Abril abrió sus ojos, preguntándose por cuantas veces más iba a despertar en un lugar distinto.
Se hallaba sentada sobre un taburete, frente a un espejo pequeño que adornaba la pared. Se miró si misma con asombro, casi sin poder reconocerse. Lucía hermosa, el maquillaje aplicado le daba un rubor rojizo y unos labios color carmesí que destacaban su apariencia, nada que ver con su pálido rostro natural que se asemejaba al de un espectro. El vestido azul cobalto que vestía se ajustaba a su esbelta figura, haciéndola lucir elegante y sensual a la vez. Su cabello, brillante como oro real, estaba siendo peinado por una figura detrás de ella que no alcanzaba a ver.
Sin poder vencer su curiosidad, Abril levantó la vista para reconocer a la persona. Lo que vio la tomó totalmente desprevenida.
Era la figura de una mujer mayor, probablemente con unos sesenta años. Su cuerpo, algo corpulento, llevaba una simple bata para dormir con estampado de flores. Pero lo que realmente llamó la atención de Abril fue su rostro, oculto tras una infantil y caricaturesca máscara de conejo. No podía apartar su mirada sorprendida y aterrorizada de aquella mujer.
—¿Que tanto miras, hija? ¿tengo algo en la cara?
«¿A caso me esta tomando el pelo? ¡Tiene una maldita máscara de conejo!». Analizando sus palabras, cayó en cuentas de lo que había dicho la mujer.
—¿Hija?
Se escuchó un leve gruñido a través de la máscara. Tomó la cabeza de Abril y obligó a mirarse el espejo para así poder seguir peinándola.
—Si, dije hija. Soy tu madre, cariño —explicó—. Es un mal momento para que empieces a olvidar las cosas de nuevo.
—¿De nuevo?
—¿Recuerdas por qué te estas arreglando tanto?
Abril se tomó unos segundos para intentar recordar, pero como era de esperar, sin éxito. Negó con la cabeza y un suspiro se escuchó salir de la mascara.
—Porque hay un chico muy lindo que está interesado en ti. —Frotó sus dedos con una sonrisa—. Aparte, tiene dinero.
Inmediatamente abril arrugó el entrecejo. «¿Tengo una madre interesada?». Ella estaba esperándose una mujer más tierna y maternal.
—¿Y nos queremos?
La señora se encogió de hombros.
—Yo supongo que sí. Se ven muy felices cuando están juntos, y te ilusionaste bastante cuando te invitó a salir. —Soltó el cepillo de peinar que llevaba consigo y lo dejó sobre una mesa a su lado, tomando con dulzura los brazos de Abril—. No tienes idea de lo feliz que estoy por ti. Pese a las adversidades, estas consiguiendo construir ese futuro que querías, cariño.
Aquella frase resonó con fuerza en su mente, como si fuera una llave que poco a poco estaba abriendo una puerta cerrada entre sus recuerdos. «Ese futuro que yo que quería...». Un terrible dolor de cabeza la azotó, encogiéndose con tormento. Cerró sus ojos y respiró profundo, intentando asimilar aquellas palabras con algún suceso ocurrido en el pasado.
Finalmente, un recuerdo vino a ella.
Estaba en la oficina de un hospital. Maquetas del cerebro humano, libros de ciencia y montones de imágenes del sistema nervioso adornaban la habitación. Frente a ella, estaba una mesa con una hoja, en la que habían tres palabras escritas. «"Coche" ."Agua". "Leche"». Abril tenía un lápiz en mano, intentando recordar más palabras. «Árbol, Manzana, llaves, corazón...». Todas venían al azar, pero ninguna era la que necesitaba.
—Vamos, sé que puedes.
La voz del sujeto frente a ella la sobresaltó, apartando la vista de la hoja para mirarle. El chico rubio y de aspecto extranjero se hallaba frente a ella, observándole con una sonrisa paciente en su rostro mientras le animaba a terminar aquel "examen".
