Cuando la jornada escolar empieza 45 minutos más tarde, los alumnos están más descansados, más contentos y rinden mejor. A esta conclusión han llegado investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad Duke a partir de un experimento en Singapur. En 2016, un instituto femenino de secundaria de dicho país retrasó, a modo de prueba, el comienzo de la primera clase en tres cursos. Así, en vez de iniciar las clases a las 7:30, estas empezaban a las 8:15. Antes del experimento, un mes después de comenzarlo y nueve meses más tar[1]de, los investigadores preguntaron a las alumnas sobre su bienestar, su rendimiento y sus hábitos de sueño. Hallaron que las participantes se encontraban más descansadas. La mayoría de las 375 alumnas, con una media de edad de 15 años, no aprovechó el cambio de horario para retrasar la hora de acostarse; por el contrario, pasaban más rato en la cama: según se dedujo de sus respuestas, de promedio, al menos 23 minutos más.
Con el fin de comprobar las horas de sueño de manera objetiva, los experimentadores proporcionaron una pulsera de actividad a las alumnas. Estos dispositivos también demostraron un aumento en las horas de descanso, resultado que se mantuvo a lo largo de toda la investigación. Algunas alumnas dormían ocho horas. También informaron que se sentían menos cansadas o menos malhumoradas.
El estudio de Singapur confirma lo que los investigadores del sueño llevan demostrando desde hace tiempo: un comienzo de las clases demasiado temprano (a las 8 de la mañana) no se ajusta de modo adecuado al ritmo sueño-vigilia durante la pubertad. Además, es pro[1]bable que perjudique el desarrollo de los niños más pequeños. Según estos hallazgos, retrasar un poco la hora de comienzo de las clases podría ayudar a los alumnos.