Lo pensé por unos segundos, había una probabilidad muy grande de que, por accidente, se me escaparan ciertas palabras que resultaran indebidas o incomodas para Elián, porque vamos, ¿a quién no le ha sucedido? Por lo menos a mí me ha pasado muchas veces inconscientemente y me he muerto de la vergüenza,
Pero, si fui yo quien causo todo, ¿qué había dicho? No lograba responder esa pregunta por mí misma.
Aunque, pensándolo bien, no podía lanzarme a una conclusión y asumir que fue mi culpa si en realidad no sabía de lo ocurrido. Así que para salir de mi duda, preferí preguntárselo a él, teniendo un toque de miedo de su respuesta.
—Elián. ¿He dicho algo que te molestara? —Pedí para mis adentros que su respuesta fuera un «no» indiscutible.
—No, Isabella. Tu no hiciste nada malo —replico él, volviéndose a mí.
Sentí como el peso de la culpa se me quitó de encima. Inspire lentamente, sintiéndome aliviada.
Pensé que encontrar la respuesta a mi pregunta aclararía muchas de las dudas que habían surgido, sin embargo, su respuesta me dejo aún más perdida porque, si yo no fui la culpable, ¿quién fue en realidad? ¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué el ambiente había cambiado de manera tan drástica en un abrir y cerrar de ojos? Mi cerebro comenzó a procesar la información con el propósito de encontrarle una explicación a la situación en la que me encontraba presente. El ambiente había sido tan armonioso un par de minutos atrás…
Observe a Elián, detenidamente, tratando de descifrar la razón por la cual su postura corporal había cambiado tanto; de una posición suave, que se dejaba llevar de una manera alucinante por el ritmo de la música, a una rígida. Ahora, su cuerpo parecía una roca.
Luego de unos minutos en los que trate de analizar todo, llegue a la única conclusión que me resultaba lógica: su actitud tenía algo que ver con la repentina aparición de mi compañera de trabajo y el tipo de traje.
El acompañante de Arlet llego hacia nosotros a pasos firmes, y se detuvo ahí, frente a mí. Él era alguien alto, casi de la misma altura que Elián. Su cabello era un poco oscuro y la luz lograba que sus ojos lucieran más claros.
No mentiría, el tipo me parecía bastante atractivo.
—Tú debes ser Isabella Pearson, ¿no? —pregunto el dirigiéndose a mí. Mis ojos se entrecerraron al escucharlo. ¿Quién era y porque conocía mi nombre? ¿Sera que Arlel le hablo de mí? Y si es así, ¿por qué lo hizo? —. Mucho gusto. Mi nombre es Alessandro Frago —Me ofreció su mano y la estrechamos como acto formal de presentación.
Era muy común para mí saludar a alguien de esa manera al conocernos por primera vez, y jamás sentí alguna molestia. Sin embargo, esta vez fue todo lo contrario. No me sentí cómoda al hacerlo, me sentí insegura por todo lo que sucedía a mí alrededor, y mi inseguridad subía más al saber que él conocía mi nombre.
¿Acaso me había visto? ¿Había averiguado sobre mí? ¿Él era parte de la Academia?
Elián seguía en la misma postura. Desde el pico más alto de la montaña Everest podía ver cuán apretada tenía su mandíbula. Sus labios lucían aún más delgados al estar tan oprimidos entre sí. La fuerza con que los apretaba era tan grande que el color rojizo había desaparecido de ellos, ahora estaban pálidos.
La incógnita de su mirada todavía daba vueltas dentro de mi cabeza. Era inexplicable. No podía describirla ni saber que expresaban esos ojos mieles, pero si de algo estaba segura era de que esa no era la mirada que había tenido mientras bailábamos en el centro del salón.
Alessandro y Elián se miraban desafiantes mientras el silencio reinaba, como si de una competencia se tratara.
«Parecía que se desataría la siguiente guerra mundial», pensé.
—Elián. Mi viejo amigo, nos volvemos a ver. No tenía ni la menor idea de que te encontrarías en el Hotel Paris. Es una coincidencia tan extraña, pero es un verdadero placer volver a verte —Alessandro fue el que hablo primero, cortando el silencio.
—Diría lo mismo, pero soy una persona que aborrece la hipocresía y la mentira. Así que no lo diré —replico Elián con franqueza.
Alessandro rio ante la respuesta de Elián.
—¿Sabes? Por un momento llegue a creer que habías cambiado, pero por lo que veo sigues siendo el mismo Elián de siempre.
—Te debería dar vergüenza, Alessandro. ¿Me podrías hacer un favor y largarte de una vez? —Eso ni siquiera había sonado como una pregunta, aunque Elián tuviese la intención de que así fuera. Aquello había sonado como una orden, una afirmación.
La irritación que se desbordaba por su voz era demasiado evidente. Elián estaba al borde de echar chispas.
—No lo hare —dijo Alessandro y se cruzó de brazos.
En mi interior sentí como la desconfianza comenzaba a surgir, por alguna razón que desconozco, algo de él me daba mala espina.
Sus ojos aterrizaron en Arlet. Ella estaba a la par del recién llegado. La chica de tez morena le sonrió tímidamente y el pregunto:
—¿En serio lo conoces? ¿Qué hace el aquí? O mejor dicho, ¿qué hacías tú con él? —Arlet se quedó en completo silencio, como si estuviera pensando en una respuesta que lograra convencerlo. El dio unos cuantos pasos que resultaron suficientes para quedar justo frente a ella. La chica comenzó a frotarse los brazos en busca de calor, pero en realidad no hacia frio en sala, parecía más bien que estuviera refugiándose… ¿Elián la estaba haciendo sentir incomoda? —. Contéstame, por favor —le pidió.