Abril podía sentir su mente palpitar como si en vez del cerebro estuviese su corazón. Experimentaba una presión en su cabeza que la hacía sentir como si fuera a estallar en cualquier momento.
Intentaba obligarse a recordar los acontecimientos ocurridos que la llevaron hasta ese punto, pero lo único que obtuvo como resultado fue una fuerte jaqueca, absteniéndose de insistir.
Sus ojos se fueron abriendo lentamente, saliendo de la oscura inconsciencia para encontrarse en una habitación levemente iluminada por un foco de luz. Intentó sentar su cuerpo, pero se le hizo imposible. Al bajar la mirada, observó cuatro correas sujetar firmemente sus piernas y brazos contra la camilla en la que estaba acostada, quedando inmovilizada.
«No pierdas la calma». Cerró sus ojos y respiró profundo, cuidando las pocas energías que disponía para mantenerse despierta. Observó los alrededores, evaluando su entorno con esperanzas de encontrar cualquier aspecto que le resultara conocido. No tardó en dar con una respuesta.
«El hospital comunitario». Ya habían pasado varios años desde la última vez que Abril había visitado aquél lugar, cuando su madre sufrió un accidente de auto hace dos años y tuvo que abandonar la universidad para irse corriendo a verla. Sin embargo, reconocía el ambiente poco familiar de las habitaciones; un sitio cerrado en el que apenas se podía caminar por el espacio que ocupaba la camilla, con apenas dos sillas de madera puestas cerca de la puerta para los visitantes y una ventana grande que, suponía ella, daba vista al exterior, pero que en su lugar estaba puesta una cortina de cristal que apenas dejaba ver la claridad del sol «Un lugar bastante deprimente para alguien que busca recuperarse».
Si bien le resultaba un alivio reconocer su ubicación, no omitía el hecho de que posiblemente había sido secuestrada. Pensó en gritar, pero tras meditarlo, entendió que por los momentos no parecía ser su mejor alternativa, comenzando por intentar liberarse de sus ataduras. Parecían ser correas de hombre, hechos de cuero y sujetados muy firmemente a sus extremidades. Primeramente imitó los consejos que había leído en Internet, relajando su cuerpo para que sus muñecas se deslizaran por la correa sin necesidad de romperla, pero no resultó posible, debido a que el espacio no era suficiente para hacer pasar sus manos. Al cabo de unos minutos, Abril se rindió y optó por la fuerza bruta, sacudiendo ambos brazos con la vana esperanza de romper el cuero. No tardó en olvidar su idea inicial de mantener la calma.
Entre zarandeo e intento fallido, unos pasos empezaron a escucharse fuera de la habitación. En un principio, Abril no percibió el tenue sonido, ahogado por el crujido de la camilla moviéndose de un lado al otro. No obstante, a pocos metros de la puerta, el ruido de los pasos finalmente llegó hasta los oídos de la joven. Detuvo su forcejeo y quedó inmóvil, observando hacia la puerta, atenta a quien se aproximaba.
Finalmente, la puerta se abrió.
Sin mucho misterio, un hombre de apariencia treintena se posó frente a la camilla. Abril lo detalló como pudo; era alto, con rasos faciales que le recordaban vagamente a las de un Alemán joven, pese a poseer unas pronunciadas ojeras que le sumaban varios años en apariencia. Su cabello era corto y oscuro, con unos llamativos ojos esmeraldas que resaltaban bastante en él. Bajando la mirada, se fijó en sus vestimentas. Estaba bien abrigado —nada de extrañar ante las bajas temperaturas— con una chaqueta gruesa color caqui y unos vaqueros azules.
A primera vista, no parecía tener el aire de un secuestrador. Estaba recto, manteniendo un aire elegante mientras se dirijia a Abril con una sonrisa tierna. Pese a ello, la chica no bajó la guardia, mantuvo silencio sin despegar la vista del hombre ni un instante.
—Vaya, parece que la princesa se ha despertado —dice, con tono de burla.
—¿Quién eres?
Los ojos del hombre se abrieron con sorpresa, parecía que la repentina pregunta lo había descolocado.
—Parece que la princesa no tiene modales.
Seguido de una risa, el hombre se puso a un lado de la camilla, sentándose junto a Abril. La chica hizo lo posible por apartarse, no estaba cómoda en lo absoluto con su cercanía.
—¿Como está tu cabeza? —preguntó, extrañamente avergonzado —. Lamento mucho el golpe, no tuve opción.
