Junmyeon había permanecido lejos de su hogar por días, desconfiado de la... la... cosa que había invadido su santuario interior, el naufragio en el que vivía. A Junmyeon le gustaba su nave, no tan bien como a él le había gustado la cálida arena brillante, de las aguas poco profundas, pero estaba oscuro y silencioso y seguro dentro de los huesos metálicos de su pequeña casa bajo el agua. Lo que es más importante, él podía dormir en paz. Ninguno de los grandes depredadores que se alimentaban de la carne suave, impotente de la Gente Marina podía llegar dentro de los pequeños ojos de buey.
No había mucha Gente Marina sobrante. Ninguna de hecho, que Junmyeon conociese, aunque estaba seguro de que más podrían estar por ahí, si pudiera encontrarlos. El océano era un lugar muy, muy grande.
Después de que su abuelo había fallecido, él se había quedado solo. Había mirado por los demás, a lo largo y ancho, cruzando muchas brazas y buscando en todos los arrecifes, pero en lo que Junmyeon podría decir, era el último.
Había estado solo durante un largo, largo tiempo.
Junmyeon se había emocionado el día en que encontró los restos del naufragio. Estaba lleno de artefactos humanos interesantes. Junmyeon estaba fascinado por el mundo de los humanos, incluso tanto como tenía miedo de él. El barco era pequeño, pero en sus paredes oscuras, podía descansar y sentirse seguro. Era solamente suyo, al menos lo había sido hasta que la 'cosa' llegó. Un día llegó a casa y estaba justo... allí, comportándose como si siempre hubiese estado ahí, como sí perteneciera allí. Cosa que no hizo. Junmyeon había sido terriblemente ofendido por la invasión no deseada. Esta era su casa y eso era un intruso.
Había intentado transmitir eso a la cosa, pero ésta sólo le había parpadeado con una serie de luces brillantes, cegándolo temporalmente. Ahora el joven tritón desconfiaba de ella.
Él echó un vistazo alrededor de la esquina otra vez y frunció el ceño airadamente al extraño, brillante animal. No se había movido un poco, no desde su primer encuentro. Había estado observándolo durante horas. No parecía estar vivo y, sin embargo, cuando Junmyeon se movía, había un solo ojo negro en el interior que se movía con él, adelante y atrás, adelante y atrás mientras Junmyeon agitaba la mano.
¿Qué ERA eso?
Se acercó cautelosamente y lo espantó con sus manos, tratando de asustarlo. No se movió. Ni un poco. Junmyeon bufó furiosamente y se cruzó de brazos. Él lo golpeó con su cola, pero era muy duro y pesado y lo único que logró hacer fue magullar su pobre cola.
Por último, su curiosidad anuló su miedo y cólera. Junmyeon se inclinó y golpeó suavemente en el lado de ésta con la mano, presionando su oreja contra ella. Sonaba graciosa y hueca por dentro. Como una concha, pero diferente. ¿Era una especie de marisco muy grande? Él inclinó la cabeza hacia un lado, rascándose la sien con un dedo e inconscientemente curvando su cola brillante alrededor de ella así ella estaría mejor iluminada. Había cosas diminutas afiladas unidas a sus lados. Él suponía que ellas iban hacerla desagradable para los depredadores. Cómo Junmyeon a menudo deseó haber tenido algo por el estilo. Quizás estaba muerto y se había arrastrado aquí para morir. Pero de alguna manera Junmyeon no lo creía. Ese pequeño ojo se mantenía en movimiento en el interior, mirándolo fijamente. No se perdía un solo movimiento que hacía. A pesar de que lo vigilaba, ésta no hacía nada más que sentarse allí. La empujó para ver si podía moverla, pero no sirvió de nada, ella era demasiado pesada para que él la transportara. Junmyeon supuso que estaba pegado con ésta por ahora.
Después de un rato, el chico se olvidó de eso y pasó su vida como de costumbre. Eso se sentó en la esquina y no hizo nada excepto mirarlo mientras él revoloteaba dentro y fuera de la nave felizmente, ocasionalmente trayendo de vuelta pequeñas cosas que había encontrado. Eran sus tesoros; bonitas conchas y trozos de vidrio de color suavizados por el mar y todo lo relacionado con los humanos como botellas y latas y divertidas envolturas arrugadas. Junmyeon no sabía por qué los seres humanos las echaban en el mar. A él le gustaban por sus colores y las recogía para que los otros animales no se las coman accidentalmente y se enfermen.
Aparte de sus tesoros, Junmyeon también acumulaba alimentos. La comida era preciosa aquí abajo, en las profundidades. No había muchos peces, lo cual era bueno porque no había muchos depredadores tampoco. Por lo tanto, Junmyeon tuvo que ir a la superficie de vez en cuando para cazar. Él capturaría peces, preferiblemente con vida, en las redes y los traería de vuelta al barco para comer a su gusto. También reunía grandes manojos de algas que haría durar justo tanto como pudiera. No le gustaba ir a la superficie. Tenía miedo de eso ahora, debido a la gente. Su abuelo había estado en lo cierto acerca de ellos, todo el tiempo.
Un día, Junmyeon había salido a la superficie y se encontró atrapado en una red de pesca al igual que su abuelo siempre había predicho. Su abuelo le había salvado, lo cortó libre justo a tiempo, pero no antes de tomar una de sus lanzas en su costado. Él murió. Y todo había sido culpa de Junmyeon.
La bonita cola de Junmyeon todavía tenía algunas tenues cicatrices desde donde las líneas afiladas habían arrancado su delicada carne. Él sabía que se las merecía, pero no le gustaba mirarlas porque le recordaban a aquel terrible día.
Era tan frío aquí y muy solitario.
Pensó en el hombre de ojos dorados más de lo que quería admitir.
Anhelaba desesperadamente sentir la calidez de su tacto en la piel, sólo una vez más. Pero eso había sido hace mucho tiempo, el hombre de ojos dorados probablemente se había olvidado por completo de él por ahora. Una pequeña lágrima cayó de su ojo y cayó a través del agua mientras se convertía en una perla. Otras se unieron a ella hasta que Junmyeon se metió de lleno en su escondrijo bajo un viejo escritorio empujado contra la pared y se quedó dormido bajo la vigilante mirada de su extraño metálico compañero de piso.