Alma Corrompida

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Cory, transfigurado en una nívea lechuza, observaba a su ama con sus grandes ojos de color avellana idéntico a los de ella. La indiferencia que le había impuesto como castigo por su arranque de imprudencia del baile de la noche pasada le estaba costando bastante a Corrine.

Bastaba mirarlo, allí posado en el asiento del frente al de ella con sus ojos fijos en la total desaprobación que sentía por su comportamiento, para darse cuenta de que su altanería le estaba costando también a él. Sin duda la ley de hielo que le tenía era un castigo doble porque a Cory también le costaba no recriminarle nada.

El cochero arañó la ventanilla con los dedos y esperó a que la chica le diera permiso para abrir la puerta.

-SoVespiam, me preguntaba... ¿Hacia dónde desea usted ir esta mañana? -el acento cockney hacia que el tono respetuoso pareciera vulgar y eso logró que ella soltara una sonrisa.

Si, aquello era una venida del cielo. Algo que le aseguraba ganarse a Cory de nuevo.

-Me llevará primero al Piccadilly del Passe francãis... Luego se nos unirá la caravana y continuaremos a Hampshire- decidió Corrine lanzándole una mirada de soslayo a Cory.

El cochero le hizo una torpe reverencia y luego cerró la puerta.

-Si tu intención es sobornarme con dulces...- murmuró el alma y luego hizo un silencio teatral-. Debes abandonar de inmediato el intento, pues no voy a dirigirte la palabra ni aunque se te fuera la vida en ello.

-Suenas de lo más hipócrita "SoCory". Si tomas en cuenta el hecho de que acabas de hablarme -le dijo ella.

-Touché -replicó el ave y luego regresó a su perfil impertérrito.

Frunció el ceño.

-Vamos... Ya, escupe toda aquella sarta de reproches -soltó sin poder aguantarlo ya-. Sé que te mueres de ganas de sacármelo en cara...

El tono de voz con el que dijo aquello hizo que Cory agitara sus grandes alas entre blancas y grises para hacerla callar.

-Aparte, todo lo que pasó ayer fue tu culpa –continuó ella indolentemente-. Si mal no recuerdo, fuiste tú el que insistió en que asistiera a aquella fiesta. Y... Dio Mio siantissimo... No pasó nada, nadie se percató de mi identidad y mucho menos de la de él. A quien no veré jamás en ninguna otra ocasión -Cory le lanzó un fallido picotazo-.

-¡Basta ya! -refunfuñó-. Antes de que acabes intentando justificarte.

-¿Justificarme? -su lado irreverente salió a flote-. Hablas como si hubiera asesinado a alguien. No hice nada malo, Cory.

-Besaste a un desconocido... -la lechuza cerró sus alas y estiró su cuello para recalcar lo que decía-.

-He besado antes a otros hombres, Cory, y no te ha importado -le recordó con cinismo-.

-Este no es el caso... Ha sido diferente y lo sabes. Puedo sentirlo -Cory soltó aquello en el mismo tono cínico e indolente con el que Corrine le había discutido pero la frase en sí la caló hasta los huesos-.

-Yo no... –articuló-.

-Te cuesta incluso negarlo -le reprochó en un grito furioso-.

Se le hizo un nudo en la garganta a la mujer. Había soñado con aquello. La erótica caricia de aquellos labios mientras asían los de ella, el sabor dulce que aquella boca sobre la suya, el sutil aroma a colonia cara y a piel limpia. La forma en que se había sentido entre aquellos brazos musculosos y duros, la hacía sentir tan pequeña y femenina... Y un par de ojos verdes. Todos esos pensamientos me sumergían en un confuso mar de excitación.

La habían besado antes, en situaciones aun más románticas y mil veces más íntimas. Pero ese breve atrevimiento, aquel momento que jamás debió haber ocurrido, lograba dejarla sin aliento aun ahora.

Reinó un violento silencio en el carruaje roto solamente por su alterada respiración.

-Corrine... Lamento haberte hablado de aquella manera... Yo no debí...-comenzó a disculparse Cory y, en contra de su voluntad, se plateadó hasta que su figura de lechuza se tornó confusa y en su lugar brillo la forma de un pequeño conejillo de indias color trigo-.

-No, tienes razón. He sido una imprudente -murmuró tratando de controlarse-.

Si regresaba a su estado pasivo Cory iba a poder tomar la forma que deseara.

-¿Me disculpas? No veras jamás a ese hombre, y estoy seguro de que nadie te identificará -consoló su alma-. Ya déjalo, Corrine, estoy bien de roedor -dijo en referencia al esfuerzo de ella-.

Corrine nunca había podido lograr serenarse por completo. Admiraba la indolencia de su padre, él era incluso capaz de elegir la forma de su alma. Pero desechó esa idea, él no había querido a su alma.

Sawi, el alma de su padre, el cuervo. Jamás la había oído corregir a su padre, solo recordaba aquellas veces en las que decía "Y así se hará, milord" con su femenina voz sumisa. Su padre era el dominante allí, en esa relación alma/amo muy similar a la de sirviente/Lord.

Mientras que ella tenía a Cory como amigo, hermano, guía, incluso a veces lo sentía mayor que ella, como un maestro dispuesto a aconsejarla o a amonestarla según fuera el caso. Pero Sawi parecía someterse a la autoridad de Lord Vespiam. No se imaginaba a ese pragmático hombre dependiendo de algún consejo de ese cuervo (forma que Sawi llevaba siempre), siendo amiga de ella, incluso ahora, no se lo imaginaba llorando la pérdida de ella.



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En el texto hay: amor

Editado: 07.03.2018

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