Capitulo trece:
Sergio recibió el archivo que contenía un informe detallado del caso de Alicia Vizenzo. Tuvo que detenerse a respirar profundamente un par de veces, para no romper todo el mobiliario de su oficina, a causa de la impotencia y frustración que le producía leer cada línea.
Alicia había sido encontrada por el escribano de su padre cuando iba a notificarle sobre su herencia. El señor Vizenzo había fallecido en un accidente junto a su esposa dejándola a Alicia como única heredera de varios terrenos y una inmobiliaria. El hombre, bendito fuera, había llamado inmediatamente a la policía después de ver el deplorable estado en el que el bastardo de su ex la había tenido. Deshidratada, desnutrida y abusada física y sexualmente por más de un victimario.
Sergio apretaba con tanta fuerza sus dientes que creyó que en cualquier momento terminaría por partírselos. Ninguno de los denunciados había pagado con la cárcel todo el daño que le habían hecho a Alicia. El juez de aquella época había desestimado las denuncias del inepto abogado que su estrellita tenía y ellos habían gozado los últimos veinticinco años de libertad.
Lo que más rabia le daba era cuanto había batallado ella para divorciarse del inmundo ser que la desposara primero. Luis Echarre. El malnacido había exigido en el juicio de divorcio que se le concediera la mitad de la herencia de Alicia, no obstante, como el código civil de su país dictaba las herencias no estaban sujetas a la división de bienes por separación legal.
Sergio estaba dispuesto a comenzar una cacería hasta dar con ese idiota. Buscaría por cielo y tierra para dar con él y todos esos que se atrevieron a lastimar a la estrella más bonita del firmamento.
—¿Señor? —preguntó Hanna de pronto, trayéndolo al presente y de regreso a su realidad. Él ni siquiera la había escuchado entrar a su oficina. —¿Se encuentra bien?
—¿Por qué entraste a mi oficina sin golpear, Hanna? —preguntó con tono duro. Ella se sorprendió al oírlo, pero no fue consciente de lo enojado que estaba. O quizá sí, y provocarlo le gustaba de alguna retorcida manera. —Te he dicho que ese comportamiento no me agrada.
—Están buscándolo —contó deprisa, y queriendo correr al ver la expresión del hombre que había llegado, sin cita previa, para hablar con su jefe.
—¿Quién?
El señor Harrison Baron ingresó furioso al interior de la pulcra oficina que Sergio tenía en el centro.
—Señor Baron —saludó Sergio y guardó los papeles de Alicia. Protegiendo así su intimidad. Se irguió completamente y ofreció su mano.
Harrison le dio un fuerte empujón que lo hizo tastabillar. El hombre no era un oponente ni en fuerza o tamaño, pero Sergio no devolvería el agravio físico. Él simplemente lo miró fijo a los ojos.
—Te dije que no quería volver a saber de ti o de tu familia —escupió con furia. Él había descubierto hacia relativamente poco de las andanzas de ese desgraciado que osaba mezclarse con sus nietos. —Incluso tuviste el atrevimiento de relacionarte con mi nieto y sus amigos. Eso también incluye a Alicia Vizenzo.
Sergio exhaló con cansancio. Era momento de hacerse cargo de la otra parte de su vida. Una que no le agradaba, pero a la que no podía renunciar; su familia.
—Alicia es mi mujer y usted no tiene nada que objetar respecto a eso —contratacó. —Ya me disculpé con su nieto y toda su familia. Mi hermano está pagando en la cárcel por lo que hizo, usted se encargó de eso.
—Te advertí lo que sucedería si volvía a saber de ustedes. Hicimos un trato, ¿recuerdas?
Sergio apretó con fuerza sus dientes.
—El trato era para no dejar en la calle a Milo —se defendió. —Mi sobrino no tiene la culpa del padre que le tocó. Hice lo que me dijo y lo alejé del mismo entorno donde estaba su preciada nieta, señor Baron. Sin embargo, no permitiré que se entrometa en mi relación con la mujer que amo.
—¿Ella sabe quién eres realmente, Serge? —dijo el anciano con burla y mirando a la puerta de su oficina. Sergio creyó que se trataba de Hanna, que se había quedado husmeando, pero su corazón se detuvo al notar que no era la pelirroja la espectadora de la situación, sino su estrellita. —No creo que a Alicia le haga mucha gracia conocer sobre tu oscuro secreto.
Ella decidió intervenir y él quiso gritar al ver la pequeña bolsa con comida que llevaba. Alicia le había escrito más temprano preguntándole qué almorzaría y cuando él le dijo que ese día no tenía tiempo para salir a comer, ella se había apenado.
—¿A qué se refiere? —preguntó Alicia sintiendo como su presión arterial subía y los latidos de su corazón se aceleraban.
—Los socios de Candace Von Valler fueron los Lovenksco, Alicia —habló el hombre que no era consciente de la tortura en los ojos celestes que lo observaban. —Este es Serge Lovenksco, hermano menor del idiota que raptó a Nicholas, y su abogado defensor.
Sergio cerró sus ojos despacio, sintiendo como el tiempo se detenía a su alrededor. Así, sin más, su más oscuro secreto había sido lanzado a la cara de la mujer que amaba. Una mujer que desconfiaba hasta de su sombra y que ahora lo miraba como si él fuese el peor monstruo sobre la tierra.
—¿Qué?
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Editado: 11.06.2021