«No recuerdo más palabras —tiró el lápiz sobre la mesa—. Me rindo»
El rubio cambió su mirada a una más desilusionada. Aún así, no borró su sonrisa en ningún momento, tomando la hoja para observar lo escrito en ella. Se suponía que debía memorizar una serie de palabras y luego escribir todas las que recordaba, pero no había resultado como deseaba.
—Tres palabras de veinte. Bueno, es mejor que cero. —Volvió a dejar hoja sobre la mesa, observándola—. Dime Abril, hace un rato conversamos sobre tres temas triviales. ¿Puedes decirme cuáles eran?
Abril mordió su labio superior, dejando salir un "Mmmm" mientras recordaba la conversación ocurrida momentos atrás.
—Hablamos, sobre el béisbol.
—Correcto.
—También... —hizo una pausa, el tema se le había escapado de la cabeza—. ¿Mitología griega?
—Casi, romana —corrigió—. ¿Qué más?
Hubo una pausa nuevamente, con la diferencia de que esta vez Abril se había quedado completamente en blanco.
—Hablamos... sobre. —No hubo respuesta.
—Arte —Respondió finalmente el contrarió.
«¡Lo pude haber respondido yo! —gruñó con frustración»
El joven permaneció en silencio unos instantes, tomando un bolígrafo para anotar diferentes cosas en una libreta que llevaba consigo. Abril apartó la mirada y empezó a observar la curiosa decoración del cuarto; le incomodaba saber que escribía sobre ella, como si la estuviese evaluando.
—Pues, tu progreso es más lento de lo que creí, es curioso —dice finalmente, luego de dos minutos—. Aunque debo admitirlo, de por sí eres un caso curioso.
Abril asintió con pesadez. Desde donde estaba sentada, observaba perfectamente la carpeta con su expediente médico puesto sobre la mesa. Justo a un lado de su foto y nombre, resaltaba una frase del resto.
"Caso: Amnesia disociativa anterógrada"
Abril había oído hablar de la amnesia disociativa durante un proyecto escolar. Se trataba de la pérdida de memoria debido a un evento traumático para la persona. Sin embargo, la palabra anterógrada no le sonaba.
—¿Me van a atar con una camisa de fuerza y me encerrarán en un psiquiátrico?
El contrario rio.
—Claro que no, jamás dije que estuvieras loca. Para que se te haga fácil entender, perdiste la capacidad de almacenar información en tu memoria a largo plazo —explicaba mientras señala a su propia cabeza.
Aquella información no le causaba más alivio a Abril. El rubio se percató de la inquietud a través de sus gestos, por lo queque decidió extender su explicación.
—La amnesia disociativa suele curarse al cabo de unos días o semanas. Mientras tanto, vendrás cada pocos días aquí para realizar diferentes ejercicios de memoria que te ayudarán. —De un cajón junto a su escritorio, el sujeto sacó una libreta prácticamente nueva, encuadernada con cartón color celeste. Este empezó a escribir en ella con su bolígrafo mientras continuaba hablando—. En casa tu tratamiento será fundamental. Asegúrate de realizar una rutina fija con la que puedas sentirte a gusto, y toma la medicación que he anotado para ti. Aumentarán tus niveles acetilcolina en el cerebro.
El rubio cerró la libreta y se la extendió, tomándola sin hacer preguntas.
—Pero más importante, debes anotar todo lo que ocurre a tu alrededor con el mayor detalle posible. También, asegúrate de cargar este cuaderno a todas partes contigo, y si olvidas algo, puedes consultarlo para sentirte segura.
Asintiendo, Abril abrió con curiosidad la primera página de la libreta. En ella, habían tres mensajes cortos escritos por el rubio.
"Galantamina. Una píldora diaria"
"Próxima cita con el doctor Wolfgang. 17 de Octubre (en dos días)"
"¡LIBRO DE RECUERDOS DE ABRIL SOLER!"
«Wolfgang, ese es su nombre...».
