Alicia (spin off saga cliché love)

3.

Capitulo tres

Sergio Lovenksco terminaba de armar su hermoso rompecabezas de mil piezas. La imagen del Arco del Triunfo en Paris estaba completa y cada pieza brillaba colocada en su lugar correctamente.

Su eficiente ayudante, una muchacha universitaria que contrató debido a su predisposición y buenos valores, entró a su despacho sin golpear, una costumbre que él ya había marcado como indeseable y poco profesional, pero a la que ella había hecho caso omiso.

—¿Señor Lovenksco? —preguntó imprimiendo una nota chillona en cada una de las silabas de su apellido. Sergio la miró atentamente. No, así no era como se decía su apellido. Sin embargo, él lo dejó pasar. —Hay personas buscándolo en la entrada de la casa. No tienen cita previa y tampoco aparecen en el registro de visitantes.

Sergio acomodó sus gafas y el desgastado puño de su sweater de algodón. Eso era extraño, las personas que lo buscaban siempre respondían a dos motivos; el primero, conocían a su hermano y tenían problemas con él. Y segundo, conocían de su perfecta estadística en casos judiciales y solicitaban sus servicios como abogado.

Casi siempre era la primera. Como en este caso.

—¿Los identificaron?

—Sí, señor. Son dos mujeres —contestó ella eficaz y predispuesta como siempre. Sergio hizo caso omiso a la inclinación de la muchacha que enseñaba parte de su generoso escote. Uno que él había ayudado a pagar. —Alicia Vizenzo y… —Sergio dejó de escuchar después de ese nombre que aún le ponía a temblar las piernas y su corazón.

¿Era posible que se tratara de la misma persona?

—Que pasen. Ahora.

—¿Qué?

Sergio chasqueó sus dedos pulgar y mayor para apresurar a la muchacha que se quedó atónita ante su abrupta orden. Él no era una persona de prisas o ansias en su vida diaria. No obstante, esta no era una situación habitual en su vida; era ella, la estrella más bonita del firmamento, que golpeaba ahora a su puerta.

Él corrió escaleras arriba, a su habitación y tomó a todas prisas la bolsa que recientemente había traído desde la lavandería. Era su mejor traje de negocios, uno que utilizaba a menudo para ir hasta la corte. Él debía verse perfecto para su reencuentro con la esquiva rubia a quien hacía veintiocho años que no veía.

Una vez que estuvo listo, bajó con prisa hasta la entrada de su enorme casa. Su secretaria, Hanna ya se encontraba esperando a las visitantes sorpresa.

—Puedes retirarte, querida —sonrió él, intentando que sus manos no mostrasen el temblor que transmitían. —Yo me encargo de ahora en adelante.

Hanna frunció el ceño. Ella dio una repasada total a su aspecto y Sergio tuvo que ignorar la mirada lasciva que le arrojo. Él no tenía tiempo para esas jugarretas, la mujer que realmente le interesaba estaba justo del otro lado de la puerta… y al parecer, furiosa. ¡Lo que le encantaba! Para él no existía nada más estimulante que el desafío de conseguir la confianza de alguien.

—¿Quiere que prepare té? —preguntó la muchacha sin ánimos de marcharse. Hanna presentía que esa visita cambiaria el rumbo de la vida de ambos y ella estaba dispuesta a aferrarse a cualquier truco posible para que Sergio no la apartara de su vida. —¿O su despacho?

Sergio se giró, contemplando su ofrecimiento. Consideró invitar a Alicia a su despacho y una enorme sonrisa cubrió su rostro. Una que Hanna malinterpretó.

—Eso estaría perfecto —contestó cuando el timbre sonaba en toda la estancia. —Gracias, Hanna.

**

El encuentro con las dos mujeres no marchó del todo bien, pero Sergio no se dejaría amilanar porque Alicia fuese algo brusca en sus contestaciones.

Un sonido lo alertó y él desvió la mirada de su plato, donde la había clavado hacia minutos atrás mientras recordaba las palabras intercambiadas con Alicia. Ella sería un hueso duro de roer, pero si todo marchaba de acuerdo al plan que comenzaba a maquinar, podría conseguir que ella voltease a verlo… una vez más.

—¿En qué piensas? —su sobrino Milo lo observaba desde el marco del gran pasillo que conducía al comedor. Sí, él vivía en una solitaria y enorme casa estilo victoriano. Sergio negó con paciencia, dejando de lado sus sentimentalismos, y convidó a su sobrino a tomar asiento a su lado. —Gracias, no tengo hambre. Comí una hamburguesa de regreso aquí.

Sergio sabía que el joven reservado había estado de visita en las instalaciones donde se alojaba su padre. Una prisión de máxima seguridad que lo mantenía prisionero a causa de los crímenes que había cometido a lo largo de su vida.

—Lisa Baron… —carraspeó al ver la expresión de Milo apenas oyó ese nombre, —disculpa, tú debes conocerla como Lisa Vega. Ella estuvo aquí esta tarde.

—¿Ella quería verme?

Sergio enarcó su ceja al ver la ilusión en la mirada del muchachito y lamentó tener que ser él quien portara tan malas noticias. Unas de tipo rompecorazones.

—Tu ya sabes la respuesta a esa pregunta, Milo —contestó en su lugar. —Ella vino a pedir encarecidamente que termines con tu acoso. Que la dejes en paz.

—¡Yo no estoy acosándola! —gritó el joven presó de la desesperación. Todo había marchado relativamente bien con Lisa. ¿Qué le sucedía ahora? ¿Ese otro idiota tendría algo que ver con que ella ahora lo repeliera como a la peste?




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