A abril le sorprendió el comentario, ciertamente sentía un molesto dolor en la parte trasera del cráneo, y un golpe podía explicar el malestar, pero no era a lo que le daba importancia. «Me ha golpeado, atado y posiblemente secuestrado, ¿qué es lo que quiere de mí?». Diferentes ideas cruzaban su mente a la vez; dinero, violación, un simple psicópata que secuestraba por placer. Cualquier alternativa que se le ocurriera le causaba un estado de ansiedad mayor que el anterior; su respiración empezaba a acelerarse y cuerpo temblaba. Se sentía indefensa, como un herbívoro frente a un cazador.
Necesitó un par de segundos para organizar sus ideas y poder adquirir la valentía de volver a hablar.
—¿Por... Por qué haces esto?
Por segunda vez, la pregunta toma por sorpresa al contrario. No obstante, esta vez muestra una expresión ofendida, arrugando el entrecejo.
—Pues, discúlpame —responde—, si fuera por mí, nos hubiéramos presentado en un jardín primaveral mientras tomábamos el té, pero tú fuiste la que intentó atacarme en primer lugar.
Abril parpadeó, mostrando incomprensión al escuchar la acusación del contrario «¿Que yo... he intentado atacarlo?». Estaba completamente escéptica ante aquella afirmación. Si bien sus recuerdos de los acontecimientos pasados estaban nublados, no podía imaginarse a ella misma atacando a una persona por la calle sólo porque sí. Ni siquiera lo veía creíble en un caso de defensa personal. Se veía más huyendo que defendiéndose.
—¿Te he intentado... atacar?
—Así es, querías golpearme con un bate, parecías una psicópata —río. Recordar el hecho parecía hacerle gracia—. Me tomaste por sorpresa y no tenía con qué defenderme, así que no me quedó otra que quitarte el bate y golpearte con el mismo. De nuevo, lo lamento.
Por más que intentara imaginarse la escena, sabía muy bien que ella no era una persona agresiva. Se mantuvo en silencio, sin dar una respuesta que la justificara. Le parecía absurdo lo que estaba oyendo.
El hombre estiró su mano hacia la frente de Abril. La contraria apartó su cabeza al instante como reacción, sintiendo una dolorosa punzada dentro de la misma debido al feroz movimiento.
—¡No me toques!
El pelinegro suspiró profundamente. Su paciencia parecía acabarse lentamente.
—Te he golpeado con un maldito bate sin medir mis fuerzas, ¿¡me permites ver como está tu cabeza!?
Se hizo un incómodo silencio. Sus palabras, que habían sonado como una orden, habían salido con un tono de voz bastante elevado que la sorprendió.
La expresión del chico lucía bastante frustrada, como si en verdad buscara ayudarle «estoy en un hospital. ¿No tendrían que encargarse un enfermero de eso?». Ver al joven entrar y querer examinarla le daba a entender que trabajaba ahí. Descartó la idea rápidamente: no portaba el uniforme de un enfermero o médico, y era consiente de que no podía ser atada en un hospital a menos que se tratara de un caso extremo, mucho menos con correas de cuero que la lastimaban.
«Además, ¿que tanta mala suerte puedo tener para que mi enfermero sea la misma persona que ataqué. —Se deshizo de la idea al instante—.¡Yo no he atacado a nadie!».
En medio de aquél dilema mental, el sujeto se acercó a la joven, revisando su cabeza. Sintió como este le quitaba un ligero peso de encima, viendo como dejaba algunas vendas sobre la cama «¿tenía la cabeza vendada?». Quiso tocar su cráneo para comprobarlo, pero recordó que estaba atada.
—Pues, la hinchazón está ahí, pero parece sólo una conmoción leve —se hizo hacia atrás, mostrando una seña con su mano—. ¿Cuantos dedos ves aquí?
«—Dos —pensó inmediatamente, mas no contestó».
Tras pasar unos segundos, el contrario bufó.
—Si no vas a contestar, al menos me puedes pedir disculpas. Casi me matas, ¿sabes?
Abril frunció el ceño «¿¡Él!? ¡Yo soy la que está en un camilla con un golpe en la cabeza!».
—No tengo por qué disculparme.
Nuevamente, se hizo un silencio entre ambos. Abril miraba hacia la ventana, evitando contacto visual con el hombre, pero aún así podía percibir un aura de angustia y tristeza que emanaba de él. Ella no sabía que podía significar, ni siquiera quería intentar adivinarlo, tan sólo deseaba que acabase el mutismo y que este le diera alguna respuesta «dónde estoy, por qué estoy aquí, cuánto tiempo llevo inconsciente, cuándo podré irme...».
Finalmente escuchó al sujeto emitir un sonido: un suspiro. Aún con la mirada apartada, la cama se movió y sintió la áspera mano del contrario tomar su muñeca derecha. Apretó su labio inferior y cerró sus ojos con fuerza, temiendo el peor escenario que pudiese significar un extraño sujetando a una chica mientras estaba atada, pero no resultó como pensó.
