Las pequeñas y sosegadas olas del mar resonaban con suma potencia al chocar contra el enorme peñasco, que adornaba el océano que él observaba sin determinación. El insufrible sujeto admiraba, desde el balcón del tercer piso del hotel donde se hospedaba, el ir y venir de la playa en una danza que no tendría un final apropiado. Con una copa de vino en las manos y un cigarro sostenido en los labios, él pensaba en lo mucho que odiaba esa isla. La aborrecía; sin embargo, era el único lugar en el que podía disfrutar estando cerca de la persona que más amaba.
Esa isla era profana por el simple motivo de albergar la unión más insana que conoció.
Tetsuhiro volteó la copa y vertió su contenido sobre la alfombra bajo sus pies. Ya vacía, la colocó en la pequeña mesa que adornaba su habitación. Hizo lo mismo con el cigarrillo, solo que este lo puso en un cenicero. Dejaría de hacerlo al menos por ese momento, ya que era consciente de que su costumbre enfermiza de beber y fumar deterioraba su salud, y no le era conveniente morir antes de tiempo.
El anciano, absorto en sus pensamientos, regresó a la realidad y les prestó atención a los pasos provenientes del pasillo cercano de la terraza, en la que él disfrutaba de sus vicios paganos.
No hubo saludos cordiales, únicamente un bombardeo interminable de preguntas que exigían una respuesta positiva, o de lo contrario, habría un castigo.
—¿El desequilibrado mental? ¿Dónde está?
Fue tajante como la navaja que guardaba en el bolsillo de su pantalón. Un arma memorable, que lo acompañaba a sol y a sombra, y así lograr defenderse de cualquier ataque no previsto por sus cuidadores. No necesitaba preámbulos largos e informes innecesarios. Quería palabras concisas y sustanciales que le dieran una idea de lo que debía hacer. No era una alternativa equivocarse otra vez.
—Muy lejos de aquí —dijo Yesung, haciendo un ademán con la mano, que señalaba los muchos kilómetros que los distanciaban desde el punto en el que se encontraban. Y aunque él hubiera tenido el propósito de hallarlos, lo más seguro es que no lo conseguiría—. Quizá esté en algún pueblito donde le sea más factible “ser feliz”. Ya sabe, es un desequilibrado mental —mencionó dándole la absoluta razón.
—¿El bastardo de mi hijo? —tras decir aquella frase, Tetsuhiro percibió el mismo hormigueo en su brazo izquierdo, que empeoraba con el pasó de los días.
Aquel signo de senectud mortificaba la cordura que lo mantenía al pie del resguardo de sus pensamientos radicales. Envejecía con premura y las posesiones que abalaban su innegable poder, no pausarían la fatalidad de los años.
—En Toulouse —contestó Yesung metiendo ambas manos en los bolsillos de sus pantalones negros. El hombre odiaba vestirse con formalidad estando en una isla paradisiaca; no obstante, acatar los caprichos de Tetsuhiro no era parte de la discusión.
—¿Y su perra faldera?
Odiaba a LeeTeuk porque causó que su perfecta torre de naipes perdiera la estabilidad y se destruyera con el lento soplido de sus tormentos.
—Junto a él —añadió dando unas cuantas pisadas hacia adelante. Yesung y su extraña costumbre de balancearse sobre las puntas de sus pies lo enervaba—. Sus objetivos están cumpliéndose justo como usted lo ordenó, señor. ¡Felicidades!
El hombre de canos cabellos soltó un suspiro agotado por el sarcasmo de su guardián. Detestaba que sus maquinaciones le salieran al pie de la letra. A él le gustaban los retos y su plan trazado con dos años de anticipación parecía demasiado sencillo, igual a ganar una partida de ajedrez.
—Y la niña ¿sigue tan caprichosa?
La pequeña monstruosidad de rubios cabellos era la heredera en la que podría confiar en su inminente lecho de muerte. Los demás, no le servían.
—Se encuentra en París, ella jamás sale de la cuidad, a menos que se trate de algún viaje de estudios. Su madre es muy sobreprotectora en ese aspecto.
—Nada de esto ocurriría si el bastardo ese hubiese buscado una mujer con la que procrear. Una prostituta que pariera un niño cualquier…. —gruñó cambiando el tema de conversación. El anciano agarró su costosa copa de cristal y la lanzó por el balcón—, pero no —se contestó multiplicando su enojo—. Él tenía que revolcarse con ese estúpido maricón y arruinarme. ¿Qué le ve a tirarse a un hombre? Es asqueroso.
Yesung se sorprendió sobremanera, era la primera vez que lo oía disgustado por la sexualidad de su hijo. Que Kangin y LeeTeuk mantuvieran una relación amorosa, era un secreto, pero no para Tetsuhiro; entonces ¿Por qué después de tantos años renegaba de ello?
—No lo comprendo, señor.
—Y es mejor que no lo hagas o de lo contrario tendría que matarte —Yesung dio un silbido por lo aterradora que le resultó su rebuscada amenaza. A lo que menos temía era a la muerte.
—Eso no suena alentador, menos para usted: se quedaría sin su guardaespaldas más capacitado —una de sus arrugadas manos viajó a sus labios y acalló las risas que morían por salir de su garganta. Yesung pecaba de irrespetuoso, mas no negaría su talento al hacerlo reír con sus ocurrencias.
La gracia se desvaneció en el abuelo sanguinario y retomó su parlamento al desencanto.
—Él no me sirve, a pesar de ser mi hijo, Kangin es una gran decepción —refunfuñó pletórico de rencor por el adolescente resuelto de odio que lo buscó con el fin de cobrar venganza—, yo no le tendría respeto a ese idiota. Mis hombres no confiarán en un líder que duerme con un marica —no negaría sus agallas de convertir una lágrima en un charco de sangre, pero sus gustos peculiares, le quitaban todo tipo de mérito—. El otro imbécil es un desequilibrado mental, que se llevará a la ruina lo que tanto me costó construir junto con otros hombres inteligentes —el desequilibrado mental, fue su primera opción; sin embargo, le avergonzaba admitirlo a viva voz.
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Editado: 25.07.2021