I
Amanda cosía una muñeca. Su cuarto, algo oscuro, aún se encontraba en penumbras.
Antes que sonara el primer "noc" en la puerta, Amanda ya lo había escuchado miles de veces desde que se había levantado, a las cinco de la mañana. Este era el momento esperado: el primer golpe de nudillos en la puerta del cuarto, seguidos fielmente por otros dos golpecillos que le confirmaban que su nieto había llegado.
Se incorporó de la silla rápidamente, con una sonrisa plena, esa mueca que también había esperado ese preciso momento para aparecer. Se incorporó pero no con esa pesadez temblorosa de una anciana de 85 años, sino con una determinada gracia natural que dejaba ver en ella la energía que irradiaba de sus ojos, su sonrisa que despertaba al día. Será por estos atributos particulares que distinguía a Amanda de cualquier adulto mayor. Será por eso que ella misma dirigía las clases de baile de esa casa de asilo, donde ella vivía. Energía y encanto, cualidades innatas de Amanda.
Dejó la muñeca en la cama, y con su cuerpo apenas doblado hacia delante pero de andar preciso se dirigió hacia la entrada. Su bastón aún esperaba en el borde de la mesita de noche.
Su nieto había llegado, y con él su bisnieta, y con ella: la felicidad. Abrió la puerta y allí estaban, como un feliz y armonioso portarretratos familiar. Hubo un momento, casi imperceptible, en que Amanda notó a Fabián y su hija Celeste como bordeados por el marco de la puerta. Sí, era el portarretratos perfecto. Caras sonrientes y gritos de alegría por parte de los tres, todo en un solo momento.
"¡M’ijito querido, cómo te va!", llorisqueó Amanda y tendió un abrazo que no encontraba una dirección precisa. ¿A la bisnieta o al nieto? No importa, un brazo para cada uno. Y fue así que formaron una escalerita diagonal: El nieto que se agachaba para besar a Amanda y ésta que se agachaba para besar a Celeste. "¿Qué tal Amanda?", balbuceó Fabián, ahorcado por el brazo de su abuela y tropezando las sílabas. "¡Hooola, abue!", gritó Celeste. Luego de continuos saludos, besos y tropiezos en el marco de la puerta, Fabián ingresó a la habitación, siempre sonriendo, esperando luego que su hija termine de saludar a su bisabuela, aunque Celeste siempre la llamaba "abue", mientras Fabián intercalaba “Amanda” y “abuela”.
"¡Pero como creciste, mi nietita!", dijo Amanda al tiempo que besuqueaba nuevamente a Celeste. Ésta, siempre sonriendo, se desprendió tiernamente de ella y también se adelantó al interior de la habitación. Al percatarse de la muñeca se tiró sobre ella. "¡Otra muñeca más, abue! ¿La hiciste para mí?". "Sí, como siempre". "¡Pero ya tengo un montón, gracias!", y la abraza de nuevo. "¿A qué hora llegaron?", preguntó Amanda a su nieto que se entretenía mirando varias muñecas diseminadas por la habitación. "Hace un rato. El vuelo tuvo un retraso en San Pablo", le contestó, mientras Amanda lo miraba fascinada. Fabián le explicó luego la demora en el aeropuerto de Asunción debido a un inconveniente con unos de los pasajeros, quien aparentemente tuvo problemas con su visa. Celeste jugaba con varias muñecas con sus siete años que bullían como campanitas. "Bueno, pero deben estar cansados. Por qué no salimos un rato a tomar un helado y me cuentan cuánto extrañaron a nuestro país". "¡Sí, abue, vamos a tomar un helado!", dijo Celeste. Fue en ese preciso momento cuando se presentó la enfermera en la entrada del cuarto. De incólume uniforme blanco, esperaba firme sosteniendo toallas perfectamente dobladas y con mirada altiva. Al verla, Amanda se apresuró para presentarle sus visitas. "Mirá, querida, ellos son mi nieto Fabián y mi nietita Celeste. ¿No son hermosos?". La enfermera pasó al lado de ellos y ni siquiera los miró. "Propio de ella", pensó Amanda. La profesional dejó las toallas en la cabecera de la cama y con una sonrisa se dirigió a la anciana. "Sí, Amanda, por fin vinieron a visitarte". Acto seguido se retiró del cuarto. Fabián y Celeste observaban desde un rincón. "Bueno, no le hagan caso. ¡Vamos a tomar ese helado!" "¡Sí, abue, vamos!", aprobó entusiasmada Celeste. Amanda buscó su bastón al tiempo que Fabián la tomaba del brazo. Celeste se colgó del otro. Así, se dirigieron a la puerta y salieron. Ahora el cuadro marco de la misma puerta por donde entraron, visto de atrás, se componía por Fabián que en la izquierda llevaba el bastón y en la derecha a Amanda. Ésta, en el medio, agarraba con su derecha la mano de su nieta, quien a su vez, sostenía una muñeca de trapo.
Al pasar por el pasillo, todo el inquilinato de ancianos saludaba a Amanda y, ella, orgullosa presentaba a sus nietos. "Ella es Celeste, ¿no es hermosa?", "Sí, Amanda, es hermosísima", entonces los tres se hinchaban de orgullo. Y así salieron del asilo y se dirigieron a una heladería cercana caminando por una ciclovía, lentamente y conversando de todo. Celeste revoleaba su muñeca por el aire.