El sonido de la alarma martillea mi cerebro cansado. Mi estómago también está un poco resentido, tengo ganas de vomitar. Al parecer esta es la parte mala de los CubaLibres. El alcohol con Cola es malo para el estómago, anotado.
—¡Apágala!—se queja Georgina a mi lado y me golpea con una almohada. No recuerdo a qué hora subió a dormir anoche.
Alargo mi mano y apago la maldita alarma. Las ocho y media, no he dormido lo suficiente. Bajo las escaleras para ir a la cocina y encuentro a Estela cocinando, el simple olor incrementa mis ganas de vomitar.
—¡Buenos días, Cami! ¿Tortitas?—me acerca el plato y retengo una arcada.
—Tranquila Estela, no tengo hambre.
No acabo de aprender en una vida frecuentando esta casa, que a Estela no se le miente. Siempre lo sabe todo.
—Las resacas son lo peor. Por eso siempre les digo que no beban tanto. Bebe agua fría, anda. Prepararé mi batido anti-resaca.
No se qué es, pero solo oír su nombre revuelve mi estómago, suena horrible. Agarro un poco de agua bien fría de la nevera y bebo, es refrescante y mi estómago irritado lo agradece. Estela agarra un huevo y lo echa crudo en la batidora, le añade un poco de espinacas y echa agua, pero no demasiada. El líquido toma una asquerosa coloración verde, su textura es pastosa y espesa. Lo vierte en un vaso de cristal y me lo pasa.
—Vamos—me ordena.
Se para enfrente de mí, sin intenciones de moverse hasta que no haya terminado. Me tapo la nariz y me lo bebo hasta la mitad. Paro un momento y ella alza las cejas.
—Todo—insiste con una sonrisa.
¡Joder, que asco! Vuelvo a tapar mi nariz y me tomo el resto haciendo un esfuerzo sobrehumano por no vomitar aquí mismo.
—Perfecto, dile a Georgina que el suyo la espera. Si tú estás así, ella debe estar peor.
Subo las escaleras y entro a la habitación. Antes de despertarla me cambio de ropa y me peino. Entro al cuarto de baño y cepillo mis dientes intentando eliminar el horrible sabor de mi boca. Me miro al espejo y tapo el reflejo con la mano, estoy fatal, las ojeras llegan hasta mi cuello. Decido despertarla cuando vuelvo a la habitación, ya ha dormido bastante.
—Georgina—la llamo sentándome a su lado. Ni siquiera se mueve, está roncando—¡Georgieeeee!—sacudo su cuerpo adormilado con mi mano y por fin despierta frunciendo el ceño.
—¡Paraaaaa!—me golpea la mano y pone una almohada en su rostro.
—Te espera un delicioso batido anti-resaca—le informo con entusiasmo fingido.
—Ay, no—lloriquea.
—¿Cómo estás?
Se quita la almohada del rostro y se sienta en la cama. Su cara lo dice todo. Ojeras peores que las mías, el pelo enmarañado y las comisuras de la boca hacia abajo.
—¿Qué crees?—pregunta con voz gastada.
—Bebiste demasiado.
—No más que Dean—pasa las manos por sus ojos para despertarse más.
—Ese sí estaba fatal—agarro mi mochila y me pongo de pie.
—Oye, hablando de Dean. Anoche te veías molesta luego de salir con él, ¿Qué pasó?
Se refiere al momento en que Orso hizo su comentario inapropiado. No quiero contarle acerca de eso todavía. Estábamos todos muy bebidos, se la dejaré pasar esta vez, pero no le quitaré los ojos de encima.
—Nada.
—Camille—me llama con ese tono que utiliza cuando no me cree nada. Suspiro dándome por vencida. Tengo que contarle algo o no va a parar.
—Anoche Dean me dijo que aún me amaba.
—¡Vaya! Creí que ya lo había superado.
—No ha superado nada. Estaba llorando, muy mal.
—Bueno, ya está grandecito, se le pasará.
Tiene razón. No puedo castigarme toda la vida o sentirme mal por Dean. Las cosas simplemente no salieron bien, debe afrontarlo.
—Me marcho. Ya te llamaré.
—Vale—responde con un bostezo y se vuelve a lanzar hacia atrás en la cama.
...
La casa está vacía y me encanta la paz y el silencio que me espera. Agarro mi móvil para llamar a mi madre y me dejo caer en el sofá. Nugget se me sube encima, me extraña mucho cuando paso la noche fuera.
—Cami, no llamaste anoche—me regaña y cierro los ojos con fuerzas.
—Lo olvidé mamá, llegué muy cansada. ¿Cómo está la cafetería hoy?
—Es un buen día , pero vamos a cerrar un poco más temprano por la noche de juegos. ¿Ya estás en casa?
¡Mierda! La noche de juegos, qué pereza.
—Sí, acabo de llegar.
—Pues limpia un poco y saca los juegos del armario.
—Vale.
Cuelgo y miro el techo de la sala de estar en una crisis existencial. No tengo los más mínimos deseos de jugar esta noche, pero no puedo decirle que no a papá. En el fondo es muy familiar y le encantan estas cosas. Me pongo a trabajar. Limpio todo el apartamento en tiempo récord y saco las cajas de juegos del armario. Casi me ahogo con el polvo que desprendían, hace años no se usan. Cuando estoy a punto de echarme una siesta, recibo una notificación.
Dean: Lo siento por anoche, no sé que me pasó, el alcohol, supongo ¿Amigos?
Esperaba que no recordara nada, esperaba que el alcohol le nublara el recuerdo para evitarme esta charla. No puede seguir creyendo que lo dejé por no quererlo, no puede seguir culpándome toda la vida.
Yo: Amigos. Pero Dean, ¿seguro que todo está bien?
Dean: Claro, ¿por qué no iba a estarlo?
Yo: No sé... siento que me guardas rencor.
Dean: No es cierto.
Quizá debería dejarlo todo así, esperar a que se le pase, ignorarlo. Pero no, ya va siendo hora de decirnos algunas verdades.
Yo: No puedo seguir aceptando que digas que no te quiero. Aunque no lo digas siempre, sé que me culpas.
Dean: Cami, ya basta, no tenemos por qué hacer esto.
Yo: Sí, claro que tenemos. Necesito que seas sincero conmigo sobre lo que piensas.
Dean: Vale ¿quieres que sea sincero? Seré sincero. Creo que no lo intentaste lo suficiente, creo que te dejaste llevar por lo superficial y no pensaste en nosotros o nuestra relación.