S I N E D I T A R
Nueve años...
—¿Tienes acaso una jodida idea de lo mucho que valía eso? —grita tan fuerte que la niña pega un sobresalto, lo observa con terror mientras muerde su labio inferior intentando no llorar.
—L-lo siento papá.
—¡Un lo siento no resuelve una mierda Brennan! ¿Cómo es que eres así de estúpida, eh?
—Fue un accidente, no era mi intensión caer sobre el jarrón y romperlo. —La niña baja su mirada, observando sus rodillas ensangrentadas y sus manos llenas de pequeños fragmentos de vidrio, que poco a poco se entierran más en su piel— me duelen las manos, papá.
Emmanuel gruñe molesto, ni siquiera se toma el tiempo de ver las manos de su hija, en su lugar la toma del antebrazo y bruscamente la hace caminar hasta el salón donde saca el botiquín y busca rápidamente un par de pinzas.
Luego y sin rechistar arrastra a Brennan hasta el cuarto de la misma, tan pronto como la hace entrar le deja en una de sus manos el pequeño utensilio de antes— en unas horas tu madre llegará, por ahora utiliza eso para sacar el vidrio y no me molestes que debo trabajar —dicho aquello cierra la puerta con fuerza.
La morena de cabello largo infla una de sus mejillas mientras observa en silencio la puerta ahora cerrada. Suspira pesadamente y camina hasta el pequeño cajón de la mesita de noche aun lado de su cama, luego de sacar aquella cajita de curas con dibujos de helados que Samuel le había regalado, camina hasta el pequeño balcón de su habitación.
Decide ignorar el sillón azul y sentarse en el suelo, sin pensarlo demasiado saca fuerte el primer trozo de vidrio de su mano izquierda, se sobresalta y gime de dolor. El segundo trozo lo saca con más cuidado, y todos después de ese. Cuando toda su mano izquierda parece estar libre de vidrio y la sangre comienza a salir, utiliza al menos seis banditas para frenarla.
Mientras comienza el mismo proceso con su mano derecha, pensamientos comienzan a bombardear su mente y lagrimas comienzan a picar sus ojos. Ya para ella no era sorpresa los malos tratos por parte de su padre, sobre todo cuando no había nadie más en casa, estaba acostumbrada pero aun le dolía, aun más porque no entendía la razón de tanto desprecio.
Su padre amaba a Anthony y eso era obvio para todos, amaba también a Margareth, ella lo sabia porque podía verlo en sus ojos, cada vez que Emmanuel hablaba de ellos o con ellos sus ojos oscuros brillaban de increíble manera y su rostro se adornaba con una linda sonrisa.
Todo lo contrario con ella.
Siempre que la veía sus ojos se teñían de desagrado, su ceño se fruncía y el tono de su voz cambiaba a uno más serio e incomodo. Desde que ella tenia memoria solo podía recordar una sola vez donde él tuvo un poco de afecto hacia ella;
Cuatro años atrás Brennan y él habían pasado la noche a solas en casa, ya que Margareth era médico y muchas veces tenia que salir con urgencia a mitad de la noche para atender a sus pacientes si algo ocurría, Anthony por su parte se había quedado en casa de un amigo.
Esa fue una noche en extremo calurosa para la ciudad, tanto que muy pocas personas lograban conciliar el sueño, a pesar de el aire acondicionado Brennan era una de ellas. Sus pequeños ojos permanecían abiertos esperando a que el sueño por fin llegase, en su lugar llegaron las ganas de tomar algo frio. Brennan bajó las escaleras hasta la cocina, donde deslumbró a su padre bebiendo una cerveza, ella dulcemente pidió un vaso de agua, con un poco de temor a que Emmanuel la regañara por estar despierta.
Sin embargo, lo que recibió como respuesta fue un amable asentimiento de cabeza y próximamente el vaso de agua; no bastando con eso su padre le preguntó de manera amable el porqué de su despertar, cuando Brennan aseguró no poder dormir Emmanuel la tomó en brazos y la llevó hasta su habitación, donde (como si fuera cosa de todos los días) se acostó junto a ella y comenzó a tararear una dulce melodía.
—I don't care, go on and tear me apart, I don't care if you do, ooh ooh, ooh...'Cause in a sky, 'cause in a sky full of stars —tarareó soñoliento. La pequeña Brennan sonreía y su corazón latía con mucha fuerza, pues se sentía feliz. Poco a poco se fue quedando dormida, sintiendo por primera vez el calor de su padre.
¿Por qué ya no podía tener un momento así nuevamente?, la morena se cuestionaba colocando otro montón de banditas en su mano derecha y en sus rodillas. Sus mejillas estaban empapadas por las lagrimas y sus ojos ardían, aunque todo aquello no se comparaba al dolor en su pecho cada vez que su padre la maltrataba.
¿Qué hice mal? ¿Por qué no me ama? ¿No merezco su amor? ¿Hay algo mal en mi?
—¡Oye! ¿por qué lloras? —Brennan limpió rápidamente sus mejillas con sus manos e intentó disimular cuando dirigió su mirada hacia la casa vecina, donde desde una ventana, su amigo Tayler la saludaba.— ¿Estás bien?
—Lo estoy.
—¿Y por qué llorabas? ¿me estás mintiendo?
Brennan niega y eleva sus manos para que él pueda verlas— es solo que me lastimé con un jarrón roto, pero estoy bien. —el castaño sonríe ampliamente y asiente.
Tayler era fácil de engañar, demasiado inocente.
—¿Quieres venir a jugar conmigo y con papá? Íbamos a jugar soccer pero si quieres podemos jugar a otra cosa.
¿Por qué Tayler, Anthony y Saimon si merecían el amor de un padre? ¿Qué la hacia diferente a ellos?
—Esta bien, creo que tomaré una siesta.—dijo levantándose del suelo y tomando todos los sobres de las curas utilizadas— diviértete.
Las mejillas de él se coloraron cuando una tierna y sincera sonrisa se dibujó en sus labios— si cambias de opinión estaremos en el jardín —dicho aquello se alejó corriendo.
Brennan suspiró y entró de nuevo a su habitación, donde casi de inmediato se lanzó a la cama y dejó que las lagrimas empaparan su almohada.