Yuu mantenía los ojos abiertos, destellando un brillo que no la bañaba en felicidad. Ella no era la clase de persona que se arrepentía de sus actos; nunca volvía a un error; sin embargo, por una única vez quería obtener el glorioso poder de retroceder el tiempo y cambiar los acontecimientos que perturbaban. Siempre se recriminaba con la misma frase: "Si en la adolescencia hubiera sido un poco más obediente, quizá mi madre no habría sufrido”.
La jovencita reprimió las lágrimas que luchaban por inundar sus mejillas, pretendía ser una entidad de titanio y jamás dejarse doblegar por el dolor. Quería olvidarse de las mentiras y volver a casa con su mamá y sus adorados tíos. Soñaba con abrazarla y decirle que la amaba. Lo que más deseaba era pedirle perdón por causarle un terrible pesar que no superaba. Mas no podía, no importaba su gran empeño por eliminar su rencor; ella no conseguía olvidar la mentira con la que vivió a cuestas.
Yuu pasó noches enteras intentado hallar la razón de su engaño. Tenía varias hipótesis y le atemorizaba estar cerca de la verdad; ya que sus ideas eran macabras. En lo más profundo de sí; sabía que conocer el por qué solo aumentaría el peso de su cruz.
Algunas noches pensaba: ¿Qué ganaré conociendo a mí padre biológico? Ya tenía un padre y no pensaba cambiarlo por nadie. Ese hombre sería un simple extraño. Y allí era donde surgía las demás preguntas amargas: ¿Por qué no era hija de Zhou Mi? ¿Por qué su madre le negó el derecho de conocer a su papá biológico?
—Basta, solo te estás haciendo daño —se dijo, cuando un dolor de cabeza exasperante la obligó a frenar sus pensamientos.
Quitando los cobertores de su pecho y tallando sus ojos almendrados; la chica de cabellos enredados bajó de la cama y se dispuso a iniciar su transformación de recién levantada para irse al trabajo. Al principio, creyó que sería sencillo abandonar su hogar; el tiempo la sacó de su error lanzándole un balde con agua fría. Resultaba complicado que una niña mimada e inservible para muchas labores domésticas viviera en una ciudad diferente a la suya. Con costumbres que le hacían enmarcar una ceja del estupor y horarios que no terminaban de acomodarse a su tiempo de sueño. Yuu era prácticamente europea, motivo por el cual no se desenvolvía bien en una sociedad que desconocía; aun así; hizo el mayor esfuerzo por adaptarse y después de dos meses, la decisión no parecía tan errada.
Extrañaba a sus tíos, pero por Heechul, quien juró no revelar su paradero; tenía noticias acerca de ellos. La promesa no era del todo necesaria porque según le informó, nadie la estaba buscando. Sí, resultaba imposible de creer: su madre y sus queridos tíos no movieron un dedo por encontrarla. Yuu tuvo que recoger del suelo los pedazos de su alma tras enterarse las palabras textuales que usó su madre cuando su mejor amigo le fue a preguntar dónde estaba: “No lo sé. Si esa niña abandonó esta casa fue porque encontró un mejor lugar para vivir”.
Yuu meneó la cabeza hasta eliminar todo lo que pudiera lastimarla, y estirando las manos, jaló ambas manijas de madera para abrir el armario color natural. Tras dar una inspección que duró unos segundos, sacó la primera falda tubo azul marina que encontró colgada en el perchero.
Ese día era muy importante para la empresa y los empleados debían ir bien vestidos según el protocolo. Yuu observó el lado contiguo del ropero y se halló en medio de infinidad de opciones para combinar la prenda elegida; y entre las blusas tomó una blanca con las mangas cortas; botones pequeños transparentes, que se escondía en medio de bobos laterales que le daban un aspecto acorde a su edad. Luego acomodar las prendas en su antebrazo, ella caminó a la cómoda colindante para sacar ropa interior de algodón. Una vez seleccionado un conjunto de lencería blanco; la pelirrubia fue por lo que terminaría de completar su atuendo. De la zapatera inferior, sacó sus tacones número cinco de diseño animal print, que eran el amor de su vida. Antes de encerrase en el baño durante la próxima media hora; la joven contempló el suave movimiento de las sábanas y el emerger de Urón, que despertaba de un plácido sueño.
—Buenos días —musitó acercando la mano y acariciando su cabeza peluda—. ¿Cómo estás? —preguntó sonriente. El animalito ladeó la cabeza y se puso en dos patitas—. Te daré de comer antes de irme. Ahora me bañaré —Yuu amaba demasiado a ese pequeño: sus ojos vivarachos y sus orejas elevadas conseguían quitarle mucho peso de encima. Urón era el recordatorio de lo feliz que fue meses antes de que Zhou Mi se fuera de su vida. No en la completa extensión de la palabra; ya que ellos nunca perdieron el contacto. Seguían tratándose como padre e hija.
En contra del tiempo que pensó invertir; Yuu salió de la ducha en menos de quince minutos. Con la toalla envuelta en el cuerpo y los cabellos chorreando gotas de agua fría a sus hombros y espalda; direccionó la mirada al reloj que reposaba encima del velador; descubriendo con horror que eran las 8:00 am. Un poco preocupada por la hora; Yuu secó su cuerpo y se puso la ropa escogida. Posando frente al espejo de cuerpo completo empotrado en una de las paredes; la jovencita terminó de secar sus cabellos y peinándose con suavidad, se amarró un moño alto que no dejaba ningún mechón fuera.
—Vámonos —Urón bajó de las cómodas sábanas y corrió a los brazos de su ama. Yuu se puso en cuclillas y lo cargó entre sus brazos para salir de la habitación a cumplir sus labores.
El departamento en el que Yūme tenía el agrado de vivir era hermoso a simple vista y mientras más lo observaba, más se maravillaba. Era el sitio indicado para tener una vida tranquila y con los lujos suficientes para presumir y no llegar a la altanería.
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Editado: 25.07.2021