La joven observó la única página escrita con cierta conmoción. Se le hacía deprimente leer aquellas palabras, sabiendo que en cualquier momento tendría que depender de ellas para saber porqué llevaba una libreta que no le pertenecía.
No podía evitar sentirse culpable. Culpable porque estaba preocupando a todos sus seres queridos innecesariamente. Culpable porque su madre estaba gastando todo su dinero en una recuperación que no necesitaría si no fuera tan débil.
Culpable porque no era capaz de recordar las cosas con claridad.
Por el rabillo del ojo, observó aquel neurólogo que la miraba con un gesto compasivo; parecía que sentía lástima por ella. Para Abril, no era sorpresa que el contrario ya estuviera enterado de lo ocurrido hace apenas una semana atrás. Aquella tragedia aún le sacudía el corazón, como si la tiraran a un abismo y hubieran roto la única soga de la que dependía frente a sus ojos.
Esa soga era lo que más amaba en el mundo, y se lo habían arrebatado.
Volvió a observar al sujeto, su expresión no había cambiado en lo absoluto. No quería ser irrespetuosa, pero su mirada la estaba incomodando.
—Y, dígame —rompió el silencio—. ¿Esta amnesia... arógrada, me hará olvidar cosas como los idiomas que he aprendido, escribir o incluso quién soy?
El neurólogo negó con la cabeza.
—Es Anterógrada —ríe—. Y descuida, por el momento no pareces poseer amnesia retrógrada, por lo que tu memoria autobiográfica, procedimental, y otras que involucren cualquier acontecimientos antes del accidente seguirán manteniéndose con normalidad.
Abril asintió. No había entendido gran parte de las palabras empleadas, pero sus gestos positivos le indicaban que no debía angustiarse por aquella posibilidad.
El contrario, al repasar su pregunta, un pequeño 'click' hizo dentro de su cabeza, mirando a la joven con curiosidad.
—Mencionaste que sabes varios idiomas, ¿te gusta aprenderlos?
—¡Me encanta! —respondió velozmente—. Es mi tercera cosa favorita.
—Vaya, los tienes enumerados. ¿Cuales son las otras dos?
En realidad, Abril conocía muy bien aquella treta de los doctores. Buscaban cualquier tema que resultara de interés para ganarse la confianza del paciente y así pudiera abrirse él. Lo había visto cientos de veces en películas, libros y documentales. Por más que quería creer en aquellos ojos esmeraldas que brillaban con interés, era consiente de que tan sólo se trataba de una rutina laboral que debía seguir. Aún sabiendo esto, no tenía razones para negarse a responder.
—Pues, me gusta escribir y viajar, sobre todo viajar —se echó hacia atrás en su asiento con regocijo—. He viajado a muchos países: Alemania, Francia, Argentina... Solía aprender sus idiomas y culturas cuando los visitaba con...
Paró de hablar. No era necesario dar dicha información. Temía que de seguir hablando, reviviera aquellos amargos recuerdos que para su fortuna había olvidado.
El sujeto pareció estar a punto de argumentar algo, pero el pitido del teléfono fijo sobre el escritorio lo calló. Ambos se sobresaltaron cómicamente debido al alto volumen del aparato. Algo frustrado, el neurólogo contestó.
—¿Sí? —Hubo una pausa—. Que pase, ya estoy terminando aquí. —Colgó la llamada, dirigiéndose a Abril—. Tengo otro paciente esperando, así que es todo por hoy.
Abril asintió y se levantó de su silla. El sujeto la escoltó hasta la puerta de la sala, donde afuera la esperaba su madre con la máscara de conejo puesta que producía cierto escalofrío en la chica.
Antes de cruzar a la puerta, el neurólogo se acercó con disimulo a su oído, susurrando.
—Espero que te mejores pronto, me gustaría retomar esa conversación contigo.
