Amada por los Dioses: La maldición de la Luna

La Princesa del Olimpo.

Narrador omnisciente.

Monte Olimpo.

A.C.

La princesa del Olimpo

Esa noche en particular ocurrió un gran suceso. Este obligó –a amar ciegamente como castigó– a aquellos que habían olvidado lo que su tarea, la razon de us existencia. En el Olimpo se encontraban todos y cada uno de los Dioses, personificaciones, ninfas, y toda criatura que pudieras imaginar. Estos con el fin de celebrar. Era invierno. Por ello el Señor de los Muertos vendría al Olimpo.

La madre ancestral de toda la vida. Quería probar a sus descendientes y a todos en su entorno. Quería darles una lección sin saber que se le iría de las manos. 

Irene, como siempre iba atrasada, al pie de su hogar, había algo, más que un algo era un alguien. Envuelta en una manta se encontró con una pequeña de apenas unos días de haber nacido. 

Esta se encontraba dormida, era una humana. Pero con un aura de poder, prometía grandeza, estaba impregnada de inocencia. Era la primera vez que Irene veía un bebé. Tan pequeña, frágil, indefensa. Algo había en esa niña que logró que de inmediato la Divinidad decidiese llevarla con ella. Sentir un aura un tanto similar a la propia. 

La paz y la riqueza en persona tomó a la pequeña en brazos.

Al tenerla en brazos se juró proteger a esa mortal, de cualquiera que tuviera intenciones de dañarla. Y con la bebé en brazos fue a casa. En esta todos reunidos celebraban, se encontraban muy entretenidos conversando. Les pareció extraño ver a Irene entrar con un bulto en brazos. 

Y como si de un imán y metal se tratara se acercaron a Irene sin decir una palabra mostró al Señor de los Rayos lo que se encontró. Los presentes al igual que él quedaron embelesados con la bebé, su aura tan pura e inocente. Algo cálido se extendía por todo su alrededor.

La calidez que emanaba la pequeña, hizo que el mismísimo Hades, Señor de los Muertos. Quedará impresionado con la mortal. Y las Diosas no se quedaron atrás. Al ver tal criaturita, no se resistieron a ella. 

Esa niña sería su perdición. Ninguno de ellos. Había pensado en querer tanto algo aparte de sí mismos. 

Esa noche marcó un antes y un después. Desde los Dioses hasta los más temidos monstruos se encantaron con la bebé. La llamaron La Princesa de los Dioses.

Se enamoraron de la pequeña y negándose a alejarse de la mortal. Por turnos se quedaban con la bebé. 

Hades quien solía ser frío hasta con su esposa, se dejó envolver por la calidez de la mortal entre ellos había una conexión tan fuerte que el mismísimo Zeus se negó a dejar que saliera del Olimpo. Nadie tenía ojos para más nada que su pequeña princesa.

Selene, no podía despegarse de ella.

Zeus la mimaba, incluso le quería más que a sus propias hijas.

Con el tiempo conoció a más y más Deidades. 

Encantándolos con su sonrisa siendo tan solo una recién nacida.

Le dieron por nombre

Dysis, Hades decidió que fuera su nombre porque ella era su luz, Helios podría ser el sol de los humanos, pero Dysis era el sol de Hades. 

Hades fue el primero en otorgarle un don. Negándose a la idea de que algún día moriría, de solo pensarlo una opresión en el pecho se hacía presente. Tener que ver su alma vagar en su reino el resto de la eternidad, no podría soportar aquello.

Le regalo la inmortalidad.

Siendo tan solo un bebé, le aseguro la vida eterna desde el instante en que noto que era humana. 

Zeus, el mismo copio la acción de su hermano mayor e igual que Hades le otorgó alas ¿ Y por qué no? Rayos como los suyos. Daría descargas a todo aquel que intentara lastimarla y volar libremente; él velará por su seguridad viéndola volar desde su reino. Dentro de muchas lunas cuando la dejé salir.

Poseidón, otorgó la habilidad de controlar los mares, todo ser que viviera en sus dominios no podían negarle nada, la habilidad de la equitación los caballos la trataron como reina desde que notaron su sola presencia y de ser necesario de rodillas estarían. 

Hestia, prosperidad al tener familia. La calma en los momentos necesarios.

Hera. La elegancia de un pavo real y secretamente la fidelidad del que fuera su esposo.

Deméter, la protección de la naturaleza. La fertilidad, donde ella pasara crecería una flor, una rosa azul, por el amor que le profesaba a Dysis y a su hija Persefone.

El siguiente fue Apolo, sin importar como se lastimara la herida se curará sola sin dejar cicatriz alguna en su piel tan blanca como la nieve misma. La luz, ella daría luz a los que ya no creen. Hacer que otros solo dijeran la verdad en su presencia se les imposibilitaba mentir cerca de ella. El don del saber, ella podría ver el futuro. Y como no, el arte también correría por sus venas, el talento de cualquier cosa que ella quisiera ser.

Irene, al ser la primera en verla, no quería nada le faltara. Le dio la riqueza eterna, sin importar donde estuviera nada le faltaría.




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