Londres de Tronos, recinto del Rey de Europa
-¿Las almas tienen tendencias suicidas?- preguntó Corrine SoVespiam al hombre que tenía al frente con visible escepticismo.
El hombre no era otro que el doctor Carsú, especialista en las dolencias de las almas. La suya estaba a su lado y tenía la forma de un collie, se sentaba junto a su amo con la cabeza en alto y los ojos, idénticamente azules a los de Carsú, fijos en la ventana del carruaje.
-No son tendencias suicidas- corrigió el galeno-, es más como un instinto de protección. Se debe al hecho de que al morir el alma el dueño en cuestión sigue con vida doce días más. Pero si muere el dueño, el alma desaparece inmediatamente -explicó.
-Es cierto- combinó Cory, el alma de Corrine, ahora transfigurado en un gato persa blanco-. Mejor yo a mi ama. Corrine, debes tener tiempo para arrepentirte y morir tranquila.
El galeno podía haber asentido a aquello, pero las normas de cortesía dictaban que un alma sólo podía hablar con su amo y ser escuchada sólo por su amo.
-Lo que quiere decir que el disparo iba dirigido en un principio a mi padre y... ella... prefirió recibirlo- aventuró Corrine.
El doctor asintió.
-Señorita SoVespiam, ¿podría acaso permitirme hacerle una pregunta incómoda antes de llegar?- anunció bajando la cabeza.
El collie miró a Carsú con algo parecido a la incredulidad.
-Puede usted hacer la pregunta que desee, el problema, claro, es mi disposición a responderla- objetó Corrine con el tono indolente que había heredado de su padre.
Corrine era SoVespiam por él, por su padre. En la sociedad de la Inglaterra de ese mundo en particular, cuando un conde estaba en el lecho de muerte se asignaba entre los familiares cercanos -un hijo, una esposa o un hermano- el que sería el So, que se encargaría de todos sus asuntos y heredaría luego el título. Corrine había sido la elegida de su padre y no Rebecca, su madrastra.
En ese mundo las mujeres podían heredar títulos nobiliarios y puestos de gobierno, eran igual de capaces en los temas políticos y podían estudiar leyes, ciencias o a las almas si lo desean como los hombres, con ciertas limitaciones, sólo si estaban bajo la tutela de su padre o de un marido.
El padre de Corrine, Salomon Conde de Vespiam, estaba muriendo, su alma había recibido un disparo y había muerto hace 6 días, ahora sólo le restaban 6 días más de vida a su padre y la había mandado a llamar a su residencia en Italia de Roma, donde Corrine se ocultaba.
Y allí iba ella camino a Inglaterra de Tronos, después de recibir una carta de un tal Sr. Johanns Leanders en donde se leía que uno de los últimos designios de su padre era que ella fuera nombrada Srta. SoVespiam y luego Lady Vespiam, iba a ver a su padre morir.
El doctor Geoffrey Carsú, amigo suyo, había decidido acompañarla para estudiar el caso de su padre ya que era especialista en almas. Carsú era brillante, de tez bronceada y rasgos fuertes, medía un metro ochenta y cinco y ostentaba el cuerpo y la contextura de un hombre liado tanto con libros como con deportes. Pero a ella no le parecía para nada atractivo.
Ella, Corrine, contaba solo 17 años de edad, poseía, sin embargo, un cuerpo repleto de curvas perfectamente distribuidas, escote generoso, altura promedio y la piel cremosa del tono pálido y frágil que la moda londinense adoraba. Su rostro era bello en una manera casi sacada de un cuento de hadas, tenía forma de corazón, con rasgos regulares, casi aniñados, que formaban un patrón simétrico, como si ella estuviese constituida por triángulos. Todo lo anterior enmarcado en suaves ondas de un cabello oscuro marrón caoba. Sus ojos tenían la misma forma que los de un gato, mostraban el color del abolengo Vespiam con un tono avellana ambarino, y, afelinados como eran, la hacían ver fascinante y exótica. Tenía una nariz pequeña, respingada y sencilla. Sus labios estaban bien dibujados, eran rojos como cerezas, cuando Corrine se molestaba, los fruncía dándole el aspecto de un pétalo de rosa y, al reír, elevaba la comisura derecha dándole un toque frívolo y socarrón a su belleza. Su madre había sido nómada gitana y ella había heredado toda la misticidad de aquella raza.
-Quería pedir su permiso personalmente para algo- manifestó Carsú mirándola con interés-.
Cory maulló instando a Corrine a dejar el tono displicente con el hombre y ponerle la atención requerida.
-Quería tener su permiso para cortejarla, señorita SoVespiam -propuso el hombre con decisión-.
El carruaje dio un respingó por algún bache en el accidentado camino lo que le permitió maldecir con excusa a la chica. Luego Corrine recuperó la compostura, cruzó sus manos enguantadas sobre su regazo cubierto por la muselina color melocotón de su vestido de viaje, el corsé, un poco holgado para la comodidad, de pronto le pareció muy suelto y mal colocado por lo que enderezó la espalda orgullosamente.
Cory, el gato persa, brilló momentáneamente en plateado y su forma peluda se desdibujó por un par de segundos hasta que fijó su forma en la de una liebre gris, reflejando así el nerviosismo oculto de su ama.