Austin.
Mi cabeza palpita, mi garganta se siente seca y los labios los siento pesados. Claro que se el motivo, el problema es que los gritos de mi madre un domingo en la mañana no ayudan a mi resaca.
—¡Desayunen bien, los amo! —se despide a puro pulmón, indicándonos que se va al trabajo.
Abro los ojos y me siento en la cama sintiendo pulsadas en la parte izquierda de la cabeza. El haberme tomado toda una botella de ron fue una mala idea, pero en mi defensa lo necesitaba luego de esa escena de Aitana llorando por Simón, era lo suficientemente perturbador entender que una persona tan fuerte como ella, haya llorado por él y encima me haya dicho todo lo que lleva en sus hombros.
Escucharla fue como si me cayera un balde con agua.
De solo pensar en Holdan y ella me genera algo en el pecho, un mal sabor en la garganta y un revoltijo de emociones en el estómago. Se que voy de mal en peor, pero me siento impotente perder algo que alguna vez me perteneció.
—¡Austin, el desayuno! —la voz irritante de Kanti me llama.
Gimo de dolor y rabia, por lo que pataleo las cobijas. Me levanto bufando y no puedo evitar caminar hasta la cortina de mi cuarto y asomarme por una parte de ella; al frente solo veo su cortina de flores moradas y sin rastro de ella.
Pidiendo paciencia, abro la puerta y bajo hasta la cocina, donde ya está Santiago, Mateo, Pablo y Kanti sentados. Esta última me indica mi puesto y camino hasta allí, pero al ver lo que está servido me pregunto quien hizo este desastre. Las tostadas están un poco quemadas, los huevos están muy secos y el chocolate se nota que le faltó eso mismo, chocolate. Me siento interrogando a todos, pero solo pueden mirar a mi amiga.
—Como hoy ya regresó a casa quería hacerles el desayuno —dice entusiasmada. Hasta con este gesto Kanti podría pasar por una persona agradable, pero en realidad prácticamente nos obliga a desayunar esta barbaridad.
Todos empiezan a desayunar con una aparente emoción, cosa que no tenemos por ser fin de semana y por este desayuno. El único que no se queda callado es uno de mis hermanos mayores.
—Agradezco tu gesto, pero no me gustan las tostadas quemadas, ni mucho menos los huevos secos —Se levanta de su silla, para caminar a la cocina.
Kanti le manda unas miradas mortales, pero él ni lo nota. Seguimos desayunando y ahora entiendo porque Kanti dice que su madre se queja que ella no la ayuda a nada. Se nota de por sí, que cocinar no es lo suyo y que el hecho que no nos ayude a limpiar la casa, es porque en su propia casa tampoco lo hace.
—Ayer me le declare a Aina —suelta de pronto Pablo, metiéndose una cucharada de huevos a su boca.
Santiago y yo nos miramos con sorpresa, aunque no es tan sorpresa, porque ya de por sí parecían novios.
—¿Qué le viste a Aina? Es demasiado tímida, cohibida y además su falta de personalidad me produce aburrimiento —suelta la bocona esta.
—Mira, Kanti. Estas en mi maldita casa, y que Austin sea tan bondadoso de traerte acá por unos días no te da el derecho de opinar. A Aina la respetas, porque no la conoces y si la conocieras te darías cuenta que la única aburrida en este mundo eres tú —suelta muy enojado, Kanti se pone roja de la vergüenza —. Así que cállate, hazme el favor hasta que te vayas. Y gracias por el gesto del desayuno, pero tus habilidades de cocina no se comparan nada con la chef de mi novia.
Aprieto los labios para no reírme, pero me es imposible. Pablo es mi favorito, de eso no hay duda.
—Mejor me voy hacer mis maletas —Se levanta de mala gana y sin terminar su desayuno, desaparece. Mateo deja la estufa y se va a mirar a las escaleras, de pronto para confirmar que no se va a quedar escuchando conversaciones ajenas.
—No entiendo cómo puedes soportarla —me dice con molestia.
—A veces yo tampoco.
—¿Quieren huevos con salchicha? —pregunta Mateo y confirmamos.
—Ahora sí cuéntanos como que ya son novios —dice Santiago, mientras se acomoda mejor y dejando sus brazos cruzados encima de la mesa —. Ya se les estaba haciendo tarde, hasta Mateo que es muy lento, te gano.
—Gracias por tu comentario —se queja el mencionado.
—La verdad fue ayer en la fiesta que había en la cafetería, decidí hacerle una gran sorpresa y aunque me parecía un poquito cursi, lo hice porque sabía que a ella le iba a gustar y cuando le hice la pregunta me dijo que si —se escucha muy feliz por eso, que hasta estoy tentado a chillar de la emoción.
Aunque a veces sea una loca completa, me alegran las cosas que hacen felices a mis hermanos.
—Me alegra por ti, pequeño saltamonte —Santiago toma a Pablo del cuello y lo lleva hasta su abdomen donde lo estruja, despeinando su cabello rubio.
—No me digas así, y suéltame —eso hace que los tres nos reíamos y Mateo llega con el desayuno.
—¿Qué tal le fue a Sofía ayer? —pregunta de pronto Santiago. Todos lo miramos desconcertados —. Es que ayer tenían uno de los parciales más importantes del primer semestre y pues aja, como yo ya pasé por eso, quería saber como le fue —No puedo negar que en su cara hay rastros de incomodidad.
—Es la mejor de su clase y según lo que me dijo se sintió segura con lo que puso allí. Aunque no habría problema que para la próxima te acerques a ella y le preguntes. Están en la misma facultad —resalta lo tan obvio.
—¿Y qué tal la fiesta de ustedes dos? —cambia de tema.
Maldito cobarde.
—Si, huye, Collins mayor —se burla Pablo.
—Yo estuve en una fiesta de la cual solo terminé en mi cuarto tomándome una botella de alcohol y que hizo que mi cabeza este para explotar —confieso.
—¡¿Tomaste alcohol?! —pregunta Santiago, exaltado —. No ves que donde mamá se de cuenta le va a dar algo.
—Lo sé, solo que lo necesitaba —intento defenderme —, ayer no tuve una buena noche y solo encontré esa solución.
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Editado: 20.05.2021