Aitana.
No se si ha Simón le dieron algo hoy, pero que precisamente sea él el que me guía para entrar a una casa donde la gente duerme, me hace plantearme muchas cosas.
La casa de los papás de Maro y Armando, queda muy cerca a una de las playas principales, el problema es que ya nos alejamos bastante de nuestras casas y mi padre no va a estar muy contento de que sean las ocho de la noche y no haya llegado. Sabía dónde iba a estar, pero viendo que Aina me vio, no se que esperar.
Nos encontramos en el patio, escondiéndonos detrás de los arbustos. La casa queda en una locación un poco fina, aunque es de esas familias que viven de las apariencias. La casa no es tan grande, la vez que llegue a venir, la recuerdo con el cuarto de cada quien, el baño, la sala y la cocina.
—Recuerdas como es, ¿no? —pregunta Simón, quien mira para todos los lados y está pensando en como vamos a entrar.
—Si, estuve una vez para un trabajo, solo que tenía unos ocho años y no sé si cambiaron algo.
—¿Cuál es el cuarto de Maro?
Me paralizo por solo el hecho de pensar entrar a ese cuarto, porque de verdad no podemos escoger ese, no puedo estar en el mismo lugar donde se quitó la vida, eso me traería karmas.
—Ni se te ocurra, Simón. No pienso entrar a ese cuarto —le advierto.
Se gira de medio lado a verme, tiene el ceño fruncido.
—Eres consciente que es el único lugar donde podremos encontrar algo, ¿no? —No respondo, no puedo sencillamente entrar a ese lugar —. Sé que tienes miedo, pero, Aitana, de cierta manera esto te va a servir a ir cerrando este capítulo de tu vida —Se voltea completamente, y hablando suave y bajo, me toma de las manos —. Tu puedes, se que tienes miedo y es normal, a veces no es bueno saber que fuiste el malo de la historia, y luego tener que arrepentirse de eso.
—Gracias, gracias por siempre hacerme sentir bien —No aparta sus manos y solo me mira.
Me quedo viéndolo a los ojos, esos que solo expresan lo tierno que es.
Se aparta de repente, girándose de nuevo para al frente, dándome la espalda. Trato de quitar la idea de que asusto o algo.
>> El cuarto de Maro, es el que queda en la primera ventana.
Asiente, y empieza a caminar agachado, mientras que pasamos los arbustos y caminamos rectamente, hasta quedar en la pared, que tiene arriba las ventanas.
—Acá es donde decimos cómo vamos a subir —murmura, mientras busca algo.
Agradezco que esta casa, sea la última de la cuadra, porque si alguien viviera al frente, de seguro ya nos hubieran visto.
Como si el destino estuviera de nuestro lado, encontramos una escalera, a unos metros, la cual está recostada en un material de construcción, como maderas y herramientas.
Recuerdo que el papá de Maro tenía una empresa constructora —O tal vez todavía tiene—.
No perdemos el tiempo, Simón toma la escalera y al hacerlo, pierde un poco el equilibrio, haciendo que se tambalee y apriete mis labios para no reírme.
De verdad Simón no es el más fuerte. Conteniendome, camino para ayudar a atraer la escalera hasta la ventana.
—Fue un fallo técnico —se excusa, pero no deja de estar rojo.
—Si, claro. Acepta que eres demasiado flojo y que hacer fuerza no está en tus habilidades.
—Tienes razón, pero tengo muchas más otras habilidades —No me mira y al asegurarse que las escaleras sirven adecuadamente empieza a subir en ella.
Simón hoy está diferente, ¿a qué habilidades se refiere?
Al estar arriba, empieza a luchar para abrir la ventana, pero como era de esperarse está cerrada. Él revisa para todos lados, y al parecer recuerda que lleva algo, porque mete su mano a su bolsillo del pantalón negro que lleva y saca algo, que desde donde estoy no puedo ver. Empieza a forcejear con la ventana, hasta que esta se abre. Abro la boca, con ganas de gritar, pero me resisto.
Él entra, y es allí cuando me doy cuenta que es mi hora de entrar, cosa que empieza a generar náuseas.
Tú puedes.
Recuerdas las palabras de A.
“No te dejes caer, sigue sonriendo, alma gemela”.
Empiezo a subir las escaleras, pensando que cada vez que levanto la pierna y pongo el pie en cada escalón, es algo que me va ayudar a enfrentar eso que por años le he temido.
Al llegar, Simón me ofrece su mano y paso por el marco de la ventana. Al estar allí en la habitación, el frío de este cuarto me hace estremecer. Me abrazo a mi misma, mientras me atrevo a revisarla.
Todo es tan diferente, los posters, los cuadros, la cama, todo. Antes solía tener posters, en los cuales estaban sus caricaturas favoritas; ahora son reemplazados por unas bandas diferentes —ya que pues no se como se llaman—, también su cuarto se volvió de una paleta de colores muy rojos, mientras que antes todo era de color blanco, con azul.
Este parece otro Maro.
Ahí encima de su escritorio, hay una biblioteca pequeña. Camino hasta allí, donde tomo uno de los libros, este es aquel que leía uno de los últimos días antes de que hiciera lo que hizo.
—Ahora bien, busquemos algo —susurra Simón, mientras camina hasta el armario que hay.
No se que hacer, me siento bloqueada, este lugar es como mi maldita cárcel, cada cosa que veo es el recuerdo de Maro comparado con el que me molestaba.
En los momentos en el que lo moleste, jamás se me paso por la cabeza el que quizás él tenía mil cosas en la cabeza, en el que cada vez que estaba en la biblioteca buscaba una forma de escapar del mundo. Nunca me puse en sus zapatos, ya que para mí él vivía de las mejores maneras.
Nunca me puse a pensar, que quizás su cambio tan repentino de ser, era por algo.
Eso es lo que Edward hubiera llamado karma.
Porque el estar acá, me hace sentir el karma de mi vida, uno en el cual las cosas no tienen una forma de pararlo, y eso quema.
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Editado: 20.05.2021