Almas antiguas

Capítulo 20: Tráeme a la vida

 

De nuevo me encuentro aquí viendo mis propias huellas descalzas en la nieve, el frío se siente tan real, pero esta vez sé que no lo es. Puedo saberlo. He visto la muerte de Harriet miles de veces. Recuerdo el vestido, recuerdo la bufanda alrededor de mi cuello. Recuerdo mi cuerpo envuelto en sangre y recuerdo mi cuerpo casi desnudo caminando alrededor. Pero esta vez algo es diferente. No logro saber de que se trata. Debo alejarme de la escena. No puedo ver una vez más a Sam aferrado a mi cuerpo. Debo caminar.

La nieve carga mi cabello de pequeñas partículas y el viento me empuja en la dirección contraria. Por primera vez tengo el poder. Debo seguir adelante a pesar del inmenso dolor que me causa oír a Samuel maldecir y sollozar. A pesar de que mis pies descalzos son atormentados por la helada nieve que cubre todo cuanto puedo ver.

El llanto de un niño hiela mi sangre. ¿Acaso viene de la escena que intento dejar atrás? No puede serlo. Sólo intentan que no me aleje, sólo intentan que pierda el control. Debo seguir adelante.

El niño llora cómo un recién nacido. Sé que sólo es una ilusión.

El frio entumece todo mi cuerpo. Quiero despertar. Realmente quiero despertar.

—¡Emma! —llora una niña a lo lejos.

Comienzo a correr en su búsqueda. ¿Quién eres? Debo recordarte.

—¡Ayúdame, Emma! —grita a lo lejos.

Oh por dios. Sé quién eres.

La nieve bajo mis pies se siente como miles de cuchillas, pero nada importa mas que llegar a aquel callejón.

—¡Maggie! —lloró al verla sola al final de este.

Es un sueño, Emma solo es un sueño, debes despertar.

—¿Cómo puedes saber que sólo es un sueño? —habla alguien detrás de mí.

—Lo es—me volteo hacia él, pero ya no está allí. Vuelvo mi mirada hacia Maggie.

Allí está. Nuevamente. Me sonríe como un viejo amigo.

—Tu tienes a mi hermano, yo tengo a la tuya—hizo una pausa acariciando sus dorados rizos, Maggie sollozó— Me parecía un trato justo.

—Déjala ir.

—Oh, pero no puedo hacer eso, o estaríamos en desventaja ¿O no?

—Déjala ya.

—No, no y no chiquilla. No estas en posición de demandar—me reprendió.

—Por favor—rogué.

—¿Ya no crees que sea un sueño?

—Lo es.

Me digo a mi misma. Maggie llora. Maldito infeliz.

—¿Cómo has dicho? Mira que me han llamado de muchas formas.

—Eres un bastardo hijo de perra, ¡suelta a mi hermana!

—¿Cómo puede decir eso de mi madre? —fingió ofenderse— También es la de Samael.

Necesito despertar. Vamos Emma, despierta ya.

La nieve bajo mis pies comienza a crecer y congelarlos.

—Pero sabes que cuando despiertes seguiré teniendo a tu hermanita, ahora eres tú quien debe decidir si te quedas con mi hermanito o vienes por ella.

El corazón me dio un salto.

—Pero no te atrevas a informar de esto a nadie o tu pequeña Maggie no volverá a ver la luz del sol, que digo, no verá nada.

—¿Qué quieres?

—A ti. Me canse de esperar que tomes una decisión inteligente. Ya he notado que tu y mi hermano son el uno para el otro.

—Iré. Pero deja a mi hermana—lloré.

—Te estará esperando cuando llegues.

—¿A dónde debo ir? —pregunté llorando.

—Sólo debes quitarte ese estúpido collar y salir del edificio en el que te encuentres, mis muchachos estarán allí en un minuto.

—Lo haré, pero debes prometerme que no le harás daño.

—No puedo hacer promesas, ¿acaso sabes quién soy? —vociferó.

—Por favor—lloré.

—No tardes demasiado, no puedo proteger a la niñita tanto tiempo—presagió.

El llanto no tardó en llegar.

Abrí mis ojos sobresaltada.

—Hey, tranquila, ¿has soñado nuevamente con esa noche? —preguntó Sam envolviéndome en un abrazo. Lloré y lo abracé con fuerza. Esa será la sensación que mas extrañaré por el tiempo que me quede de vida.

—Si—mentí—Perdona por lo que haya sucedido esa noche, perdóname por escapar, y por como acabó todo, sé que en ese entonces eras mi vida—sollocé.

—Nada de lo que sucedió fue tu culpa, siempre me castigaré por mis decisiones, pero jamás me arrepentiré de haberme enamorado perdidamente de ti, eres la luz de mis ojos y quien los hace brillar. Durante siglos estuve asfixiándome en este mundo hasta que te encontré y volví a respirar, renací por ti mi Emma. No necesito nada más, no quiero mis alas, no quiero la gloria eterna, ni siquiera me importa si viviré cien años o un día más mientras sea a tu lado.

—Lo siento tanto—lloré, debía abandonarlo, él era el amor de mi existencia y debía abandonarlo. Una vez más.




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