"Estos jovencitos ingresan a nuestras organizaciones a los diez años de edad, y a menudo respiran un poco de aire fresco por primera vez; después de cuatro años de estar en la categoría de jóvenes, pasan a las Juventudes Hitlerianas, donde permanecen cuatro años más. Y aunque aún no son nacional socialistas completos, pasan al Servicio Laboral y ahí los preparan durante otros seis o siete meses. Y si les llega a quedar algún rastro de conciencia de clase o estatus social... Las Wehrmacht se encargarán de que desaparezca".
Adolf Hitler (1938)
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Era 1926, en ese año, a la edad de diez años, había sido seleccionado para ser parte de las fuerzas de Hitler, mis padres estaban orgullosos y encantados de que su primogénito fuera parte de algo tan importante; mentiría al decir que no me encontraba fascinado, pero en mi interior estaba algo triste. Cuando me fui, sabía que no podría seguir jugando con mis amigos. Algún día estaría en una batalla real, peleando por mi país, al lado de otros soldados. O eso era lo que había entendido cuando los Tenientes habían llegado a mi casa. Vamos, era un niño, no entendía muchas cosas, me habría encantado que me lo hubieran explicado, aunque al final eso no cambiaría mi destino.
Recuerdo cuando se fueron, yo estaba fascinado, porque portaría un arma sería tratado con respeto.
Mi madre nos preparó Schultze y me dio bavaroise —«mi postre favorito»—. Mientras los comía, pensaba en lo que haría, lo genial que me la pasaría, los niños que conocería —«haría muchos amigos»—, incluso podría encontrarme con un viejo amigo. Toda mi vida cambiaría. Bueno, puedo decir que en lo último no estaba equivocado.
Cuando llegué a ese lugar, nos juntaron con todos los demás niños —«eran demasiados»—, saludé a algunos y con otros charlaba.
En ese momento pensaba: «genial, será donde me enseñarán a portar un arma y ser un gran soldado».
Salió Hitler, pedían los mayores que guardáramos silencio, obedecí, pero noté algo, los que no podían estarse quietos eran llevados hacia el edificio. Me encogí, me sentía diminuto, tenía miedo. En eso vino un pensamiento a mí, «tal vez no será tan divertido».
Hitler nos daba un discurso, sentirnos orgullosos de pertenecer ahí, ser parte de algo importante. Somos perfectos, pero dentro de esa perfección hay una plaga y se está expandiendo cada vez más. Más no debíamos preocuparnos, pues gracias a él y todos quienes estemos ahí, erradicaríamos tal error atroz que decidió cometer la humanidad. Con su plan podríamos volver a lo que era Alemania, el gran imperio que se nos había sido arrebatados. Pero eso no era todo, también debíamos deshacernos de algo, ¿qué era ese algo?, claro, los judíos, Hitler había encontrado la solución final al problema judío.
En cuanto empezaron mis clases —«las cuales eran interesantes»—, que no eran diferentes a la educación básica que recibía antes de irme, aunque si había algo distinto, había una parte donde nos enseñaban las características raciales de los judíos —«en ese entonces ni siquiera sabía lo que era un judío»—. Incluso hubo de nosotros, del porqué habíamos sido seleccionados, pues Hitler buscaba a niños que fueran la máxima representación de la raza superior y competente. Por lo que entendía en ese tiempo era que yo formaba parte de la raza superior, los demás simplemente estaban por debajo de nosotros, como si fuéramos unos animales.
—Leopold —se levante, alzando su brazo derecho, ladeado un poco hacia la derecha
—Heil —el profesor le hizo una seña para que bajara su brazo, Leopold estaba alegre, ya que al principio se equivocaba, por lo tanto, recibía un castigo.
—Pasa al frente e indícanos cuál es de todas estas narices es la de un judío —asintió, acercándose al pizarrón, tomó la vara de madera, con ella selecciono la que era o la que creía que era, a su parecer esa nariz la asociaba como la de las brujas «es fea al lado de las demás»—. Muy bien Leopold, recuerden todos, como nos aclaró Hitler —les señaló a la gran foto de aquel hombre, mirándonos fijamente—. El judaísmo no es una religión, son una raza, la cual no queremos ni necesitamos en Europa —todos asintieron—. Bien. Leopold, puedes volver a tu lugar.
—Sí.
Solo había tardado cuatro años en darme cuenta de mi realidad, ¿era por qué estaba creciendo?, tal vez, no lo sé, simplemente "paso". Hace un año que no me siento igual, simplemente ya no tenía esos ánimos de niño, cuando intenté "revelarme", vaya que no me quedaron ganas de volverlo a hacer; estaba empezando a extrañar el salir con mis amigos, jugar o simplemente contarnos el pasar de nuestro día a día. Extrañaba ver a mis padres, el mayor contacto que tuve con ellos todos estos años fue a través de cartas, y ni así podía ser tan expresivo, debían ser breves mis palabras, para después pasar por una revisión, cuando respondían a mis cartas era lo mismo, no más allá de una hoja y si se podía que solo estuviera hasta la mitad, pasando de nuevo por una tortuosa revisión —«lo cual veía y veo inútil, sé la razón del porqué, pero incluso así se me hace algo estúpido...»—; al final se nos eran entregadas. Al parecer tengo más hermanos, lo cual es gracioso, pues recuerdo que antes solo tenía un hermano.
Estoy empezando a olvidar sus caras, ya que, conforme pasaban las semanas, eran menos las cartas que recibíamos. Hasta que un día dejaron de llegar a mí.
Actualmente, tengo catorce años, —«¿razón del porqué lo comento?»—, ninguna en especial, pero si significaba algo, pues sería enviado junto a los demás a las Juventudes Hitlerianas. Vaya que el tiempo había pasado "volando". Seré sincero, fue una pesadilla... Bueno, tal vez no fue tan malo, solo digo que me tocaron malas experiencias, incluso así, el tiempo paso rápido, digo, hace unos años tenía diez, y no sé si sea paranoico, pero temo que el tiempo siga pasando así y yo, siga aquí.