Sabía que las resacas eran malas, pero nunca había tenido una tan horrible como esta. Despierto en la habitación de Adriano. Él está dormido a mi lado y un dolor de cabeza terrible me hace quejarme. A pesar de eso, me tomo mi tiempo para observarlo dormir.
Está tan pacífico, tan hermoso. Sus pestañas largas descansan en sus mejillas, algunos rizos caen sobre su frente y expulsa el aire de su calmada respiración por sus labios entreabiertos. Solo está cubierto hasta las caderas con las sábanas blancas, lo que me permite observar su torso definido y blanco, con la tenue luz del sol interceptada por las cortinas sobre él.
¿Cómo llegué aquí?
Recuerdo el Bloncks, recuerdo música, bebida, bromas, baile. Pero no recuerdo una gran parte de la noche. Es un sentimiento horrible, no saber nada de lo ocurrido.
Intento no despertarlo y voy al cuarto de baño. Tengo puesta las bragas y una de sus camisas. Se siente muy cómodo usar su ropa, tener su olor sobre mí. Me miro al espejo, luzco fatal y me siento aún peor. Lavo mi rostro demacrado y cepillo mis dientes, intentando subir mi ánimo. Cuando regreso a la habitación Adriano está despierto y sentado en la cama, pasando una mano por su cabello.
—Hey ¿cómo estás?—me pregunta adormilado y con voz ronca.
—Mmm... fatal.
Me lanzo a su lado en la cama, hundiendo mi cabeza en el colchón. Él besa mi nuca con ternura.
—Eso te pasa por beber tanto, no te había visto así.
—¿Soy una borracha llorona o graciosa?—le pregunto volteándome para mirarlo, una sonrisa baila en sus labios.
—Yo diría que eres una borracha... sentimental.
—¿Sentimental?—frunzo el ceño, eso me preocupa.
—¿No recuerdas nada?
—Recuerdo... haber bebido demasiado. Recuerdo bailar en la pista contigo. Lo demás es un espacio en blanco.
—Es una lástima que no recuerdes.
Ay, no. Ese rostro que utiliza me hace avergonzarme. ¿Qué hice? ¿Qué dije?
—¿Por qué? ¿Qué hice?—le pregunto y me coloco boca arriba en la cama.
—No hiciste nada, solo dijiste algo que me gustaría que recuerdes.
—Ay no, que vergüenza—tapo mi rostro con mis manos y él se sube encima de mí, mueve mis manos.
—No te avergüences, me gustó lo que escuché—le golpeo el hombro y él se ríe.
—Si no vas a contarme, deja de generar intriga.
—Lo siento.
Me hace cosquillas y me retuerzo bajo su peso, odio este tipo de torturas donde no puedo dejar de reír.
—¡Para!... ¡Adriano!...
De pronto una imagen de anoche, llega de manera rápida a mi cerebro:
Frente a mis ojos pasan luces, árboles y personas a un velocidad increíble, no tengo idea de dónde estoy, es como si flotara.
—¿Dónde... dónde estamos? ¿Estoy volando...?
—Vamos camino a casa, Cami.
Miro a mi lado y veo a Adriano conduciendo, ¿está más hermoso que de costumbre o solo es mi mente nublada por el alcohol?
—A casa... ¿a tu casa? Mmm... ¿para acostarnos juntos?—río sensualmente.
—No en tu estado, además... ya hicimos bastante por hoy—me mira y sonríe con complicidad, que guapo es, lo amo tanto.
—No quiero que te vayas—le suplico débilmente.
—No me iré a ninguna parte, amor.
—No me dejes otra vez—¿estoy llorando? el alcohol sí que me pone sensible.
—Debes saber que incluso aunque no esté contigo, siempre serás el amor de mi vida, Camille.
Adriano me deja de hacer cosquillas y besa mi frente con ternura.
—¿Estás bien?
—¿Tienes una pistola?—pregunto y él ríe con fuerza ante mi pregunta.
—¿Tan mal está?—solo asiento ante su pregunta.
Su boca se posa sobre la mía en un tierno beso que me hace suspirar.
—¿Podré hacerte sentir mejor?—me susurra en el oído y muerde el lóbulo de mi oreja con picardía.
—Creo que tú puedes hacerme sentir lo que quieras—suspiro con mi voz cargada de deseo, estoy a su merced.
No necesita más para atacar mi boca nuevamente para esta vez con ganas, sin detenerse. Su manos enormes se meten por debajo de mi camiseta, tocando mis pechos y apretando.
Un cosquilleo en mi vientre, me lleva a un estado de ensoñación en el que solo percibo el calor de su cuerpo semidesnudo sobre el mío. Me libera de la camisa, estamos piel con piel, pecho con pecho, fundidos mientras nos besamos y una sensación familiar e intensa se comienza a acumular en mi vientre.
—Adriano—gimo en su oído y paso mis uñas por su espalda, en un intento de acercarlo más contra mí.
—¿Qué quieres, Cami?—susurra mientras presiona sus caderas contra mí.
Envía descargas eléctricas a través de mis terminaciones nerviosas y todas se reúnen en un mismo punto muy al sur de mi cuerpo. Me arqueo y echo la cabeza atrás, lo que me hace sentir no es de este mundo, necesito más.
—A ti—respondo a duras penas, he perdido la capacidad de hablar.
Me besa otra vez y uso mis pies para bajarle los bóxers por el trasero. Él me ayuda y se deshace de ellos, para luego estirar la mano y agarrar un condón de la mesita de noche. Espero debajo de su cuerpo, mirando como se coloca el mismo con lentitud, haciéndome esperar.
Cuando tiene intenciones de colocarse otra vez encima de mí, me muevo, de tal modo que queda debajo y paso las manos por su pecho en una caricia. Él sonríe y me observa con los ojos cargados de sorpresa.
—¿Qué haces?—pregunta en un jadeo y me acerco a su rostro.
—Shhh...—murmuro contra su boca y lo beso pausadamente.
Me coloco sobre su regazo y bajo sobre su hombría despacio, muy despacio. Ambos gemimos de alivio al sentirnos. Enderezo mi columna y alzo mi cabeza hacia arriba, saboreando la sensación. Él alarga su mano y acaricia mi cuello en el acto, mientras la otra aprieta mi espalda baja contra él.
—Te he echado de menos—murmura con admiración mientras su sola mirada me devora.
Comienzo a moverme, arriba y abajo. Él sube las caderas cuando yo bajo, hasta que agarramos el ritmo. Poco a poco, con cada embestida, me elevo, deseando que llegue el momento de la caída. Adriano no ha dejado de mirarme mientras estoy sobre él, moviendo mis caderas en busca de mi propio placer. Cuando la sensación en mi vientre llega a su punto clímax, ambos nos convulsionamos y estallamos de placer.