—Es una niña, una niña, una niña…
Vestido con un elegante traje azul marino, Siwon meditó que no podía aventurarse a desearla de la forma perversa que empleó con otras mujeres, con las que mantuvo romances rápidos y que no dejaron huella.
—Una niña muy impertinente —reiteró la pequeña frase durante el tiempo que duró la canción que sonaba en el ambiente sofisticado del restaurante del hotel. Con nostalgia, rememoró las palabras exactas de su nada tímida confesión. Él apretó los puños mientras la rabia creaba un sendero en dirección a su temblante espíritu. No debía flaquear si anhelaba salir triunfante—. Le doblas la edad, maldito estúpido —se ofendió con tal de hallar la manera de arrepentirse de sus pensamientos—. Podrías ser su padre, pedazo de animal.
Angustiado por la encrucijada que lo acorralaba, levantó la copa de la barra y tomó el contenido de un golpe. La garganta comenzó a quemarle, fue por ello, que no logró terminar el licor.
—Veo que está bebiendo antes de que la fiesta de inicio, señor Choi —despreció su actitud que reflejaba su nula validez y no conforme con desdeñarlo, señaló su pequeño delito. El recién aparecido resguardaba en las manos una curiosa caja negra, que atesoró por más de veinte años, y que esa noche, al fin, dejaría libre lo que ocultaba con recelo—. Me parece ridículo y desconsiderado que haga eso, teniendo en cuenta que tendrá que cuidar a su acompañante —destacó el detalle que Siwon prefería omitir.
“¡Lo que faltaba, maldición!”, pensó un desilusionado Siwon, que se atragantó al ingerir los restos de vino.
—Es una copa —le restó importancia a su exagerada oposición. No era un niño que acatara reprimendas—, no me embriagaré con eso —respondió elevando el rostro, encontrarse frente al sujeto que le producía malas reacciones—. Soy muy resistente al alcohol —añadió al percibir las razones de su visible desconfianza.
Su modo de accionar le era inmaduro y nada acorde a su edad.
—Se le nota, señor Choi —expuso Tetsuhiro, dejando en la barra de bebidas la pequeña caja que Siwon observó con curiosidad.
Lo que más captó su atención fue el sello de la tapa, que parecía bañado en oro. El anciano decidió que lo más provechoso era prohibir el alcohol para su futuro socio. Lo necesitaba lúcido si no quería provocar un accidente garrafal. Sin ser invitado, el irlandés, se sentó al lado derecho y pidió una copa del vino que bebía su visitante.
—Siempre me he preguntado cómo un ejecutivo de su calaña puede aguantar estar soltero —indagó de improviso, ingiriendo su bebida recién servida, y haciendo que sin querer, Siwon fuera inmolado por la culpa, que no lo dejó dormir a lo largo de los años.
—Aprecio mi estilo de vivir y no me arrepiento de seguir sin una familia —Tetsuhiro ensanchó un ademán de sarcasmo en el que brillaba su enorme inteligencia, ya que su deducción le indicó que Choi Siwon no era feliz estando sin una pareja estable—. Me gusta la soledad…
Mintió con la clara determinación de no relatar que se sentía el incursor principal de la mierda de vida a la que su mejor amigo se enfrentaba a diario. Kyuhyun fue el autor directo de sus malas decisiones. Siwon, sin intención premedita, lo empujó al hoyo de la desesperación.
—Dudo que eso sea cierto —manifestó un irónico Tetsuhiro, agradeciéndole con una sonrisa fingida al bartend, la nueva bebida que le sirvió—. Nadie es feliz estando solo —ni siquiera el más sanguinario sonreía viendo su existencia disiparse sin la contemplación de nadie—, menos alguien que quiere tener un matrimonio —él analizó cada peculiaridad de la vida sentimental de Siwon, lo estudió a milímetro y no existía ningún secreto que desconociera—. ¿A qué le tiene miedo? —inquirió con las flamas de hielo encendidas en sus pupilas. Escudriñando el más pequeño rastro de vacilación por el cual pudiera impugnar una contestación.
—A nada, en lo absoluto —los ojos de su futuro socio le respondieron que no le creía—. Es sencillo, no he encontrado a la mujer con la que desearía casarme y dudo que a estas alturas, consiga hallarla —se encogió de hombros intentando ignorar el nombre que su mente relucía en enormes letras que perturbaban su cordura.
—A veces el amor puede encontrarse en los lugares menos pensados, señor Choi —concordó a los pensamientos que se arremolinaban hasta desligar una maraña de tristeza que le dieron paso al recuerdo de su difunda esposa—. Se lo digo por experiencia propia —sonrió—. No piense que cupido va a seleccionarle a su otra mitad como si se tratara de un romance más importante que el de la Bella y la Bestia…
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La tela se amoldaba a las curvas insinuantes de su provocativa figura. Aquel bello vestido azul de tiro alto, con encaje y pedrería en el pecho, le recordaba a uno que usó su madre al asistir a una fiesta junto a su padre. Era idéntico y ella lo sabía muy bien, ya que la época en que lo vio fue la primera vez que también atestiguó una discusión entre sus padres. Incluso, se sorprendía al traer a su memoria que Hiraku le dio una cachetada a su papá, y solo Dios sabía por qué. Parecía el mismo vestido por la semejanza en los detalles: era imposible, porque la textura de la tela y el aroma que desprendía solo podía ser el de una prenda recién comprada.
El presente arribó a su habitación a las cinco de la tarde, junto a una nota escrita en perfecta caligrafía, que indicaba que debía usarlo en su asistencia a la fiesta que su anfitrión brindaría en un salón exclusivo, cercano al hotel.
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Editado: 25.07.2021