Alma Mia

CAPÍTULO IX (parte 1)

Leo avanzaba por las catacumbas tratando de parecer indiferente, pero el enojo se delataba por la seriedad de su rostro. Donde normalmente había una sonrisa relajada y cínica; ahora había una delgada línea que escondía sus labios a causa de la presión.

¿Acaso pensaban qué no se iba a enterar de lo ocurrido? Había llegado hasta donde estaba por controlarlo todo detalladamente, algo como eso, especialmente como eso, no iba a pasar desapercibido ante sus ojos.

En cierto punto todavía le resultaba increíble su inclinación por mantener a David en un margen relativamente neutral. No tenía sentido si estaba haciendo pedazos el mundo, o si de hecho lo invitaba a unirse a él para lograr sus objetivos; pero simplemente no lo podía evitar.

No importaba si en el futuro caía por amor, ya fuera transformándose en un caído, o volviéndose humano; e incluso si aceptaba ir a su lado y pelear para ganarse a la exorcista... u obligarla... David seguía siendo diferente a él. Era algo primario, una cosa que provenía de su núcleo, del momento de su creación; un chispazo que no lograba descifrar pero que lo hacía una excepción entre los suyos. Y eso lo sabía bien porque era su otra parte, esa mitad divida que se mantenía como un fiel reflejo a la inversa.

Por eso, fuera cual fuera la opción que tomara su hermano, Leo no quería que se involucrara directamente en lo que hacía. La única condena que iba a recibir, sería una por amor. Ninguna más.

Aunque francamente, eso poco tenía que ver con su molestia actual, porque si bien involucraron a David, él todavía no tomaba la decisión de que hacer; por lo tanto, lo único que habían hecho era mostrarle detalles innecesarios. Y David era listo, demasiado listo.

El sonido de sus pasos se volvió más pesado conforme avanzaba, y los lamentos que se escuchaban a su alrededor guardaron silencio en reconocimiento a su presencia. Podía cambiar su naturaleza de ángel ha caído y viceversa en un instante, pero cualquiera que fuera el color de sus alas, el pecado ya estaba tatuado en su esencia.

Cuando finalmente salió del área que delimitaba el inframundo bajo el cementerio, un sello dorado se trazó bajo sus pies, y conforme siguió con su camino, el entorno a su alrededor se modificó de muros cubiertos de cráneos y piedra, a paredes en ruinas de un viejo edificio.

Allí por el contrario, los sollozos se intensificaron con su llegada. Era el único responsable por su estadía.

-Te gustaría explicarme...-. Exigió con deliberado mando -¿Por qué dejaste que David te viera?

Arial no se inmutó ante el tono de su voz, lo había sentido llegar apenas puso un pie dentro del hospital. Además, ya lo esperaba; después de todo, hizo lo que hizo solamente para llegar a este punto.

-Estaba en nuestro camino...-. Contestó sin siquiera dignarse a voltear para enfrentarlo

El viento sacudió con deleite su cabello. Estaba de pie frente a un enorme ventanal, que debido al tiempo y posición de aquel espantoso lugar, ahora estaba desprovisto de protección dejándolo más bien como un simple hueco en el muro. Sin embargo, todavía había pequeños pedazos del vitral que alguna vez lo cubrió; por lo que rayos de luz en distintas tonalidades daban color a las ruinas, acariciando con delicadeza la piel y el ala de la ángel.

Una criatura de belleza majestuosa, que había sido condenada al encierro.

Leo torció una sonrisa que anunciaba muerte, y avanzó para detenerse a su lado. La ciudad se movía en su típica rutina, los humanos totalmente ingenuos ante los seres que les observaban planeando la devastación de lo que conocían.

-No juegues conmigo...-. Cruzó los brazos al pecho, y se recargó contra la pared; antes de que su cuerpo chocara contra el afilado vidrio, este cayó al suelo en un tintineante sonido gracias a un poder invisible. -A diferencia del creador, yo no suelo ser tan indulgente con los que se oponen a mis deseos...-. Él no la encerraría, a pesar de que tenía las llaves para hacerlo; no, él la borraría de la misma historia si en algún momento pensaba que su existencia le perjudicaba. Fácil y rápido. -No tengo paciencia...

Apenas y lo miró de soslayo.

Era gracioso que hablara de paciencia, cuando habían sido los suyos los que estuvieron prisioneros desde tiempos inmemoriales, conscientes de cada maldito segundo que transcurría en el mundo, cada latido de vida a su alrededor; y sintiendo los cambios de estación como parte de una tortura en sus cuerpos inmortales.

Todavía le sorprendía un poco al reconocer que su sufrimiento, igual que el de él, habían sido provocados por una mujer. Que devastación tan grande podía causar una frágil y mortal humana.

-¿Paciencia?...-. Las cacofonías subieron de volumen, como si algo los hubiese asustado. No era extraño, reconocían el poder que tenía sobre ellos, sobre todos los espíritus impuros atrapados en el plano mortal... -Por supuesto que no la tienes, tú no sabes nada acerca de eso; pero si no vas a ayudarme a tener mi venganza, entonces solo observa como lo hago por mí misma, sin interrumpir tus preciados planes...-. Voz monocorde, con destellos de rojo y azul en sus ojos...

Las cejas del ángel cruel se levantaron casi hasta la naciente de su cabello, a la par que la comisura de sus labios en una torcida mueca de diversión. No lo pudo evitar. Todavía estaba molesto, pero era interesante verla actuar tan elegantemente, cuando estaba escupiendo una amenaza sin fundamento. Obviamente los años de encierro todavía hacían mella en su mente de General, sin importar que tenía casi medio siglo siendo libre.

Igual era un milagro que estuviera relativamente cuerda.

-¿Así que crees que puedes hacerlo sola?-. La risa bailaba en sus palabras. -Que tu pequeño acto de desobediencia no altera mis planes en absoluto, porque eres demasiado inteligente. Bien, te gustaría explicarme cómo encaja que mi hermano te viera en todo esto...




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