Narra Roxana Kirchner:
Enmarcando pasos severos, interrumpo mi entidad a unos metros de mi progenitor. De rodillas ofrezco sumisión, percibiendo las ojeadas incisivas de mis hermanas escrupulosas, subyugadas por conocer los planes malévolos de vuestro padre.
—¿Está en el Mundo Rojo? — sanguinario y arbitrario, amenora el trayecto. Cerrando el despacho, Dustin Kirchner, desdeña a todo aquel que se entrometiese en sus proyectos. —Traerla, arriesgarnos conlleva a ser desenmascarados por Ernest Lemoine. — tanteando mis nudillos, traza una línea sobre la palma de mi mano, escudriñando un desatinado destino impensado.
—Dieciocho años adulterando el paradero de la hibrida y ¿es ahora que se intranquiliza? — malhumorado ante mi desobediencia, retiene mi mentón amenazador. Austero e modesto, me expulsa sobre la papelera. Gira sobre su eje, alzándose su capa azabache en la exigua brisa, enmarañando sus dedos largos sobre mi coleta; Endemonio ante lo que fuese una reprimenda de Dios, cacheta mis pómulos en modo de disciplina —¿Confiáis en Eduardo Lemoine?, Zero gestionará la faena. Puesto que me has demostrado que tu incompetencia es inamisible.
—Pronto la misión tendrá su efecto, jamás será intervenida. — argumento a mi defensa, logrando que me liberarse de su atropello rutinario.
—Tres meses, Roxana. Es la última oportunidad, alargad su vida lo máximo posible. — deshaciéndose en neblina, el cuervo del infierno extiende sus alas colérico, emprendiendo vuelo en plena luna llena. < mereced morir, mocosa >
Narra Ernest Lemoine:
Revoloteando en el estiércol, las moscas desventajosas se aprehendían a regalar mimos en la salida de la santísima parroquia. Alabando un ser invisible de renombre: “el salvador de los altísimos cielos”. Un fantoche ante mi pedestal, que cada noche pisoteaba devorando su rebaño. Y no es que fuese el lobo salvaje, sino un demonio desatado lleno de apetencias.
—Miradlos, quienes alguna vez se apellidaron dioses, ahora son esclavos — deleitando la fascinante sangre agridulce ante mi paladar, mi primogénito Ryan Lemoine, bufa hastiado, cerrando con destemplanza el libro que releía. —¿Qué pensáis, Ryan? Es condena de los pobres ser saqueados, por tal razón los críos ante el desapego de la madre tierra crean el fenómeno, Dios. Un sentimiento mediocre repleto de insatisfacción y de verse insignificantes. — inicio un brindis donde todos corresponden menos él. — los sacerdotes estar para controlar las masas.
—¿Hablad de paganos y no nos miréis? — era insólito como una sencilla e incoherente frase de su procedencia me incitaba a hervir las entrañas. — ¿Es que acaso nosotros no poseemos lideres divinos? Exaltamos ser la máxima expresión de las diosas Lilith y Aisha Qandisha. ¿Qué nos aseguráis que no fueron humanas en el edén? ¿No seríamos descendientes también de dios? Además, no tenemos libertad, estamos vigilados por los Reyes Del Norte. — aporreo sin resentimiento a mi hijo — ¿olvidáis la labor pendiente que tenéis? ¿Dónde está Eduardo?
—No lo sé — escupe un hilo de sangre en contexto desafiante.
—Ryan, no me hagáis reventarte los dientes de un manotazo. Te encargarás de todo, si este ha fallado.
— ¿Puedo encárgame? Dudo que sea difícil traer a la joven — apela Mauro Lemoine, penúltimo de mi descendencia. Con el afán de ser superior ante los demás, pero no era digno de tal hazaña.
—No, algo vocifera en mi interior que dicha niñata a influenciado al príncipe. Se ha despertado en mí gran curiosidad. No la matéis, Ryan.
—De seguro es hermosa como su ramera madre. — cavila en voz alta, apagando su cigarro, Emilio Lemoine. El tercer heredero al trono. —Es una opción lógica, sabiendo lo que sentía él por Alicia Rubí. — todos en mutismo soplan, no deseaban adentrarse en aguas profundas y venenosas.
— Ganarte su confianza y nunca lo dejéis solo con ella. — reclamo ante las ideas realistas de Emilio. — luego nos encargaremos de Dustin Kirchner y de su vil traición a la corona.
—Como usted ordene, Padre. — La situación era más que delicada. Si Luna Del Norte recorría los territorios antes del sacrifico, me arrebataran el poder. <Fue un gran error no asignarle la tarea a Amelia Kirchner> su maldad incontrastable y avara, la hacían la mejor amante de la lujuria, mi futura esposa. <serás mía eternamente>
Narra Amelia Kirchner:
Roxana Kirchner cabreada embiste la puerta principal hiperventilado. Sonrió deslizándome entre las florestas, asechando a mi víctima en aguardo de expulsar mi veneno de víbora. Considerando las posibles misiones por las que mi hermanita estuviese dieciocho años en el Mundo Humano. Y solo constaba una … ella, la mocosa pecaminosa con la cual cobraría cada deuda que su zorra madre me debiese.
— ¿Pero que tenemos aquí? Roxanita ha regresado — dispuesta a desacoplar la guerra, encarando a la damisela, esta retiene sus impulsos apaciguando el cielo que se nublaba.
—Detened tus juegos Amelia. No me provoques. — amase tanto los combates, que las excitaciones de electrocutarla eran placenteras. No obstante, Luciana nos observaba desde el umbral, preparada a interceder, invocando el fénix que abrazaría con todo.
—No se escapara — cueste lo que cueste, la encontraré. — Decidle a la muñequita que le fracturaré cada minúsculo hueso, que la drenaré al punto de secarla por dentro como lo hizo la rosa menor conmigo.
—Debéis supéralo.
— No se supera, se aprende a vivir con ello. A sabiendas que nunca volverá; ambas tenemos motivaciones para matarla. Únete a mí Roxana.