—¡Pandora, despierta!
Abrió sus ojos, somnolienta. Reina, su jefa, tenía las manos puestas en su cara.
—¿Qué…? ¿Qué me pasó?
—No lo sé, niña. Vine a buscarte al baño y te encontré tirada en el piso. ¿Estás bien?
Pandora miró a su alrededor, aturdida. Los recuerdos comenzaron a bombardear su mente. Aquellos ojos blancos tornándose rojos. Aquella sonrisa maquiavélica…
Qué pesadilla tan extraña.
Se incorporó como pudo. La punzada en su cabeza continuaba allí, pero era soportable.
—Estoy bien. Solo estoy cansada.
—Tengo unas medicinas en el auto. Te las traeré.
—No hace falta. Ya me siento mejor. Vayamos afuera.
—Está bien, pero prométeme que irás al hospital apenas el evento termine.
—Lo haré —mintió.
Más tranquila, Reina le ayudó a salir del baño. Antes de salir, notó que la mujer que había estado paralizada en la entrada del baño durante su sueño, estaba dentro, viéndola también preocupada. Frunció el ceño, pero no le dio demasiadas vueltas. No tenía cabeza para hacerlo.
Todo parecía normal afuera. Hubo un momento en el que barrió todo el lugar con la mirada a ver si veía una cabeza con cabellos blancos entre las tantas que había. Luego se reprochó. No podía darle cuerda floja a un simple sueño. Damien apenas estaba bajando del escenario. ¿Cuánto tiempo había pasado en el baño?
El resto de la fiesta transcurrió sin problemas. El agotamiento que sentía era el usual y la punzada en su cabeza había desaparecido. Pronto, olvidó aquella extraña representación que su mente tenía del Diablo. Lo recordó solo una vez más, cuando faltaban solo dos horas para la media noche, pero volvió a desechar el pensamiento, diciéndose a sí misma que le estaba dando demasiada importancia a una estupidez. Tenía que tomarse un buen descanso para que cosas así no volvieran a ocurrir.
Finalmente, cuando el evento llegaba a su fin, Reina la llamó aparte.
—La Vivonessa se fue temprano porque debe estar en París mañana. El señor Lukac ya va a retirarse. Por tanto, yo también.
—Así que yo también.
—Correcto. El problema es que Vivonessa dejó su auto y el chofer tendría que dejarlo en la casa del jefe y yo tendría que manejar el auto del jefe para evitar hacer doble trabajo.
—¿Usted? Pero usted no ve de noche.
—Lo sé. Cincuenta años no pasan en vano. ¿Podrías llevarlo tú?
—No hay problema.
—¡Bien! Pero después de eso sí irás al hospital —señaló. Pandora asintió, sonriente—. Hablo en serio, Pandora. Sé que este trabajo es difícil. Demasiado. Pero no te exijas y sacrifiques tantas cosas por él. Lo digo por experiencia.
—Descuide. Me gusta este trabajo, aunque sea agotador. Eso es lo único que importa para mí.
—Te gusta porque puedes ver al jefe, nada más —bromeó ella, haciéndola sonrojarse. Reina tomó su mano y dejó la llave en ella—. Vamos. El señor Lukac está ansioso por volver a casa y yo también.
Pandora asintió y la siguió. El auto de la señorita Vanessa estaba en la esquina contraria en el que estaba el del señor Lukác. Ambas se separaron.
Tres de las bombillas parpadean. Se detuvo, temerosa. El “tumtúm” de su corazón se escuchaba fuerte y nítido en sus oídos. Caminó más rápido. Tenía la sensación de que alguien estaba siguiéndola, como si la oscuridad le quisiera caer encima. Sin darse cuenta, comenzó a corretear un poco. Presionó la alarma del auto, nervioso. En cuanto lo escuchó sonar, corrió hacia él, lo abrió a todo velocidad e ingresó. Cerró la puerta y echó su cuerpo hacia atrás. Llevó una mano a su pecho e intentó calmarse.
—Deja de pensar cosas raras, Pandora —se dijo. Sujetó el volante y sacudió su cabeza—. No pasa nada.
Aguardó con impaciencia. Al visualizar la camioneta de Damien salir del parqueadero, arrancó el auto y los siguió. Ya calmada y en medio de la autopista, pudo pensar con más tranquilidad. Le echó cortos vistazos al auto de Vanessa. Era de último año y de una marca muy costosa. Aún recordaba la ocasión en la que Damien se lo había obsequiado y ella subió la foto a todas sus redes sociales.
¿Ella quería también vivir eso?
No. Pandora rayaba en lo patético con su afecto desinteresado.
Presionó las manos en el volante al volver a sentir malestar. No había dormido lo suficiente y estaba agotada. Nadie quería pasar su cumpleaños así, pero ella no tenía opción. Ella no era imprescindible en la empresa, pero la empresa sí era imprescindible para ella. El sueldo que tenía no lo obtenía en cualquier lado y tenía demasiadas cuentas qué pagar.
A su mente volvió aquella extraña pesadilla.
¿Qué hubiese pasado si, en un caso tal, hubiese aceptado?
El dinero era momentáneo, sí. Pero con él podría pagar la hipoteca de su departamento, los gastos médicos de su abuela. Sonrió.
La camioneta donde iban Damien y Reina cruzó hacia el camino que daba a la propiedad privada de su jefe. El camino era solitario. Había enormes árboles a cada lado de la carretera que se cruzaban entre sí, formando una especie de túnel natural.
—Podría irme de viaje, tomar muchas fotos y comprar una casita en el valle —se dijo, aun recordando lo soñado.
Nunca aceptaría una propuesta así, pero le gustaba imaginar cualquier escenario.
Era extraño. No tenía la mejor vida de todas. Incluso sus amigos y cercanos le reprochaban el hecho de no abandonar un trabajo que le exigía demasiado. Sin embargo, ella era feliz.
Disfrutaba su vida a su manera. Desde el camino al trabajo hasta el camino de vuelta. Había días como esos en los que se imaginaba mucho mejor, pero aquellos pensamientos no se daban la mayoría del tiempo. Solamente se manifestaban en la más alta cúspide el agotamiento.
O cuando el Diablo se aparecía diciéndole que podía solucionar todos sus problemas.
Aun así, jamás aceptaría un trato así. Su vida no era la mejor, pero era suya. Era su posesión más preciada y la valoraba.
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Editado: 14.06.2023