Ahogué un grito contra mis manos. Una pequeña criatura estaba en mi cama y noté que tenía unas grandes orejas, parecidas a las de un murciélago, y unos ojos verdes y saltones del tamaño de pelotas de tenis. En aquel mismo instante, tuve la certeza de que aquella cosa era lo que me había estado vigilando por la mañana desde el seto del jardín.
No parecía peligrosa pero dado del mundo donde venía, no podía fiarme.
La criatura y yo nos quedamos mirando uno al otro, y escuché la voz de Dudley proveniente del recibidor.
— ¿Me permiten sus abrigos, señor y señora Mason?
Aquel pequeño ser se levantó de la cama e hizo una reverencia tan profunda que tocó la alfombra con la punta de su larga y afilada nariz. Me di cuenta de que iba vestido con lo que parecía un almohadón viejo con agujeros para sacar los brazos y las piernas.
—Esto..., hola —saludé, azorada.
—Alyssa Potter —dijo la criatura con una voz tan aguda que estaba segura de que se había oído en el piso de abajo—, hace mucho tiempo que Dobby quería conocerle, señorita... Es un gran honor...
—Gra-gracias —respondí, avanzado pegada a la pared. Alcancé la silla del escritorio y me senté lentamente. A mi lado estaba Hedwig, dormida en su gran jaula. Quise preguntarle « ¿Qué eres tú?», pero pensé que sonaría demasiado grosera.
— ¿Quién eres tú?
—Dobby, señorita. Dobby a secas. Dobby, el elfo doméstico —contestó la criatura.
— ¿De verdad? —solté una risa nerviosa—. Bueno, no quisiera ser descortés, pero no me conviene precisamente ahora recibir en mi dormitorio a un elfo doméstico.
Mis tíos definitivamente me matarán por esto.
De la sala de estar llegaban las risitas falsas de tía Petunia. El elfo bajó la cabeza.
—Estoy encantada de conocerte —me apresuré a decir temiendo herir sus sentimientos—. A mi familia no le agradan mucho… las sorpresas. Pero, en fin, ¿has venido por algún motivo en especial?
—Sí, señorita —contestó Dobby con franqueza—. Dobby ha venido a decirle, señorita..., no es fácil, señorita... Dobby se pregunta por dónde empezar...
—Por favor, siéntate —ofrecí educadamente, señalando la cama.
Para mi consternación, el elfo rompió a llorar, y además, ruidosamente.
— ¡Sen-sentarme! —gimió—. Nunca, nunca en mi vida...
Me pareció oír que en el piso de abajo hablaban entrecortadamente.
—Lo siento —murmuré levantando las manos en gesto consolador—, no quise ofenderte.
— ¡Ofender a Dobby! —repuso el elfo con voz disgustada—. A Dobby ningún mago y bruja le había pedido nunca que se sentara..., como si fuera un igual.
Me llevé los dedos hacia los labios y le indiqué a Dobby un lugar en la cama, y el elfo se sentó hipando. Parecía un muñeco grande y muy feo. Por fin consiguió reprimirse y se quedó con los ojos fijos en mi, mirándome con una enfermiza devoción.
—Se ve que no has conocido a muchos magos y brujas educados —sonreí, intentando animarle.
Dobby negó con la cabeza. A continuación, sin previo aviso, se levantó y se puso a darse golpes con la cabeza contra la ventana.
—¡Dobby malo! ¡Dobby malo!
Solté un bufido.
—No... ¿Qué estás haciendo? —Me acerqué al elfo de un salto y tiré de él hasta devolverlo a la cama. Hedwig se acababa de despertar dando un fortísimo chillido y se puso a batir las alas furiosamente contra las barras de la jaula.
—¡Silencio, Hedwig! —ordené en voz baja.
—Dobby tenía que castigarse, señorita —explicó el elfo, que se había quedado un poco bizco—. Dobby ha estado a punto de hablar mal de su familia, señorita.
Dejé escapar el aire de mis pulmones y miré al elfo, todavía consternada.
— ¿Tu familia?
—La familia de magos a la que sirve Dobby, señorita. Dobby es un elfo doméstico, destinado a servir en una casa y a una familia para siempre.
— ¿Y saben que está aquí? —pregunté con curiosidad.
Dobby se estremeció.
—No, no, señorita, no... Dobby tendría que castigarse muy severamente por haber venido a verle, señorita. Tendría que aplastarse las orejas en la puerta del horno, si llegaran a enterarse.
Me crucé de brazos mientras lo contemplaba con cautela.
—Pero ¿no advertirán que te has lastimado las orejas en la puerta del horno?
—Dobby lo duda, señorita. Dobby siempre se está castigando por algún motivo, señorita. Lo dejan de mi cuenta, señorita. A veces me recuerdan que tengo que someterme a algún castigo adicional.
Era difícil entender a Dobby. Su vida era miserable al lado de esa familia y aun así se quedaba con aquellas personas que lo maltrataban. Supongo que se parecía a mi.
—Pero ¿por qué no los abandonas? ¿Por qué no huyes?
—Un elfo doméstico sólo puede ser libertado por su familia, señorita. Y la familia nunca pondrá en libertad a Dobby... Dobby servirá a la familia hasta el día que muera, señorita.
Lo miré fijamente y sentí pena por él.
—Y yo que me consideraba desgraciada por tener que pasar otras cuatro semanas aquí —murmuré mirando mi alrededor—. Lo que me cuentas hace que los Dursley parezcan incluso humanos. ¿Y nadie puede ayudarte? ¿Puedo hacer algo por ti?
Casi al instante, deseé no haber dicho nada. Dobby se deshizo de nuevo en gemidos de gratitud.
—Por favor —susurré desesperada—, por favor, no hagas ruido. Si los Dursley te oyen, si se enteran de que estás aquí...
Tío Vernon me asesinaría y tiraría mi cuerpo al mar pero conociéndolo, me haría algo mucho peor.
—Alyssa Potter pregunta si puede ayudar a Dobby... Dobby estaba al tanto de su grandeza, señorita, pero no conocía su bondad...
Sentí el calor inundar mis mejillas.
—Sea lo que fuere lo que has oído sobre mi grandeza, no son más que mentiras. Ni siquiera soy la primera de la clase en Hogwarts, es Hermione, ella...
Pero me detuve enseguida, porque me dolía pensar en Hermione.
—Alyssa Potter es humilde y modesta —dijo Dobby, respetuoso. Le resplandecían los ojos grandes y redondos—. Alyssa Potter no habla de su triunfo sobre El-que-no-debe-ser-nombrado.
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Editado: 28.10.2019