Capitulo doce:
Los días en la hacienda fueron pasando rápidamente para Alicia. Era increíble como perdía la noción del tiempo cuando disfrutaba tanto de algo. Las risas, largas conversaciones y caminatas ocuparon gran parte de su agenda.
Sergio era… encantador. En todas sus facetas, y despertar entre sus brazos cada mañana comenzaba a sentirse magnifico para ella.
Las pasadas dos noches se la pasaron hablando hasta la madrugada, poniéndose al corriente de sus vidas, hasta que ella caía rendida. Entre sueños a veces quería temer, pero su voz grave tranquilizándola y diciendo que estaba a su lado, la envolvía en una nube de paz.
El ultimo día que pasarían allí, Alicia decidió a sobrepasar sus límites. Para eso estaban hechos, ¿no?
Ella rebuscó entre los confines de su bolso una pequeña bolsita que tenía para casos de “emergencia”, de allí sacó una tanga y un baby doll de puro encaje rojo y transparencias. ¿Emergencia de qué? Había pensado aquel día que lo preparó, pero se convenció de que le sería útil, incluso si no pasaba nada entre ella y Sergio.
La cena de esa última noche había estado plagada de bromas y buenos momentos, de esos que quedan gravados en el corazón. El grupo aprovechó para cenar en el exterior de la casona y disfrutar del aire nocturno… sin embargo, tuvieron que regresar al interior cuando un par de insectos nocturnos, que llegaron atraídos por las luces, comenzaron a molestarlos.
Sergio estaba ahora lavándose los dientes, y las manos de Alicia tiritaban al esperarlo sentada sobre la cama. Ella cruzaba y descruzaba las piernas en un gesto inconsciente de impaciencia.
—Estrellita, has visto donde dejé el hilo… —pero sus palabras murieron al verla esperando por él. El pequeño batín que utilizaba no dejaba mucho a la imaginación y Alicia, a sus cuarenta y cinco años, se sentía como una muchacha inocente en busca de una primera noche con su amor. —Vaya… —dijo Sergio que contemplaba toda la cremosa piel expuesta. Él se olvidó de qué era lo que estaba buscando y como si de un imán se tratase, se acercó a ella en un santiamén. —Mira nada más que bonito se ve el rojo en tu piel, estrellita —finalizó acariciando el hueso de su clavícula con la yema de su dedo índice.
Él era tan considerado y encantador, pensó ella. Sergio no se acobardaba ante las cicatrices que asomaban sobre la piel de sus pechos y parte de su escote. Él la miraba con hambre, haciéndola sentir deseada y transformando su sangre en lava.
Sí, porque Alicia se sentía como un pequeño volcán dormido que despertaba al fin de su eterno sueño.
—Hueles muy bien —dijo él olisqueando su cuello y besándola con ternura. —Eres como un pequeño bocadillo que me muero por probar.
Ella sonrió, Sergio era la única persona que podía llamarla pequeña y ella aceptarlo. Alicia no se caracterizaba por tener un cuerpo escuálido o siquiera tonificado. Ella se jactaba de disfrutar la buena vida y el ejercicio de impacto no era uno de sus fuertes.
—¿Puedo? —preguntó él rozando el bretel que se aferraba a su hombro. Ella asintió y Sergio besó la zona marcada con la fina línea.
El cuerpo de Alicia comenzó a encenderse mientras dejaba que él la acariciara. Ningún temor aparecía a enturbiar el despertar de su deseo ya que ella estaba disfrutándolo al ser plenamente consciente de eso mismo; que era ella quien dejaba que él le hiciera todo eso.
Sus pechos comenzaron a sentirse pesados mientras él sorbia con cuidado la piel de su escote. Sus pezones rogaron por atención cuando Sergio se dignó a acariciarlos con la punta de su lengua.
Que bien se sentía, que talentoso había resultado el chiquillo Lovenksco.
Alicia se sintió acalorada cuando Sergio se quitó la camiseta y quedó solo con el pantalón de chándal que utilizaba para dormir. Él sonrió de medio lado y la acercó a la cama. Aprovechó de paso para darle un beso que le dejó temblando hasta las piernas.
Ambos se recostaron con cuidado, sin separar sus contactos.
Los hilillos de su tanga habían desaparecido entre los pliegues de su piel y se sintió dichosa cuando él jugó a buscarlos con sus dedos. Alicia lo quería otra vez, necesitaba desesperadamente que la ayudase a conseguir tocar las estrellas con su cuerpo.
Cuando Sergio la cubrió con su cuerpo sintió una punzada de recelo. Esa posición le traía malos recuerdos de vulnerabilidad y sumisión forzada.
Él pareció notarlo porque automáticamente se detuvo en su asalto.
—Quiero que me mires, estrellita —pidió con paciencia. —Haremos esto solo hasta donde tú te sientas cómoda —la calmó acariciando el costado de su muslo. —Sé que me deseas también, pero no tenemos por qué apresurar el curso del destino, ¿no?
Ella negó.
—Yo quiero esto, Sergio. Contigo.
Él sonrió con suficiencia sintiéndose un gran conquistador recompensado por su búsqueda.
—Lo sé, pero vamos a ir despacio, ¿te parece? —tomó su mano y besó su nudillos. —No querrás sentir que te aprovechaste de un hombre menor…
Alicia le cacheteó el brazo.
—Ya quisieras… —se vio interrumpida por su beso y la sensación de que su miembro se presionaba contra el interior de su muslo. —Quiero verte —dijo de pronto, sintiendo que el pudor abandonaba su cuerpo.
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Editado: 11.06.2021