Ser el centro de atención no te convierte en la estrella. Esa era una frase que a Frida le había quedado muy en claro.
Frida se encontraba rodeada de personas y de miradas recriminatorias, sus pequeños cuerpos formaban un círculo que intentaba aplastarla poco a poco.
En medio de la multitud, la valentía de Alice crecía y sin titubear dejó escapar sus palabras:
—No te quiero cerca de mí. Nunca más —mencionó con desprecio mientras los demás se dedicaban a observar y a seguir el paso de su amiga.
Para Frida, Alice había reprobado su mayor prueba. Se sentía decepcionada y traicionada por su mejor amiga. Aún así, le costaba aceptar las palabras que Alice le dedicaba y, por un instante, creyó que era efecto del enojo. Por ello, decidió restarle importancia a las palabras de su mejor amiga y esperar a que las emociones disminuyeran.
—No importa. Estoy segura de que mañana me hablarás. Y si no lo haces... tampoco me interesa —No dio ni una explicación más.
Frida consideraba a Alice como su mejor amiga y Alice la consideraba a ella como la suya. Por tal motivo, Frida se preguntaba: 《¿por qué no podría aceptarme y quererme si supone que los seres queridos estaban para amarte y no debían cuestionarte nada?》
La seguridad que le daba el vínculo que las unía, le permitió enfrentar la situación con altiveza e ignoraba los comentarios de los otros niños y ahuyentaba a otros con su mirada y su presencia al caminar.
Y si Alice no la aceptaba, si Alice no le volvía a hablar, Frida la descartaría como un ser querido, ya que su mejor amiga estaría rechazando su forma de ser y eso significaría que no la amaba por quién era.
Frida abandonó a Alice y se marchó del lugar. Esperaba obtener la respuesta definitiva de Alice más tarde, cuando sus sentimientos encontraran tranquilidad y su cabeza serenidad.
Ese día, Frida hizo algo muy opuesto a lo que normalmente hacía: sus quejas y murmullos, que siempre guardaba en silencio, encontraron familiaridad en el vínculo de su hermana Ains y, sin miedo a hacer juzgada por su propia sangre, contó lo sucedido con Alice.
—Pero eso es algo grave, Frida —expresó Ains un poco aterrorizada por la narración de su hermana —. Alice ha sido una buena amiga y persona contigo.
Frida ignoró la preocupación de su hermana por Alice y, para reafirmar su forma de pensar, se aferró más al asiento del bus.
—Alice no me comprende, debería hacerlo. Simplemente soy así, ¿es tan difícil de entender? Es como que te diga a ti, Ainslyn, que dejes de tener ojos claros. Es algo que es tuyo y no puedes cambiar. Pero es muy probable que mañana me hable.
Los labios de Ains intentaron moverse. Sin embargo, un suspiro cansado cortó su iniciativa, y el incómodo movimiento del auto bus, les avisó a ambas de su llegada.
Ains amaba a su hermana y sentía el deber de cuidarla. Pero, en muchas ocasiones, no sabía cómo realizar ese trabajo.
Así que, con una frase a interpretaciones del oyente, la hermana mayor decidió finalizar la conversación con Frida:
—No lo sé, Frida, deberías pensarlo mejor.
Esa frase no desmoronó la seguridad de Frida y, con su típica actitud de tener la razón, dijo:
—Estoy casi segura de que mañana me hablará, tiene que... Si no..., no importa.
Frida intentó perseguir a su hermana para continuar con la conversación; pero con pasos cortos y hábiles ella marcó la distancia y puso un límite al acercamiento. De esta forma, llegó mas rapido hacia la puerta. Pero luego de tanto luchar por acortar la distancia con su hermana, Frida lo logró, pues la puerta detuvo el avance de Ains; pero la llegada de Martha significó la salvación para la hermana mayor, ya que no deseaba hablar más sobre el mismo tema.
—¡Hola, niñas! —saludó la madre muy alegre y las acogió a ambas con sus brazos.
Como de costumbre, Martha preguntó a ambas niña sobre las actividades de su día. De forma cronológica, solo omitiendo la conversación con Frida, Ains le contó todo a su madre. Frida aprendió, casi al instante, de la forma de hablar de su hermana y mencionó todo, menos el altercado con Alice. Y para no permitir cuestionamientos, la pequeña contratacó al interés de su madre con un par de preguntas:
—¿Dónde está papá? ¿Por qué no pasó por nosotras hoy?
Martha, que siempre trataba de dar lo mejor de sí misma, se rascó la cabeza y, para la defensa de su esposo, confesó:
—Él está con Lilith. Lamento mucho no poder haber ido a recogerlas, pero no se siente muy bien. Creo que le ha dado gripa.
Sin importarle la respuesta de Martha, Frida, con pisadas suaves, se adentró más en su casa. Sintió que Ainslyn la seguía, pero con mucho silencio, su hermana mayor buscaba pasar desapercibida.
A la mañana siguiente, el sol se ocultó en medio del gris de las nubes. No obstante, la suave luz del cielo fue capaz de avisar sobre la llegada de un nuevo día, así que, como un grupo de actores que repetían la escena una y otra vez, todos en la casa King tomaron su rol matutino y cumplieron con sus que haceres.
Esa mañana, el distanciamiento de Ains y su hermana disminuyó y durante el viaje hacia la escuela, la pequeña solicitó la compañía de su hermana Frida. Frida fue incapaz de negarse a la petición de Ains y le entregó un gran momento de seguridad, donde ambas pudieron hablar con confianza, momento que su hermana aprovechó para darle consejos y estudiar cada información que salía de la boca de Frida.
Al llegar a la escuela, Ains, con la cordialidad y diplomacia de todo un político, se despidió de Frida y de nuevo, las dos recorrieron caminos diferentes. Frida consideraba que, desde la niñez, los caminos de su hermana mayor y ella solo tenían un punto de encuentro, y luego, tenían que separarse.
Al ingresar al salón de clase, las cuatros paredes, debido al clima, la recibieron con poca comodidad. Las miradas de sus compañeros, que solo se atrevían a mirar su espalda, al ver el rostro de Frida se refugiaban en la cobardía y se disipaban en segundos.