La lápida, con el nombre de Reina, acababa de ponerse entre la tierra removida.
Pandora dejó un ramo de caléndulas sobre ella. Eran sus favoritas. Se alejó, caminando entre las lápidas. Aunque las personas caminaban sobre ellas, su abuela le había enseñado a ir por las esquinas, por respeto.
Se detuvo en uno de los árboles para tomar un poco de sombra. Miró la lápida desde allí, reflexiva.
La señora Reina era una mujer cincuentona, sin hijos y sin familiares o conocidos cercanos. La mayoría de los que asistieron a su funeral fueron parientes lejanos y compañeros de la empresa.
Todos se habían marchado. Todos continuarían con su vida. Al menos el chófer tenía una familia que iba a recordarlo con cariño. Pero Reina…
«Sé que este trabajo es difícil. Demasiado. Pero no te exijas y sacrifiques tantas cosas por él. Lo digo por experiencia…»
Sintió una mano posarse en su hombro y se giró. Zuli le sonrió con tristeza, en un intento de darle un poco de consuelo.
—¿Cómo te sientes?
Negó, llorosa.
—No merecía morir así. Fue mi culpa…
—No digas eso. Lo que pasó no dependió de ti. Fue un accidente.
Pandora limpió sus lágrimas. Lo que había ocurrido en su cumpleaños seguía siendo irreal para ella, pero aun así no dejó de culparse. Estaba segura de que aquel ser maligno de ojos de luna roja había tenido algo que ver.
¿Las cosas hubiesen sido diferentes si ella hubiese aceptado el pacto de inmediato?
¿Se estaba volviendo loca?
Su corazón se aceleró con fuerza al ver una camioneta negra estacionarse en la acera.
Damien Lukác bajó del auto, apoyado con un bastón y siendo escoltado. Vestía de negro y el bastón con el que se apoyaba era de plata. Aún se estaba recuperando de la cirugía.
Traía un ramo de caléndula en sus manos. Pandora observó, conmovida, como su jefe dejó el ramo justo al lado del suyo, mientras se incorporaba y contemplaba la lápida.
—Es un insensible. No estuvo ni siquiera en el velorio o la misa. ¿Cómo se atreve a venir cuando ya está enterrada? La mujer le dio los mejores años de su vida.
—Zuli…
—Es la verdad. Al menos tendría que tener un poco de consideración por su empleada —replicó su amiga—. ¿Qué será de ti ahora?
—No lo sé. No he tenido tiempo de pensar en ello. Quizá vuelva a ser recepcionista en el piso tres o nuevamente la secretaria del señor Walter.
—Por Dios, Pan. ¿Por qué no renuncias de una vez? ¡Es tu oportunidad!
—No puedo darme el lujo de renunciar. Tengo deudas que pagar.
—No escondas tu miedo a renunciar con esa excusa barata. No quieres irte de esa empresa porque sientes que estás en deuda con ellos y no es así.
—Me dieron trabajo a pesar de no tener experiencia, me han dado la posibilidad de ascenso y he crecido mucho con ellos. Claro que me cuesta marcharme como si nada.
—No te regalaron nada de eso. Lo ganaste por tu propio esfuerzo.
—Son siete años. Es como querer terminar una relación de años con tu novio tóxico.
—¿Por qué metes a Alfredo en esto? ¿Sabes qué? Puede que yo haya tenido una relación tóxica con mi novio, pero tú la tienes con el trabajo. ¡Tienes dependencia emocional! ¡Ni siquiera tomas vacaciones decentemente!
Pandora resopló, resignada. Zuli también repitió el gesto. Siempre era lo mismo por parte de ambas. Una le reprochaba y la otra hacía de oídos sordos.
—¿Por qué tomaría vacaciones cuando puedo generar dinero suficiente para pagar mis deudas? Ya luego podré tener vacaciones.
—¿Ah sí? Imagino que serán las vacaciones que se acaba de tomar la señora Reina.
—¡Zuli!
—¡Hablo en serio! —se puso frente a ella y señaló hacia atrás—. Mira cómo terminó la pobre. De tanto trabajar, no hizo amigos, no tiene familia y la persona a la que le dio la mayoría de su tiempo apenas y acaba de venir para dejarle flores. ¿En serio quieres terminar así?
—Estoy seguro de que la señora Reina tuvo una mejor vida de lo que usted alguna vez podrá desear.
Ambas se sobresaltaron ante la voz grave y fría. El corazón de Pandora se saltó tres latidos al verlo vestido completamente de negro, con la cara magullada y apoyándose en aquel bastón. Agradeció que al menos se encontrase vivo.
—Señor Lukac, espero que se encuentre mejor. Sentido pésame —manifestó Pandora, mirándolo directamente a los ojos.
Desde lo ocurrido se prometió a sí misma que no huiría más de él y sería valiente. Lo cumpliría.
Damien la observó, imperturbable.
—Gracias, señorita Leroy. ¿Podría hablar a solas con usted un momento?
Sus nervios afloraron.
—Po- por supuesto.
Damien asintió y le hizo un ademán para que lo siguiera, no sin antes despedirse cortésmente de Zuli con un gesto de cabeza.
Caminó detrás de él, con la mirada gacha. El nuevo chofer la saludó con una sonrisa de cortesía y les abrió la puerta del asiento trasero.
Damien fue el primero en entrar, seguido de ella. Pandora se encogió de hombros al escuchar la puerta cerrarse. La última vez que había estado acompañada de él en un espacio tan pequeño, había sido hace trece años, cuando ambos se habían topado en el ascensor del edificio donde vivían. En todas esas ocasiones, Pandora siempre se hizo en un rincón y agachó la mirada, tímida.
«Ya no más.»
Verlo en el borde de la muerte, le había hecho replantearse muchas cosas. Una de ellas, era haberlo evadido por tantos años.
Entrelazó sus manos y las puso sobre sus muslos, disimulando su nerviosismo. Tomó la valentía suficiente para levantar la mirada.
Damien tenía la mirada fija en las manos puestas en su bastón, serio.
—Señorita Leroy, me dijo que tenía siete años trabajando para nosotros, ¿no es así?
—Así es.
—Comenzó en atención al cliente y fue escalando poco a poco por meritocracia. Llevaba dieciocho meses siendo la asistente de la señora Reina. Quiere decir que aprende bastante rápido —manifestó, dejando ver que la había investigado.
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Editado: 14.06.2023