No me lo puedo creer.
Pero es cierto... lo estoy mirando, sentada en mi cama. Leo y releo el mensaje, una y otra vez. Adriano está terminando conmigo, por mensaje. No, no... algo no está bien. Adriano no puede ser tan cobarde como para dejarme así. Antes de pensarlo estoy llamándolo, no contesta... genial. Insisto, no la tendrá tan fácil, debe dar la cara.
—¿Sí?—contesta rápido y cortante, como si no quisiera hablar.
—¿Qué pasa?
—¿A qué te refieres?—se hace el desentendido, cada vez suena menos como mi chico.
—Sabes muy bien a qué me refiero. Tu último mensaje... ¿lo decías en serio?
Pasan unos segundos de silencio, segundo en lo que solo escucho su respiración.
—Sí, lo decía en serio—mi corazón se rompe un poco con sus palabras.
—¿Qué cambió?—pregunto en voz baja.
—No entiendo la pregunta.
—Fuiste tú quien me hiciste creer que esto funcionaría, que podíamos contra todo. Así que... ¿Qué cambió?—reitero con un hilo de voz.
—Solo me di cuenta de que no podía aguantarlo más.
—¿No podías aguantar qué?—pregunto alzando un poco la voz.
—¡La distancia! No quiero una relación en la que sólo pueda ver a mi pareja una vez al mes, no es tan difícil de entender—se está alterando, lo que no hace más que enardecer mi propio enojo.
—¡Y te diste cuenta de eso, ¿cuándo?! ¿Antes o después de ilusionarme? No recuerdo haberte escuchado contarme esto hoy en la mañana.
—¡Me di cuenta desde la primera semana! ¡Esto no es lo que quiero para mí!—grita y yo abro mi boca con una risa irónica.
—¿O sea que lo sabes hace tiempo? Y vienes aquí, a visitarme, proclamando tu amor, haciéndome creer que todo está bien, ¡¿Siendo todo mentira?!—también estoy gritando y lágrimas de rabia corren por mis mejillas.
—¡No! Fui a visitarte para decírtelo en persona, pero no encontré el momento.
—¡¿El momento?! El momento pudo haber sido cualquiera, Adriano. ¡Eres un maldito cobarde!
—En el fondo sabes que tengo razón. Esto es lo mejor... para los dos. Lo hago por ti.
—¡No! No te atrevas a jugar al héroe diciendo que lo haces por mí. Lo haces por ti, porque eres un cobarde y un mentiroso.
—Puedes pensar lo que quieras, eso no cambia el hecho de que lo nuestro terminó.
Lo repite otra vez y mi corazón se quiebra aún más. Seco las lágrimas de mis ojos y suspiro con fuerza. Siempre he sido una chica fuerte, así que por mucho que me destroce escuchar esto, no perderé mi dignidad ante un hombre, no le suplicaré, no me voy a denigrar. Si es lo que quiere, lo tendrá.
—¿Sabes qué? Tienes razón, es lo mejor. No quiero verte más—le digo más calmada, me asombro de mi propia frialdad.
—No tendrás que hacerlo, no iré más a Francia. Respecto a tu cuadro, creo que ya puedes terminarlo por tí sola.
Ese comentario, como si se tratara de un negocio que estuviera cerrando, hace que pierda la poca paciencia que había logrado adquirir.
—¡Vete a la mierda!—le grito despacio, pronunciando cada palabra marcadamente.
Sin darle tiempo a responder, cuelgo y lanzo el celular hacia la cama. Este rebota y cae al suelo pero me da igual en este momento. Me siento en la cama y miro el suelo, repasando la conversación que acabo de tener una y otra vez.
¿De verdad pasó? ¿Lo he imaginado? No parece real, pero lo ha sido. Las lágrimas corren silenciosas por mis mejillas. Siento una opresión terrible en el pecho. Agarro mi almohada y la abrazo con fuerza, mientras descargo mi energía gritando en ella.
La puerta de mi habitación se abre y mi madre entra con cautela. Se sienta a mi lado y pone mi cabeza en su hombro mientras me acaricia el pelo.
—¿Qué pasó, cariño?—me pregunta.
—Adriano, me ha dejado—le digo con las mejillas empapadas y un nudo enorme en la garganta.
Mamá me acuna, como cuando era pequeña y tenía pesadillas. Solo que ahora no soy una niña y esto... esto es pero que una pesadilla.
...
Las calles de Lyon son muy movidas los sábados en la mañana. Decidí ejercitarme un poco, haciendo footing por las calles, necesitaba el aire fresco. Necesitaba la sangre fluir a esta velocidad por mis venas, mi corazón latiendo como si fuera a explotar, liberando la energía y el dolor acumulado. Suena Imagine Dragons en mis audífonos y siento que vuelo en otro planeta.
Llego a la casa después de culminar mi recorrido y me quedo pasmada al ver a Dean en mi puerta. Al verme contiene la respiración y mete su manos en los bolsillos, está nervioso. Me quito los audífonos despacio.
—Hey—murmura mirando al suelo, sin sostenerme la mirada.
—Hey—le saludo de la misma manera, hay tensión entre los dos, está más que claro.
—¿Podemos hablar?—me pide con un hilo de voz, como si no estuviera seguro de qué responderé.
—Sí claro.
Diciendo esto, paso por su lado y abro la puerta del apartamento. Una vez dentro, dejo las llaves en la mesita de café y él se queda de pie en el umbral de la puerta.
—Siéntate—le indico y se acerca al sofá antes de dejarse caer.
Me quito la sudadera, pues está empapada de tanta carrera. Voy a la cocina y me bebo un vaso de agua. Saco un cigarrillo y lo enciendo. Desde anoche... cuando ocurrió lo de Adriano, me preocupa la cantidad de cigarrillos que he fumado en un intento de descargar mi ansiedad. Me uno a Dean en la sala de estar, tomo asiento en la butaca frente a él.
¿Qué buscará aquí?
Dejó muy claro que no quiere saber de mí, lo demostró al ignorarme y ni siquiera preguntar por mí en estos pocos meses que han pasado desde la enorme pelea.
—Es bueno verte—le digo con sinceridad y doy una calada a mi cigarrillo, dejando que el humo inunde mis pulmones.
—Lo mismo digo—responde con voz dulce.
—¿A qué viniste, Dean?—lo presiono para que diga su motivo real y expulso el humo por la boca.