Hiraku suspiró pesadamente, rememorando una imagen enmarcada en un bello oro puro, plena de una felicidad fantasmal y vacía, tan distante como el infinito del infierno, que solo en sus más profundos y utópicos sueños traían de regreso la luz que alguna vez, bañó su destino. Denotando un severo mareo nublarle la visión, que hasta ese día se caracterizó por el brillo extinto del azul intenso de sus pupilas, ella estiró la mano hacia un camino del que nunca hallaría un retorno. Sin respirar, con una maraña de pensamientos disipando ideas descabelladas en su mente, giró la perilla para eliminar la barrera que los distanciaba.
Una mirada soslayada volvió a reanudar la unión que desde siempre lo mantenía cautivados. Las palabras sobraban en ese encuentro que no mermaba un sentimiento que seguía latente en su sistema, bullendo el odio y el rencor que anhelaba concebir en su alma.
Su corazón de porcelana, frágil por las innumerables erosiones provocadas durante las noches de llanto y en constante agonía por los sentimientos que afloraban gracias a ese hombre, se detuvo en un delirio insano que acabó con los pocos rastros de raciocinio que conservaba su interior, ya deshecho por la traición más mortífera que sufrió.
Sus afables ojos azules perdieron la escasa vida que le restaba a medida que comprobaba algo más allá de lo evidente... Sí, no estaba equivocada... Sus pupilas temblorosas no le fallaban... Sí, realmente del cuello de su ex amante colgaban las argollas de matrimonio que alguna vez se entregaron en el altar.
Y lo aborreció por no echar al olvido aquellas argollas que simbolizaban su grado de idiotez. ¿Por qué las conservaba todavía?
No obstante, no era el momento propicio para inferir los motivos que lo llevaban a conservar esos malditos anillos… no pensaría en eso, al menos por ese día.
—Puedes pasar —le indicó con un aliento fúnebre y colmada de inestabilidad emocional, saboreando una amargura insoportable en el paladar, que solo aumentó sus ganas de salir huyendo de su propia casa.
Resultaba ilógico plantearse el hecho de esconderse bajo tierra con tal proteger su integridad del sujeto que lejos de otorgarle calma, la intimidaba con su agobiante presencia. Sin darle un saludo correspondiente y señalándole la gran sala de una casa escasa de recuerdos que atormentaran su cordura, Hiraku se acomodó a un lado con dos propósitos: evitarlo el mayor tiempo que le fuese posible y darle un mayor espacio al ingresar.
—Gracias —respondió él, caminado e inspeccionando cada detalle del acogedor lugar, incluso el más mínimo le era importante de conocer. Ocultando la desesperación que absorbía la tranquilidad que le costaba atar a su modo cabal de actuar, se preguntó si tendría el temple suficiente para no caer en la tentación.
Una vez que él estuvo dentro de la morada, Hiraku cerró la puerta y se quedó un momento mirando hacia la madera, aguantando las ganas de darse de cabezazos contra esa superficie plana. Lo más lógico a pensar, es que todo el mundo la culpara de cometer el error de acudir en su ayuda. ¿Por qué llamarlo en situaciones de peligro? Se odiaba por esa debilidad, mas no podía dar marcha atrás, estaba terminantemente prohibido arrepentirse.
Mientras ella recuperaba el aliento y la claridad de sus pensamientos, él continuó observando el lugar que habitaba su exesposa. Tenía la esperanza de hallar familiaridades visibles, o quizá un tanto imperceptibles para un desconocido, con su antiguo hogar. Una única inspección le bastó para concluir que ambos lugares eran completamente diferentes. Tal parecía que ella utilizó los medios posibles para que no se notara semejanza alguna en las paredes.
Muy cerca de ellos, captando el estilo de su accionar, LeeTeuk se hundía en la más insondable rabia, que carcomía su existencia hasta dejarlo en el límite inhumano del cansancio. Con el cuerpo exhausto, él soltó un suspiro y admirando la escena desde una posición ventajosa, de la cual nadie podría denotarlo, él caviló si le resultaba conveniente intervenir con una minúscula acción que trasformara el rumbo obvio que tomaría esa charla. Le era fácil intuir que Yuu, quizá, no sería el centro del intercambio de palabras entre ellos dos, desarrollado con extrema dificultad. Le resultaría asequible poner un pie allí, intervenir en su diálogo. Además, entre remolinos de sonrisas, escondería con un excelente tino, que necesitaba matarlo.
Sí, porque eso era lo que ansiaba para poder alcanzar la felicidad; matarlo era la única razón de que siguiera haciendo cosas que ya no contaban con ningún valor para él.
Y pronto, la ira colosal, acumulada e incentivada durante una larga extensión de años, unida a los recuerdos penosos de lo sucedido con su querida amiga, lo instigaron a dar un paso hacia adelante. Prefería sufrir con una muerte gradual y dolorosa antes de contemplar como ella caía en el profundo pozo de la desesperación por culpa de una mala decisión.
La luz que iluminaba el recibidor, le cayó en el rostro, y antes de bajar el primer escalón, fue aprisionado por un par de brazos mucho más fuertes que los suyos, que no solo lo redujeron en segundos, sino que incluso, lograron hacer que un tempano de hielo como él, se estremeciera.
—Lo lamento —se disculpó su atractivo custodio—, no quiero que esto se vuelva costumbre entre los dos —LeeTeuk se mantuvo inmovilizado, con una mano firme, suave y de delicada piel apoyada en sus labios resecos—, yo tampoco estoy muy feliz de verlos juntos —resolló KangIn, evitando caer en la tentación de soltarlo para que corriera fuera de su agarre, así desataría el caos que no él se animaba a crear por su propia cuenta—; sin embargo, tienen que hablar como personas normales y solucionar los problemas que ninguno de los dos puede contener.