La vida siempre se tornaba maravillosamente despiadada ante el minúsculo afán de amar, entregando el alma como una deliciosa ofrenda y perdiendo todo de sí en cada beso otorgado con vehemencia, solo por contemplar una sonrisa trémula de tu otra mitad… ¡Cruel mundo!
Al menos, en sus pocos experimentados y efímeros diecinueve años, la jovencita que se quedaba despierta pensando en eventos que pudieron ser y jamás serían; se dio cuenta que tras trastabillar infinidad de veces durante su pequeño y áspero recorrido hacia la felicidad, alcanzó el entendimiento de esa apresurada conclusión que, sin duda, limitaba su existencia a nulos relámpagos musicales y sin mayor repercusión en su sistema, inmune a las pasiones desenfrenadas capaces de hacer que perdiera el dominio de su ser. Perdió la inocencia de sus manos, como pétalos de rosas que vuelan con el lento soplido del viento. Abandonó las fantasías de la princesa encantada siendo rescatada de la torre más alta, y ahora se golpeaba con la cruda y necesaria realidad.
Los años eran implacables ante el más tenue rayo de esperanza y compasión detectado en la faz de la tierra. La belleza no radicaba en la duración corta, media o larga de los buenos momentos que se podían formar a partir de un acontecimiento. La hermosura y disfrute de la vida se hallaba en las batallas encarnizadas con la adversidad. Bajo esa luz perpetua de falsa austeridad que consumía el alma pura e inmaculada de los ingenuos.
La fugacidad de su existencia ya no era tan insignificante, no cuando la picardía de sus ojos chocolate florecía frente la llegada de la primavera, de cierta manera, Yuu y el mundo cuadriculado que la rodeaba, podían aseverar que consiguió madurar hasta saber que debía poner los pies sobre la tierra. No era un erudito dando consejo, tampoco emanaba sabiduría por donde caminaba: eran simple, por fin, conocía las diferencias que tenía un capricho a algo tangible y duradero.
Rememorando, con una nostalgia distante, la atropellada llegada que tuvo al poner un pie en Corea del Sur, Yuu sonrió mientras sacaba las fotocopias que su gruñón jefe le pidió llevar a su oficina cinco minutos antes. Trabajar dirigida bajo las órdenes de ese hombre era más sencillo de lo que pensó al principio, no era el espécimen demoniaco que imaginó en sus pesadillas espeluznantes. Le asustaba las reacciones coléricas que pudiera ejercer en su presencia, pero en los treinta y dos días que lo conocía más de cerca, no demostró ser la bestia salvaje que aparentaba frente a todo lo que tenía vida. La verdad era que atrapado en esa capa de hielo se escondía un ser amable y risueño que era fácil de comprender. En el mes que tenían como un equipo, lograron formar una relación de mutuo respeto y consideración, sobre todo, confianza.
Incluso, Kyuhyun, quien no era conocedor absoluto de la magnitud catastrófica de sus problemas familiares, se aventuró a aconsejarle entablar una charla apacible con su familia, de ese modo, solucionar cualquier conflicto que faltara limar. Yuu se mantuvo reacia en su posición de no dirigirle la palaba a su madre, nunca más. Aun así, si quería seguir con sus estudios, debía volver a Francia a recuperar sus papeles educativos.
Al finalizar la amena charla que tuvieron una semana anterior, Yuu optó por prepararse mentalmente y concretar el siguiente paso. Retornaría a casa, sí; no obstante, primero debía asimilar los pesares que todavía cargaba en sus hombros…
Dejando de pensar en las acciones del futuro, Yuu salió del ensueño cuando la última hoja fue duplicada, limpiándose los ojos con la manga de su blusa larga, la joven tomó los documentos y a paso apresurado, se dirigió a la oficina de su jefe.
—Señor Cho —anunció detallando brillos multicolor por las dos pupilas castañas que eran el centro de su cándido rostro, luciendo un gesto que meses antes no habría creído que podía dibujar, ya que se creía incapaz de mostrar su infinito sentimentalismo. Ella ingresó a la oficina llevando en los brazos los papeles que su nuevo jefe necesitaba revisar. Según tenía entendido, eran nuevos contratos con inversionistas alemanes—. Aquí están los documentos de las inversiones —dijo dejando las fotocopias encima del escritorio hecho un caos, en el que Kyuhyun trabajaba.
Los primeros días toparse con tanto desorden le origino un estrés severo, mas con el acontecer de las semanas, adquirió la habilidad de lidiar con ello.
—Kyuhyun —corrigió a Yuu, levantando la mirada de su pequeño ordenador donde tipiaba los escritos que derivaría a Siwon—, soy Kyuhyun, no me hagas sentir más viejo de lo que ya soy, por favor —la joven sonrió asistiendo a su petición de llamarlo señor. En ese tiempo, ella descubrió que él podía sonreír de genuina felicidad y de cierta manera, eso le causaba un cosquilleo en el corazón—. Por favor, tráeme un café. Siendo que en cualquier momento me voy a desmayar.
Las ojeras pronunciadas de Kyuhyun eran un precedente de su desvelo, que iba prologándose desde hacía tres días. En toda la noche no descansó por el trabajo exagerado que acumuló.
—En seguida, señor Cho —él la miró con desaprobación por su error garrafal—. Disculpe —dijo dándose golpecitos en la cabeza con el dedo índice—, en seguida le traigo su café, Kyuhyun —un sonriente jefe levantó el pulgar y aprobó su manera informal de hablarle.
Con la sonrisa plagando su rostro en el que gobernaba el color de la paz, Yuu salió de la oficina en dirección a la pequeña cafetería cercana a la recepción donde conseguiría el mayor vicio de Kyuhyun. Para su excelente fortuna, su jefe no era muy exigente en ese aspecto. Él podía tomar o comer cualquier cosa sin el temor de enfermarse y eso era un verdadero milagro.
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Editado: 25.07.2021