Voces.
Oía voces sin identificar a quienes pertenecían, en el vacío de su mente todo estaba tranquilo desde hacía mucho tiempo, tanto que no recordaba muy bien desde cuando estaba así.
—Debiste detenerla —una voz ronca y cansada, de un hombre enojado—. Se supone que eres su mejor amigo.
—Eres muy tonto si todavía piensas que alguien puede dirigir su camino, ella toma sus propias decisiones.
Una respuesta dura, esa voz tenía poder y un rastro sutil de frialdad.
— ¿Cuánto tiempo ha pasado? —otra voz, un poco suave, femenina, se alzó en el aire.
—Casi dos meses —respondió la voz enojada—. Ella sigue igual, pero él ha mejorado.
—Lo ha salvado —continuó la voz fría.
— ¿A qué costo?
—Eso no importa.
Las voces se silenciaron, una oleada de sensaciones surgió de repente, aromas familiares y extraños llegaban para abrir sus recuerdos, sentía calor bajo su piel, sus terminaciones nerviosas activarse de un largo letargo, pronto pudo mover sus ojos despacio, luego sus párpados hasta que curioso probó levantarlos y la luz llegó.
—Shelly llama a un médico —urgió la voz fría— ¡Rápido!
Un techo blanco le dio la bienvenida a su vista, se sentía confuso como si estuviese en un extraño sueño en que no era capaz de enfocar con precisión.
Una silueta borrosa se interpuso entre el techo y sus ojos, una luz le dio en los ojos y ardieron como si fuese un láser impactando contra sus retinas. Quiso gritar, pero lo único que pudo hacer fue tragar saliva.
—Sean ¿puedes oírme? —eco, la voz cascada era un eco— ¿Puedes entenderme?
Cerró con fuerza sus ojos y al abrirlo pudo ver un poco mejor.
— ¿Está bien?
Definitivamente sabía a quién le pertenecía esa voz.
—Em... Emi... Emily.
—Aquí estoy.
Ojos marrones llenos de lágrima, giró su cabeza a la derecha y vio el inconfundible rostro de su hermana mayor. Luego una mano cálida tomó la suya.
—Lo siento, lo siento, lo siento, tenía tanto miedo...
Un suave llanto, Sean reforzó su agarre para calmarla.
Tosió un poco para liberarse del nudo que le impedía hablar, mientras el médico de cabello gris seguía examinándolo abriendo sus ojos ampliamente, haciendo gestos de sorpresa y asombro a medida que avanzaba con sus instrumentos.
—T-tranquila Emily, no he m-muerto.
Ella rió débilmente.
Sintiéndose capaz, con fuerza y con vida, Sean se incorporó en la cama.
—Espera muchacho —el médico intentó detenerlo, pero no lo logró—. Despacio, estuviste mucho tiempo inmóvil, espera ¿no sientes dolor?
Sean enfocó su mirada en el hombre, tenía ojos azules y arrugas en sus bordes.
—No, me siento bien.
—Pues esto es extraño —frunció el ceño—. Tu recuperación debería ser más lenta, estuviste dos meses en coma.
Volteó a ver a Emily, seguía sosteniendo su mano con demasiada fuerza, como si temiera que al soltarlo fuera a desvanecerse como polvo, ella seguía con su mirada llena de afecto, culpa y lágrimas.
Y en ese instante recordó la razón por la que estaba en una habitación de hospital.
Recordó una noche de lluvia fuerte, él manejaba a alta velocidad en la motocicleta que había tomado sin permiso de su hermana, demasiada velocidad, y sufría, lloraba, estaba desesperado y eso había nublado su juicio.
Un vehículo en sentido contrario se corrió de carril, él intentó esquivarlo pero las ruedas le fallaron, perdió el equilibrio y cayó.
Lo último que recordaba era una fuerte presión en su cabeza.
"— ¡Aria tuvo un compañero!"
Un dolor golpeó su mente al recordar eso, pero casi al mismo tiempo que apareció el dolor fue mitigado, una ola de suave calor se expandió desde su corazón hasta todo su cuerpo, sanando cualquier dolor.
Sorprendido, extendió una garra y se hizo una herida superficial en el dorso de su mano.
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Editado: 23.02.2019