Capitulo cuatro
Alicia miraba a Dolores que se limpiaba sonoramente la nariz. Lisa a su lado sostenía una pequeña caja de pañuelos descartables. Llevaban cerca de media hora viéndola llorar.
La desconsolada mujer tomó entre sus manos la fina tela del vestido y volvió a moquear.
—¡Parezco una gran sombrilla de playa! —se lamentó al ver la exagerada caída que la tela producía sobre su vientre y su trasero. —Luciré terriblemente mal.
—Tienes tiempo de cambiar el vestido —la consoló su joven cuñada, fallando en esa tarea. —Nicholas dijo que lo hicieras a tu gusto, lo importante es que estés cómoda.
—Es el diseñador que le hizo el vestido a la señora Lourdes —chilló Dolores con tristeza. Ella estaba desesperada al ver lo mal que le sentaba el vestido hecho especialmente para ella, —¡no puedo decirle que no!
Lourdes Baron era la suegra de Dolores… y había fallecido hacía décadas atrás, pero a su querida amiga le parecía adecuado rendir tributo al recuerdo de los muertos. Por eso que ella tenía pensado hasta el perfume que utilizaría ese día. Una estupidez a ojos de Alicia, pero de suma importancia para la futura novia.
Bien, ella no sería quien la juzgara.
Por el borde de su ojo notó que un cadete estacionaba su motocicleta, en las afueras del pequeño local donde tenía su estética, y antes de que el muchacho ingresara, y viera así el drama que adentro tenían, salió.
—Buenas tardes, niño. ¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó cuando lo vio quitarse el casco. El joven asintió y preguntó por la persona dueña del lugar. Alicia contestó que se trataba de ella. —¿Qué dices?
—Tengo un presente para usted, señora.
Le entregó una pequeña caja cubierta de un exquisito papel de regalo y un par de flores.
—¿Quién lo envía? —preguntó con el corazón zumbando en sus oídos. Ella tenía el leve presentimiento de quien se trataba.
—No tiene remitente, señora.
Alicia abrió la caja y la saliva se evaporó de su lengua al leer la notita que se encontraba dentro: “Que los disfrutes… por todos aquellos que no pudimos comer juntos.”
Ese… maldito rufián había averiguado sobre su vida y le enviaba nísperos maduros para que ella degustara. Alicia acaricio la aterciopelada y naranja piel del fruto suspirando. Parecía que hacía siglos que no sentía su sabor.
El joven de la motocicleta se despidió con un asentimiento y arrancó a toda prisa. Más le valía correr antes de que esa mujer comenzara a despotricar contra el mundo.
Alicia miró el contenedor de basura y se acercó allí. Ojeó los pequeños frutos con anhelo, deseando muy en su interior una probadita más, y colocó la caja sobre el tacho.
—¿Vas a desperdiciar mi regalo, estrellita? —dijeron de repente, espantándola.
Alicia contuvo un grito sorprendido al ver a Sergio a su lado. ¡Ese pequeño canalla se había acercado a hurtadillas hasta su lado!
—¿Qué haces tú aquí? —se dirigió a él con brusquedad. Él se giró para sonreírle abiertamente y luego se enderezó en toda su altura. Sus bellísimos ojos celestes jamás dejarían de quitarle el aliento.
¿Qué pasaba con ella y esos sentimientos que despertaba su presencia? ¡Por favor! Alicia estaba rodeada de hombres atractivos ahora que sus amigas tenían pareja… pero es que Sergio…
—Te investigué y supe que trabajabas aquí —contestó él con frescura, como si eso fuese algo remotamente normal. —Es un lugar precioso. Te felicito, estrellita. Siempre fuiste una mujer de armas tomar y me enorgullece que lleves las riendas de tu propio negocio.
Ella lo miró en silencio de arriba abajo. Sus palabras de aliento y admiración provocaron un calor armonioso en medio de su pecho.
¡Un lugar que se encontraba vacío!
—Repetiré una vez más, ¿Qué haces aquí?
Las palabras melosas no funcionarían con ella. Eso que Sergio había hecho estaba mal. No podía acosar a las personas que desaparecían de su vida.
—Quiero cortarme el cabello —sonrió ampliamente y restándole importancia a su mal genio.
—No trabajo corte masculino. Estas de mala suerte.
Él no se inmutó por su tono condescendiente.
—Entonces límpiame el rostro o tíñeme de algún color —rebatió. —Vine para poner a prueba tus cualidades.
Y eso se sintió como echarle un galón de gasolina al fuego. El rostro de Alicia se desencajó y terminó por exhalar ruidosamente. Al mirar el rostro sereno de Sergio decidió que la ofensiva debía ser mucho más agresiva, pero civilizada y sin tanto protocolo como parecían tener las palabras.
—Entra —contestó con disgusto. —Estoy ocupada así que tendrás que esperar.
Él asintió.
***
Alicia echaba humo por las orejas mientras batía enérgicamente una mascarilla de arcilla blanca que preparaba para su cliente.
Miró de reojo al trio que conversaba animadamente y no pudo evitar rabiar. Sergio estaba entretenidísimo escuchando de las penurias de la pobre Dolores. Él se había vuelto uña y mugre con la futura novia y aunque Lisa se mostró algo desconfiada al principio, allí estaba ahora riendo por las ingeniosas bromas del rubio.
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Editado: 11.06.2021