Narra Grecia Kirchner:
Apretujado estaba mi corazón, sollozando ante un estremecimiento vilmente desconocido. Que formaba un hueco en mi alma que jamás había notado, exhortando un nudo dificultoso de desenrollar, que se había apegado a mí garganta. Arrancándome de las entrañas algún soporte llamado Eduardo Lemoine. Nunca idealice que lloraría por un hombre como él. Ni mucho menos correr por los pasillos ante el rancio trato proveniente de tal dama. ¿Acaso me gustase el príncipe? ¿Porqué me ha afligido tanto la presencia de Ana Burgos?
—¿Grecia, estás bien? — inmoviliza mi muñeca apresuradamente el varón que en estos momentos no deseaba observar. Puesto que inducía a sentirme vulnerable y dócil.
—Estoy bien—mentí, ni siquiera sabía con qué mediaba.
—¿Segura? — asiento, desviando la mirada. Debía obviar su embrujo y concentrarme en lo que era mejor. — Me disculpo. Mi prometida no es sociable con los mortales. — arrolladora e impactante era la noticia para alguien en pena como lo era yo. < se casará> ¿Cómo no lo acontecí antes?
— No te preocupes. — una ilusión forjada verdaderamente frágil se ha derrumbado, como una nube caída sobro el suelo, cayó desastrosa.
—Acompaña tu mujer, no queréis que cavile cosas indeseadas de nosotros. — Lo menos que ambicionaba era su partida. Pero tenía que ser realista, no era nadie para él.
Apedreada por la realidad freno mis andares en frente de la puerta que conducía al sótano. Algo estaba ahí, lo husmeaba y escucharse. Pasos corpulentos desde el otro extremo, sombras y vahídos malolientes se asomaban por el picaporte, mientras esta viraba sola macabramente.
—Mestiza eres …
—¿Quién anda ahí? — nervios, mutismo y frigidez abrigaron el área. Ante holgorios malintencionados de lo que parecía ser una fémina lanzando maldiciones.
—Marchaos de mi casao serás testigo de las consecuencias.
Sangre carmesí por dondequiera, tenían los lienzos y mis huellas desnudas. Todo el lugar se anegaba de matices rojizos e negro.
—¿Sentimientos involucrados? — reboto despavorida ante la silueta de Roxana que recién había aparecido, mirándome enigmática. — ¿viste un muerto? — examino el entorno, todo estaba como lo habitual. — es indiscutible que preexista una atracción por Eduardo Lemoine, no obstante, tienes que descartarlo. Contraerá nupcias dentro de un lapso de cinco meses y los providentes de la boda se realizarán a partir del próximo mes. Tus sentimientos deben ser precarios. ¿me escucháis? Aborrezco que me ignores. ¡Grecia Kirchner, reacciona!
—Es pasajero — Se acerca pausadamente, había sonado altanera.
— Grecia— acaricia mis manos especulando sobre mi semblante. Conduciéndome hacia un sofá cercano. —En tu edad es normal, tranquila.
Recostada sobre la cama anchurosa, quedo hipnotizada con los estampados mitológicos que tatuaban el mármol. El talento de mi progenitora era un don del cual no paladeaba. Infortunadamente muñequitos de palitos era lo único que podía aspirar.
Tres o cuatro horas, quien sabe cuánto tiempo estuve en la telaraña de las confusiones que no presentí que en mi habitación estuviese alguien recostado en el balcón. Las cortinas blancas con el viento recreaban una entrada triunfante a lo que parecía ser un heredero disfrutando de la luz solar.
—¡Saludos! — sonríe simpáticamente penetrándome con su mirada indescifrable. —Tanto tiempo sin vernos. — su sonrisa debía ser asesina de damas, poseía algo que hipnotizaba.
—Hola — Le reconocía, era el joven que me había salvado de las garras de Eduardo Lemoine. Cuya entidad sentía fascinación por los autos antiguos.
—¿Puedo?
— Por supuesto — precavido, Zero, memorizaba cada detalle de la recámara. Tarareando algunas frases que no comprendía en lo absoluto — ¿Qué buscáis?
—Nada, tu antecesor desea conocerte y es mi responsabilidad velar tus andares. Soy tu guardián. — pasmada indago sus gestos, la vida me estaba manifestando la eventualidad de forjar lazos paternos. —¿Porque me miráis así? — Escapa una mínima risa descarada de su parte, presentía mi entusiasmo en aventurarme en cosas nuevas que me eran excitantes — ¿seguiréis observándome? — ¿Cómo no estar embobada ante tal divinidad? Ni siquiera me había percatado de su invitación de cambiarme el vestido para salir — ¿estas bien? — chasquea sus dedos, él era encantador. Su cabello platino en contraste con los tatuajes celtas, definían aún más su cuerpo esculpido. Los vampiros en definitiva no eran famélicos, solo egocéntricos.
Deslumbrada ante quién me esperase al final de las escalinatas, deslizo las yemas de mis dedos sobre la mano cálida de un Zero boquiabierto, igual como lo había estado por primera vez Eduardo Lemoine al testiguar el ropaje con manga larga e túnica que cubría mi cabello en contexto elegante.
—Hermosa, inigualable como tu madre.
—Me deslumbraría conocer más sobre ella.
—Podríamos conversar en el camino, si lo deseáis.