Aquel chico de nombre Eduardo notó que yo no alejaba mi mirada de aquella mesa donde estaban aquellas chicas platicando y bromeando, una de ellas de las mas bonitas pasó cerca de nosotros para dirigirse a la mesilla de enfrente de nosotros para saludar a una chica a quien luego invitó a sentarse en la misma banca en que ella estaba sentada con sus amistades, a pesar de que la hora de almuerzo estaba por acabar, su rostro me parecía similar, sabía que en algún lado la había visto anteriormente, así que yo la miré para percatarme si se trataba de la misma chica que yo conocía.
—Se llama Lorena— Me dijo Lalo, quien al parecer se dio cuenta de mis miradas qué al parecer fueron poco discretas. Ahí lo comprobé, mis sospechas eran certeras, desde el instante en que miré a aquella chica reconocí su cara; me recordaba a Lorena la niña de mi salón de cuando estaba en primaria, ahora lo tenía más que claro: era ella, estaba aún mas hermosa de lo que recordaba.
La adolescencia habíale pasado por su vida y había cambiado su aspecto fisico, sus ojos eran aún más brillantes de lo que recordaba, y aun más hermosos, noté que su sonrisa había cambiado radicalmente, sus dientes imperfectos ahora lucían hermosos y parejos, su rostro lucía aún más bello y femenino, su cuerpo había adquirido unas hermosas curvas que moldeaban su silueta como a una hermosa escultura hecha por Miguel Ángel y ese perfume que llevaba encima era exquisitamente fragante, llenaba el aire con su aroma, delicada y dulce pero a la vez tan fuerte y sensual, le veía juguetear con un chico de cabello rubio que vestía el uniforme de clase de deporte, su cabello era largo y un poco ondulado peinado hacia atrás.
Era obvio que mantenía mi mirada fija en aquella muchacha así que me puse colorado como un tomate y lanzé una leve risa nerviosa que no pude evitar.
—Estábamos en el mismo salón desde primero de secundaria hasta el último grado— Continuó.
—La conozco bien, estábamos juntos en primaria pero desde ahí no la había vuelto a ver—
Aclaré yo.
—¿Ella te gusta?—
Pronunció de improvisto el otro chico quien hasta el momento no se le había escuchado articular el más mínimo susurro, yo no pude evitar ruborizarme al escuchar tal cuestionamiento y solo dibujé una leve sonrisa en mi cara.
— Pues déjame decirte mi buen amigo, qué esa mirada lo dice todo—
Completó Lalo, sentí ese momento tan incómodo que no supe que decir, fué como si me hubiesen arrebatado el sonido de mis cuerdas vocales y quedara completamente atónito.
Tomás parecía un chico agradable, bastante sociable y extrovertido, aunque su apariencia mostraba ser un chico intelectual, de esos de lentes y estudiosos, fanáticos de sagas como Harry Potter o Star Wars, conocidos por ser poco populares o por tener pocas amistades.
—¿Tan obvio soy que notaste que estaba viendo a Lorena?— pronuncié por fin con voz un poco tembleque.
—Obvio no es la palabra, más bien digamos que la discreción no es tu fuerte... Lo sospechaba, Lorena es muy bonita y llama la atención a la vista—
—No la veía desde los doce años, también estaba en el mismo salón que yo desde primero de primaria hasta sexto grado, ha cambiado mucho, por eso la miraba, pensé que tal vez estaba equivocado, pero tú ya me has aclarado que sí es ella—
—¿Y tú como te llamas? —
Mencionó Eduardo intentando unir a aquel chico a su lado en la conversación quien, al fin levantó la cabeza y se decidió a hablar con un donaire que me impresionó.
—Me llamo Tomás.—
Pronunció mientras comía sus waffles
—Yo soy Lalo.—
Respondió el chico regordete
—Y yo me llamo Javier —.
Agregué al final quedando todos en un silencio profundo perturbado solo por el ruido de nuestro alrededor.
Lalo estaba por decir algo cuando sonó el timbre, nos levantamos de nuestros asientos sin decir nada y nos dirigimos a nuestros salones sin despedirnos, total... Eramos casi desconocidos y ya ni siquiera recordaba sus nombres.
Se acabó nuestra hora de almuerzo y volvimos a nuestras clases habituales, nuevamente me encontraba en mi salón, rodeado de mis compañeros que estaban todos platicando a la vez como era costumbre, el profesor no llegaba aun, miré alrededor, allí estaba aquella chica del autobús, al lado mío un asiento más atrás que yo justo a mi lado izquierdo, soplaba el vapor de su aliento en sus anteojos y los limpiaba con su blusa mientras los demás utilizaban sus móviles o platicaban con sus amigos, ella seguía limpiando sus antojos, como si fuera lo único que pudiese hacer, yo solo miraba a mi alrededor, para intentar familiarizarme con los diferentes rostros del salón y ninguna cara me resultaba familiar aún, a dos o tres chicos les había visto un par de veces en el mercado o tal vez en algún otro lugar, pero no sabía sus nombres.
Miré al lado mío, un asiento atrás del mío y vi a aquella chica, me estaba mirando y giró su mirada al percibir la mía, detuve mi vista de nuevo en ella por unos segundos
, para ver si volvía a mirarme nuevamente, pensé "si gira su cabeza para verme significa que ella me está viendo fijamente" . Así fué, sin retirar mis ojos de su imagen pude ver el momento en que ella puso su mirada nuevamente sobre mí, yo solo lancé una leve sonrisa, motivado por el sonrojo, ella solo bajó la mirada repentinamente.
En eso entró un profesor, era muy joven, de unos 33 años y vestía muy elegante con una barba estilo hipster y unos anteojos redondos de marco negro, se presentó ante nosotros y dijo llamarse Jefferson Simonetti y él sería nuestro profesor de historia, era muy agradable, tenía un comportamiento muy juvenil, muy risueño, como si de un adolescente se tratase.
De pronto, al momento en que él se presentaba una chica en la fila de en medio en la primera banca le preguntó si era soltero esto me pareció un momento cómico, su compañera al lado izquierdo echó a reír, el profesor se puso colorado y empezamos a reír levemente el salón entero.
El profesor se rascó la cabeza intentando calmar su incomodidad del momento y se dirigió hacia la pizarra donde escribió la fecha para luego darse la media vuelta y respondió a la pregunta de aquella muchacha y dijo que era casado para luego dar lugar a un pequeño discurso un tanto raro, inesperado y algo cómico.
—¿Cómo te llamas? — Le preguntó a aquella muchacha sosteniendo sus anteojos.
Aquella muchacha giró la cabeza hacia ambos lados como queriendo averiguar a quién le hablaba el profesor.
—Me llamo Carla—
Dijo entre risas.
—Bueno, Carla.— Prosiguió el profesor.
—Me temo que me está prohibido involucrarme sentimentalmente con mis alumnas y más si estas son menores de edad, aunque gracias por el halago, de verdad me halagas, creo que me puse poquito rojo, el ser guapo; todo un galán, no significa que sea un hombre fácil—.
Reímos un poco al escuchar esa respuesta, avivando así la risa anterior.
—Sé que soy un joven muy apuesto pero chicas... Soy casado y cien porciento fiel a mi amada esposa,
tendrán que contener sus ímpetus—.
Todos comenzaron a reír, jamás pensé que el profesor tuviera esa química con sus alumnos, pero me agradó su actitud, normalmente todos los docentes, o la mayoría de ellos son serios y no les importa en lo más mínimo tener lazos amistosos con sus alumnos y mucho menos se atreverían a bromear con ellos, pero este profesor era diferente, ojalá y hubiera más como él.