—BIEN, creo que esto es todo.
Trevor terminó de inspeccionar su casi destrozada camioneta para luego detenerse frente al vidrio hecho añicos de la ventana trasera.
—Ha sido el viaje más loco de mi vida —dijo cruzándose de brazos— ¿Estarán bien?
—Esta carretera es uno de nuestros límites entre ambos territorios —dijo Sean—. Nadie puede pasar sin que uno de nuestros guardianes se entere.
—Supongo que éste es el adiós, me alegra haberlos ayudado a regresar a casa.
Aria se acercó y puso una mano en el hombro del lince.
—Estamos en deuda contigo y con tu clan, gracias.
Trevor sonrió.
—De nada, ya nos volveremos a ver. —Sostuvo la mano de Aria por un breve momento y luego se separó—. Tengo un largo viaje hasta Washington en este pedazo de chatarra. —Se subió al vehículo y subió el volumen a su música— ¡Adiós gatitos! ¡Buena suerte!
Sean vio la camioneta desvanecerse en el horizonte, inspiró el aire tibio, la brisa susurrante de primavera acariciaba su nariz con olores familiares.
Retornó el punto de su mirada hacia la mujer de ojos azules, Aria se veía más fuerte que nunca, más deslumbrante bajo los rayos del sol. El ronroneo del puma fue acompañado por el calor que sentía cada vez que la miraba.
—Te dije que encontraríamos una forma de salir —dijo con la intención de retrasar lo más posible la inminente separación.
Un suspiro cansado salió de su boca, y otra vez, esa sonrisa pequeña y tentadora apareció para robarle el aliento.
—Somos libres, nunca volveré a dudar de ti. —Su sonrisa se desvaneció, su rostro volvió a ser serio e inflexible—. Es hora de reunirnos con nuestros clanes.
Sean trató de mostrarse tranquilo aunque por dentro se caía a pedazos.
—Sí, supongo que esto es un adiós.
Aria asintió, con su espalda recta y su mirada en alto, un alfa pura curtida en hielo y acero, sus ojos se posaron en los suyos por un instante que él deseó que fuera eterno, pues lo único que quería era hundirse en las glaciales aguas de sus ojos.
—Adiós Sean —un ligero temblor mermó la fuerza de su voz—. Permanece en tu territorio y por lo que más quieras no vuelvas a invitarme a cenar.
Él sonrió, puso sus manos en su cintura y miró el suelo por unos segundos, sacando fuerzas para soportar el verla ocultarse de nuevo dentro de su fría indiferencia, elevó su vista.
—Somos aliados ¿Lo olvidas?
—Somos depredadores, Sean, no podemos olvidar nuestra territorialidad.
Su corazón latió al ritmo de la desesperación al verla darse vuelta. En un último y loco acto por mantenerla cerca tan solo unos segundos, Sean avanzó con prisa antes de que ella se internara en el bosque, con fuerza la tomó por el brazo y la obligó a darse vuelta.
— ¿Qué mierd...?
Calló su protesta con un beso, ella quiso alejarse estampando con fuerza su puño contra su pecho, sin embargo no retrocedió ni un paso ni separó sus labios. Relajó su cuerpo, y en esa simple acción, Sean obtuvo todo lo que necesitaba saber. Besó sus labios con la necesidad que acumulaba en cada momento que no la tenía cerca, con la intensidad y la fuerza de un hombre consciente de su último beso.
Se separó, el puma protestó en su mente, Sean se quedó quieto, respirando con prisa, esperando una represalia, un insulto, un arañazo.
Pero cuando con lentitud, ascendió su mirada, Aria permaneció en su lugar, sus ojos vidriosos contenían lágrimas que con fuerza reprimía para evitar dejarlas salir.
—Regresa a tu territorio —dijo con voz ahogada.
Con la angustia de alejarse de la mujer de su vida, Sean retrocedió y dándole la espalda atravesó la carretera sin siquiera mirar, ignoró el bocinazo y el insulto del camionero al que esquivó de milagro.
— ¡Sean!
El llamado de Aria lo detuvo, incapaz de volver a mirarla, esperó.
—Todavía tenemos una promesa que cumplir, nos volveremos a ver.
Escuchó sus pasos alejarse cada vez más, se quedó en su lugar aun cuando la brisa ya no traía su aroma, aun cuando lo único que podía oír eran los cantos de las aves que revoloteaban nerviosas en las copas de los árboles.
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Editado: 23.02.2019