toda prisa por la puerta delantera de casa.

Lo empujé con mi hombro, sin importarme sus ojos saltones, y atravesé el umbral.

Necesitaba... necesitaba... necesitaba olvidar la escena de mis mejores amigos besándose.

―¡Christopher! ―oí que bramó mi hermano.

Escuché sus pasos detrás de mí por la escalera, y segundos más tarde, su mano cerrándose sobre mi hombro.

―Déjame. En. Paz ―dije entre dientes, incapaz de girarme para verlo.

―En paz las pelotas, imbécil ―gruñó dándome un empujón que me hizo tropezar con los escalones superiores―. Ahora mismo me dices qué diablos sucede contigo.

Cuando hube recobrado el equilibrio, lo enfrenté.

―¡Por una vez en tu maldita vida te pido que me dejes solo! ―clamé sintiendo mi garganta rasposa al forzar tanto mi voz.

―Y yo, por una vez en tu maldita vida, te pido que seas racional. ¿Puede ser?

―No. No puede ser ―respondí a toda voz, plantando en su cara el puñetazo que tenía guardado desde hacía varios minutos.

―¿Qué mier...?

―¡Christopher! ―escuché que rugió mi mamá, apareciendo al inicio de la escalera―. Escuché la frenada y las ruedas en el pavimento hace un minuto. Has venido muy rápido. ¿Sabías que...? ―Vi el momento justo en que se percató de la nariz ensangrentada de Daniel y su rostro se desfiguró―. ¡Ya mismo ven aquí! ―me ordenó evidentemente furiosa.

No pude aguantar más la respiración y grité a todo pulmón.

―¡Olvídalo!

―¿Qué...? ―Un tono similar al rojo de su labial cubrió cada mejilla de mi madre y se cruzó de brazos―. Te ordeno que bajes el volumen de tu voz, jovencito. Y más te vale que tengas una buena excusa para hacer y decir lo que acabas de...

No quise escuchar más, no quise ver más, no quise sentir más..

Mi mente era un lío. Solo quise encerrarme en mi dormitorio por el resto del día y olvidarme de todo. Y así lo hice, dejando a mi hermano sangrando atrás, a mi mamá con su rostro brillando intensamente rojo, y a mí mismo en el camino.

...

―No, no, no ―gruñí con lo último de voz que quedaba dentro de mí.

Cada tramo de mi dormitorio había sido golpeado, pateado o simplemente destruido. Y finalmente, después de una larga hora de furia, mi corazón estaba volviendo a su ritmo normal. Lástima que había destruido buena parte de mis cosas en el transcurso, pero nada de eso me importaba ya.

El portarretratos donde Santana y yo salíamos de pequeños y con pañales jugando con bloques de ladrillos había sido el primer objeto en caer al suelo, seguido del vestigio de un barquito de madera que ambos habíamos construido para una competencia en kínder, y luego los lentes de sol con montura negra que me había comprado ella en mi décimo segundo cumpleaños.

Caminé hasta llegar a mi escritorio, ya sin ganas de siquiera levantar lo que se interponía entre mis pasos, y cogí el libro en el que se leía «Jessica Duncan» para entreabrir el lugar exacto donde resaltaba un señalador de página que, si mal no recordaba, Santana me había regalado años atrás por el día del amigo.

Leí la frase que serpenteaba en una letra espeluznante alrededor de una cara de payaso psicótico, y viejos recuerdos vinieron a mí.

«Lo que no te mata te hace más fuerte.»

Claro, seguro.

Cerré los ojos y rompí en dos el señalador de página, dejando que una parte volara hasta llegar al suelo para finalmente descansar allí. Inmediatamente, apreté el puño en el que tenía la otra parte y arrugué el pedazo de papel hasta que no quedó en más que un bollo perfecto para encestar en mi basurero.

Pero ni siquiera tuve puntería para eso.

Así que cogí mi diccionario, el cual también tenía a mano, y dejé que las páginas se frotaran en mis dedos hasta detenerme en una específica.

A

Amable

Amanecer

Ambiguo

Americano

Amígdala

Amistad

¡Y una mierda!

Arranqué la hoja en limpio y la trituré entre mis dedos. Sin tener la valentía suficiente para arrojarla lejos, llevé el puño cerrado a mi pecho y me dejé caer en la cama.

Los latidos de mi corazón estaban siendo amortiguados por mi pecho, pero el dolor no. Seguía existiendo una especie de presión dentro de mis costillas, como si alguien estuviese estrujándome el interior.

Algo se había roto.

¿Qué era lo que me hacía sentir tan miserable?

La imagen de Gus besando a mi amiga, y ella besándolo de regreso, impactó en el interior de mis párpados oscuros. Quería borrar ese recuerdo, bloquearlo para siempre, pero no podía pensar en otra cosa que en mí viendo esa escena una y otra vez. Luego recordaba la bocha de helado en el piso. Y más tarde, ellos dos subiendo al descapotable de Gus y yéndose a toda velocidad por la calle con sus rostros reluciendo una sonrisa y sin siquiera haberse percatado de mí.

Me moví hacia el borde de la cama, aflojando el agarre en la hoja que tenía, y me sentí extremadamente enérgico cuando empecé a buscar un bolígrafo y una hoja nueva.

―Maldita sea, ¿dónde diablos dejé el puto bolígrafo? ―exclamé golpeando el escritorio con un seco golpe de puño.

Alcé la mirada y me sentí un total idiota, más de lo que ya era; el bolígrafo estaba en el lugar de siempre, en mi porta bolígrafos... el que Santana había pintado con temperas hacía bastante tiempo.




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