«¿Hablar sobre qué?». Abril ya no se veía en la capacidad de recordar lo que había hablado con el joven momentos atrás. Intentó preguntarle, pero la puerta que estaba detrás de ella se cerró con ferocidad. Aquél ruido fue lo último que sintió antes de encontrarse nuevamente frente al espejo. Su madre ya no estaba detrás de ella, y tampoco estaba sentada, si no de pie, observando su cuerpo en busca de algún detalle que no le gustara. Encontró uno casi al instante, al intentar dar un paso hacia atrás y casi perder el equilibrio.
«Tacones... sí que debo estar enamorada»
—¡Cariño, Wolfgang ya está aquí! —Se escuchó gritar a la mujer desde otra sala. A los pocos segundos se asomó por la puerta, con una sonrisa entusiasta—. Se ve súper guapo.
Abril observó rápidamente los alrededores, identificando una habitación de paredes blancas con numerosas fotografías de ella que iban desde la infancia hasta su reciente graduación en la Universidad. Frente suya, había una cama individual cubierta con diversas prendas de ropa puestas desordenadamente, junto a la mesa nocturna en el que se hallaba una lámpara, reloj digital y bolso pequeño que hacía juego con su vestido. A un costado, estaba el closet abierto de par en par con un televisor al lado. Finalmente, el espejo y la puerta que se hallaban uno junto a otro.
Abril tomó rápidamente el bolso y observó lo que llevaba dentro: su teléfono móvil, labial, identificación y algo de dinero. Se lo puso en el hombro y salió algo tambaleante de la habitación, preguntándose como se le había ocurrido usar tacones sabiendo la mala práctica que tenía con ellos.
Apenas tuvo tiempo de observar la sala de estar, amueblado con sofás azules y decorado con una numerosa -y exagerada- cantidad de diversos adornos, los cuales iban desde figuras de cristal a diferentes recuerdos de viajes que se encontrarían en cualquier tienda de recuerdos. No había mucho más, pintaba como un hogar de clase media común.
Más lejos estaba otra puerta, que por el aroma a caldo de pollo identificaba rápidamente como la cocina. Lamentablemente, su oportunidad de ver el resto de la casa se esfumó al sentir aquella mujer con máscara tomarle de los hombros en dirección a la puerta de salida.
—Pórtate bien, no bebas mucho, y conquista a ese hombre con dinero, cariño. —Sin aviso, besó la mejilla de Abril. Se sentía extraño sentir los fríos labios de plástico en su mejilla—. Y sobre todo, no vayas a romper esos tacones, me han costado una fortuna.
Antes de que la rubia pudiera objetar algo, la puerta de su hogar se cerró, dejándola afuera.
«Parece que a la gente le encanta hacer eso —pensó, refiriéndose a cerrarle la puerta en la cara—. Al menos resolví el misterio de los tacones».
Abril observó el vecindario que la rodeaba, esperando poder apreciar algo que le resultara familiar. Sin embargo, lo único que obtuvo fue un profundo escalofrío al observar a los diferentes niños y adultos pasar por la calle, todos con máscaras similares a la que llevaba la madre de Abril. Animales, caricaturas o incluso objetos, todas las máscaras tenían figuras diferentes, pero todos caminaban y charlaban como si fuese lo más normal del mundo. La joven no hizo más que observar perpleja.
«De despertar en un mundo sin personas, a encontrarme en otro donde todos usan máscaras tenebrosas. He perseguido al conejo hasta su madriguera y he caído en el país de las maravillas».
Sin embargo, frente a ella había una persona que sobresalía frente a las demás, sin máscara. Sus ojos verdes resaltaban en la tenue oscuridad de la noche, luciendo un elegante traje color champaña mientras observaba a Abril sonriente.
—Luces hermosa, como siempre —dice, ofreciendo su brazo con caballerosidad—. ¿Nos vamos?
Asintiendo silenciosamente, Abril tomó el brazo del joven mientras poco a poco se iba alejando de su hogar. Mientras aquel mundo desaparecía a su alrededor y poco a poco despertaba de nuevo en aquella camilla donde había dejado su deprimido y solitario cuerpo, de su mente no desaparecía el rostro de ese rubio que aceleraba su corazón.
«Wolfgang...»
Editado: 18.11.2019