Escuchó la gruesa correa de su muñeca caer contra el suelo. Abril sintió como si esa parte de su cuerpo pudiera respirar nuevamente, apartando el brazo al instante.
—Claramente hemos empezado mal —dice el sujeto—. Temía que volvieras a atacarme al despertar, pero veo que eres una chica maja —cabecea—, dentro de lo que cabe.
El sujeto continuó soltando las correas que la mantenían atada a la camilla. Cada extremidad que iba liberando la apartaba, hasta quedar libre por completo, abrazando sus recogidas piernas en la cama, con una sensación bastante satisfactoria ahora que su cuerpo podía moverse otra vez.
Aún así, no bajó la guardia ni por un segundo, evaluando su entorno. Las ventanas estaban cerradas, y desconocía el piso en el que estaba —el hospital contaba con más de cinco—, por lo que la puerta era su única escapatoria, ubicada en el extremo opuesto de la habitación.
«Si me levanto y salgo corriendo...», lamentablemente, Abril tuvo que desechar la idea. No tenía las fuerzas para correr, su cabeza aún daba vueltas y se sentía débil. Incluso si adquiriera las fuerzas para levantarse, sabía que sería atrapada con sólo mirar al hombre de reojo, quien a pesar de aparentar una expresión comprensiva y distraída, en ningún momento había dejado de obstruir el paso entre la camilla y la puerta, como si estuviera preparado para su intento de escape.
Gruñó con fastidio ante la inteligencia del contrario. Por otra parte, una vez sueltas las cuatro correas, volvió a sentarse en la camilla, frente a ella.
—Empecemos de nuevo —volvió a hablar—, me llamo Hagen Becker. ¿Cuál es tu nombre?
—No te lo diré.
El contrario rió.
—En realidad, sólo pregunto por formalidades, sé que te llamas Abril Soler.
Hurgando en el bolsillo de su chaqueta, este sacó, para sorpresa de Abril, su tarjeta de identificación «debió tomarla cuando estaba inconsciente». Con enojo, alzó el brazo rápidamente y tomó su tarjeta, manteniéndola "a salvo" entre sus manos. A Hagen parecía haberle tomado por sorpresa la acción de la chica, mas no comentó nada al respecto.
—Vale, ahora que sabemos nuestros nombres, ¿puedo saber por qué me has atacado con un bate, en medio de la noche, sin razón aparente?
—No te he atacado.
Al principio pareció hacerle gracia el comentario, dejando escapar una risa. No obstante, al apreciar la seriedad con la que se diría la chica, su rostro se apagó con lentitud al comprender que hablaba en serio.
—Déjame ver. —Se llevó ambas manos al rostro, suspirando—. Voy a imaginar que lo dices en serio, y que no es un berrinche sin sentido. De ser el caso, me das a entender que no recuerdas lo que hiciste anoche, ¿me equivoco?
Abril no contestó, tan sólo apartó la mirada. Para Hagen, esto fue una respuesta positiva.
—Tal vez sea una conmoción más grave de lo que pensé —susurró con la mirada baja, parecía decirlo para él mismo—. Abril, ¿que es lo qué recuerdas de la noche anterior?
«Absolutamente nada». Permaneció en silencio.
—¿Has experimentado lagunas mentales? ¿Tienes algún recuerdo borroso de tu pasado?
«Todo mi pasado está borroso». Nuevamente, no hubo respuesta. Hagen suspiró frustrado, apartando la mirada.
—Si no me hablas, no podré ayudarte.
—No quiero tu ayuda —musitó entre dientes—. Quiero tratar con otro doctor.
—¿Otro doctor?
Para sorpresa de Abril, que entre sus posibles respuestas esperaba una burla del contrario diciéndole que no era doctor, o un rotundo no a su petición, sólo le miró desconcertado. Por varios segundos, la chica observó al joven con la mirada perdida, como si estuviera teniendo un debate consigo mismo dentro de su cabeza. Abril intentaba adivinar que es lo que había podido decir para causar tal desconcierto en el contrario «¿pedir un cambio de médico resultaba tan extraño?».
Finalmente alzó la vista hacia la joven. No pudo evitar sentir un escalofrío al verlo, su hombros estaban caídos, podía apreciar el cansancio y la confusión a través de sus ojos. Pero lo más resaltarte era su expresión apagada, como si se dirigiera a ella con la mente absorta en otros pensamientos que lo molestaban.
—Abril, no sé que tanto hayas olvidado. —Su voz era firme y sin vacilaciones, Abril no pudo evitar mantener silencio y escucharlo—. Pero, lo cierto es que no hay nadie más, eres la primera persona que veo en cuatro días.
Editado: 18.11.2019