Alzheimer y otros cuentos

Alzheimer

Luego de abrir los ojos, Felipe observó a su alrededor un conjunto de equipos médicos que hacían extraños ruidos, que podrían indicarse así:

- Pi...pi...pi...pi.

De frente a la cama donde guarda lugar, divisó un espejo colocado en la pared. A primera instancia, fijándose en su rostro como un niño que empieza a descubrirse, exclamó con un cierto desagrado al notar su abultada barba y su melena color plata.

- ¡Qué barba más ridícula y qué cabello más emblanquecido! ¡¿Obra de quién?! - mientras se tocaba a lo largo de toda su barbilla.

Entrando por la puerta que se hallaba a su derecha, una mujer de cierta y alcanzada edad, respondía con voz solloza aquel estruendo armado por el mismo.

- ¡La que siempre has tenido, esposo mío! - dijo y se acercó a la cama, colocando su mano sobre la de él -. La barba que arreglabas con mucho amor cada día frente al espejo.

Los ojos de aquella mujer se llenaban de lagrimas con cada palabra, y Félipe, aún sin entender la situación, guardaba lugar en la cómoda y confortable cama, con expresión de extrañeza fusionada con asombro. No lograba comprender el llanto y la desesperación de aquella dama, que en el fondo de esta historia es su esposa de hace muchos años, pero para él, no era mas que una desconocida. Ella en el afán de un reconocimiento comenzó a acariciar la mano de forma amorosa y con gran nostalgia.

- ¿Aún no reconoces a tu señora, amor mío? - expresó con gran desilusión - ¿Aún no te percatas por qué guardas lugar en esta cama? ¿En este cuarto del hospital?

El hombre de singular barba, con gran desconcierto, no lograba entender las preguntas de aquella señora que le seguía resultando desconocida, y retirando la mano que era acariciada, se acomodó al espaldar de la cama y observó con detenimiento cada rasgo de la señora.

- Lo...siento, señora - dijo entrecortado - no sé quien es usted - y mirándose en el espejo, continuó - yo ni siquiera sé quien soy .

La mujer gravemente herida por el acto, como un puñal que atraviesa un corazón, salió desconsolada a pura prisa y llanto por la puerta. Felipe, aun desconcertado, con muchas dudas de quien era y que fue de él, continuaba mirándose en el espejo pero esta vez en la profundidad de sus pupilas coronadas con un azul cielo. Sentía fuerte lazos de un pasado vivido pero inhóspito en su memoria. Aquella señora que vio salir en un mar de lágrimas, a pesar de serle desconocida, le parecía ser muy familiar, sin embargo, nunca logro reconocerla ni en lo más mínimo.

La habitación de aquel hospital le era pequeña para su gusto pero ¿para que fijarse en algo tan poco significativo? Quizás es porque algo volvía, quizás sus gustos amenos, pero seria algo improbable porque el propio no lograba reconocerse asimismo. Observando nuevamente el entorno, halló un letrero entre tantos adornos en una de las paredes, que podría leerse:

- "El peor castigo que podría imponerle la naturaleza a un ser, es perder la memoria, y con ello, los recuerdos más positivos y memorables de una vida finita" - anónimo.

El de la barba abultada y los cabellos de plata, nunca volvió a recuperar lo que fue y a expensas de conocer su diagnóstico y de que era tratado por padecer "Mal de Alzheimer", no acepto haber tenido una vida pasada. Cada día fue un infierno.

***



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En el texto hay: cuentos cortos

Editado: 02.07.2021

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