Octavio volaba lo más rápido que le permitían sus alas. Cubierto por su propia niebla, daba la impresión de que solo era otra nube más en el cielo.
- No importa cuántos sean. Me desharé de ellos.
Por su parte, dentro del bolsillo del joven, Camila procuraba darse algo de calor. La altura hacía sus efectos; el frío comenzaba a colarse por la abertura de la chaqueta, por lo que la muchacha trataba de hacerse ovillo como podía.
- Desde que empecé a hablar con Octavio, he estado haciendo cosas que nunca antes había hecho… Creo que la locura se ha apoderado en parte de mí.
En medio de sus pensamientos, alcanzaba a oír un sonido particular: los latidos del corazón de Octavio.
- Esos latidos… Ese ritmo… Es relajante. Tal vez debería dormir un poco. O al menos descansar un poco, si el frío me lo permite.
Así como Octavio había experimentado cambios en su personalidad gracias a Camila, ella también los percibía en sí misma. Como se dijo en su cabeza, estaba haciendo cosas que nunca se imaginó, como perseguir al mago para conocerlo o acompañarlo en la misión de rescate. El lazo entre ambos se hacía más fuerte, aunque todavía había algunas cosas que debían conversar.
Como el mago había pensado, el lugar en el que se encontraba Isidora era una fábrica abandonada, al parecer, hacía mucho tiempo. Dándose ánimos, Octavio derribó la puerta con un hechizo e irrumpió en el lugar.
- Muy bien, ya estoy aquí. Muéstrense.
- Joven Octavio, debería tratar mejor a sus sirvientes.
Varas se dejó ver a una distancia lejana.
- Conque eres tú, Varas. Responde dos cosas: cuántos te acompañan y dónde está la chica.
- Responderé primero la segunda pregunta: su amiga está aquí.
Una cuerda de luz comenzó a descender tras varas. Colgada por las muñecas estaba Isidora, amordazada y casi inconsciente.
- Debería elegir mejor sus amistades, joven Octavio. De preferencia gente de nuestra clase.
- Lo que haga o deje de hacer no te importa. Ya no soy su arma.
- Pronto se dará cuenta de su error. Ah, por cierto, en cuanto a su otra pregunta, pues…
Octavio se distrajo por su charla con Varas y no notó que Goya y Zulueta se ubicaban uno a cada lado. Sin previo aviso, ambos lanzaron anillos de luz para inmovilizarlo, pero el estudiante de medicina logró destruirlos antes de que lo aprisionaran.
- Necesitarán algo más que eso para vencerme.
- Y tenemos ese algo.
- ¿Cómo?
Antes de poder reaccionar siquiera, el joven Rain sintió cómo un objeto metálico se incrustaba en su espalda.
- ¡Agh!
El objeto en cuestión era un cuchillo que Goya logró encajarle aprovechando la distracción creada por los aros de luz. Octavio cayó de rodillas, debilitado y con el cuerpo como piedra.
- ¿Qué… me hiciste? –preguntó con un tono quejumbroso.
- Tranquilo, señor. Este no es un cuchillo normal, así que no morirá.
Dentro del bolsillo, Camila escuchaba todo. Había sentido cómo Octavio caía, y por el diálogo entre este y Goya, se dio cuenta de que las cosas iban mal. Poniéndose de pie en aquel pequeño espacio de tela, la chica intentó asomarse para ver qué pasaba. Alcanzó a distinguir un lugar sucio y a una figura humana lejos de ella, aunque claramente se notaba que era un hombre. Luego miró a cada lado y vio a dos extraños, uno joven, Zulueta, y otro más duro, Goya. Finalmente, echó un vistazo arriba y vio a su amigo con una expresión de cansancio.
- ¡Octavio!
- Ya veo… Es uno de esos cuchillos –dijo él con una sonrisa torcida. No había escuchado el agudo grito de Camila.
- Así es, joven Octavio. Como usted seguramente ya notó, este es un anulador de magia. No daña su cuerpo tanto como sus poderes.
- … Bastardo.
- Eso no es todo, señor. Tendrá que usar estos; no queremos que nos ataque de repente, ¿no? –dijo Zulueta agitando en sus manos unos grilletes.
- ¡Tengo que hacer algo!
Camila pensaba en qué hacer para ayudar a Octavio. El problema era que no tenía los medios para combatir contra tres magos, en especial considerando el tamaño que tenía en ese momento.