Se siente protegido por la falta sensación de seguridad de todos los complementos que incluye su vehículo de alta velocidad. Conduce al doble de la velocidad permitida y sabe que, aunque se le reventaran un neumático, su adrenalina y sensación de volar en cuatro ruedas, junto la música excesiva hacen que su mente y corazón giren a un mil por ciento.
El tipo disfruta cuando nota que esa adrenalina activa por su cuerpo, al tomar una curva a 220 kilómetros por hora. La velocidad le hace sentir eufórico, aunque la cocaína también la ayuda. La autopista solitaria a esas alturas de velocidad nadie te molesta está disfrutando de la soledad de la noche pero tiene la sensación que alguien le observa. Sabe que es imposible pero echa un vistazo al asiento del acompañante. No hay nadie, vuelve a notar unos ojos clavados en la nuca. Mira por el retrovisor el asiento trasero. No hay nadie.
Nuestro sujeto circula a una velocidad excesiva pero tranquilo gracias a los millares de muertos que han forjados su sistemas de seguridad. Quizás si fuera consciente de ello no arriesgaría su vida de una manera tan frívola- aunque seguramente lo haría de todos modos. El hecho es que nuestro Ingeniero de éxito, con sus gafas de pasta y su erección rozando sus pantalones de Dolce&Gabana, conduce ajeno a todo ello. Sin embargo hay alguien que lo tiene muy en cuenta. Alguien que lleva tiempo siguiéndolo y, además conoce las lagunas de los sistemas de seguridad. Que sabe que tus células de seguridad reforzadas te protegen a ti, pero multiplican los daños del segundo vehículo en caso de una colisión. Y, para desgracia de nuestro Ingeniero, también conoce el punto exacto de la carretera en que ni los frenos de mitigación de colisión, ni los airbag inteligentes, ni los pretensores del cinturón serán capaces de salvarte la vida. Nuestro Ingeniero se ha dado cuenta demasiado tarde de que no estaba solo en su vehículo.
Unas horas más tarde, aparece con sus gafas de pasta sin graduar empotradas contra la luna delantera de su vehículo. El primer impacto contra el guardarrailes ha activado los airbag pero, debido a su alta velocidad el vehículo ha continuado deslizándose por inercia sobre el pavimento. Los dispositivos de control de tracción y frenada nada han podido hacer para evitar que el vehículo acabara rodando por un desnivel de doscientos metros y justo cuando las bolsas de aire a presión frontales y laterales empezaban a deshincharse el deportivo se ha empotrado de frente contra una cama de rocas.
La policía ha tardado varias horas en recibir el aviso. Cuando han llegado ya estaba amaneciendo. El cuerpo todavía estaba tibio, lo que indica que nuestro Ingeniero de Éxito no ha muerto de inmediato. Con un vehículo de gama baja la muerte habría sido inmediata, pero la alta tecnología de su automóvil de lujo ha conseguido alargar su agonía unas horas más. El tipo que ha provocado el accidente sonreiría ante esta contradicción si fuera capaz de mostrar alguna emoción. Ahora se limita a esperar al pie del terraplén, junto a la cuneta, mientras observa como los bomberos utilizan las sierras de metal para extraer el cuerpo de su víctima. A veces, esas sierras calientan tanto el metal que causan quemaduras de tercer grado en los accidentados antes de poderles sacar del vehículo, pero a él ya le da igual. Nuestro conductor temerario es ahora un cadáver con los esfínteres dilatados envuelto en ropa de marca pringosa. Ya no resulta un peligro para nadie, es un asunto solucionado.
El asesino vuelve entonces de nuevo a la carretera.
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Editado: 18.07.2020