Amante de la muerte

CAPÍTULO 7: MEMORIAS.


 

Mía se encontraba sentada con una venda en sus ojos, el ambiente olía a café y a humedad, afuera comenzaba a llover, los minutos pasaban y podía sentir como otras personas se sentaban a su alrededor, también podía por de vez en cuando oír una rasposa tos de alguno de los oficiales que vio rondando la sala antes de que le pusieran la venda.

El detective Barroso ingresó a la sala, viendo a los supervivientes sentados en una ronda de sillas de madera, había cuatro lugares vacíos, el hombre dio una señal con su mano y los policías que los rodeaban les quitaron la venda en un segundo, al mismo tiempo, todos se miraron sorprendidos, una que otra mirada se llenó de lágrimas.

—Mia, Úrsula—Dijo Erica con voz quebrada, rompiendo el frío silencio.

El detective los miraba con mirada indescifrable, para luego caminar alrededor de ellos.

—Conocemos los inicios—Comenzó el detective—. Quienes son, qué hacen para ganarse la vida… sin embargo aquello no nos da indicios de lo que pasó aquella noche en la dystopie.

Todos recordaron al mismo tiempo la tarjeta de invitación, era color rosa pastel, venía dentro de un sobre blanco con un sello de cera con el icónico escudo del colegio superior Faustino, aquel escudo que dejó de verse desde finales del 2013.

Todos los presentes miraron llorar a aquel hombre que desconocían, Franco Nievas acababa de recordar a La Dystopie, había sido contratado de bartender para la fiesta, pudo recordar a cada uno de los presentes, incluso los asesinados.

—La mitad de sus compañeros murieron—prosiguió Barroso—. Ya todos se han enterado del terrible suceso, sin embargo ninguno logra recordar nada, ni cómo los mataron, que hicieron dentro y con qué fueron drogados… y si están aquí es porque muy en el fondo lo saben y deben recordar quien fue.

Los sobrevivientes se miraban entre ellos, uno a uno con temor, alguno que otro lloraba sin mover siquiera un músculo de su rostro.

—¿Faltan tres de nosotros, verdad?—Preguntó Lisandro.

—Hay tres lugares vacíos—Dijo nerviosa Erica, intentando cambiar de tema.

—¿Qué pasó con ellos?—Terció Mía.

El detective de detuvo, justo detrás de Lisandro, lo tomó de los hombros y se acercó a su oído.

—Las dueñas del salón, quienes deberían estar aquí...no aparecen—Dijo Barroso—.  Y dos de ustedes que lograron sobrevivir fueron secuestrados, tampoco podemos saber nada de ellos...aún.

—No recuerdo que las dueñas me contrataran

—Interrumpió Franco—. Usualmente me contestan los salones, pero recuerdo recibir un llamado la noche anterior a la fiesta.

—Valentino...—Suspiró Úrsula comenzando a llorar—. Perdón chicos, pero no hay otra manera… si tenían que recordar aquello que vivimos en el colegio en verdad lo siento, se que prometimos…

—¡Basta!—Gritó Lisandro levantándose—. Eso no tiene nada que ver con esto ¡No volveré a pasar cinco años en terapia por ese maldito hijo de puta!

Todos guardaron silencio ante aquel comentario, Lisandro no era aquel que solia decir lo que pensaba, por primera vez todos volvieron a traer a su mente a Valentino, aquel estudiante que había intentado asesinarlos seis años atrás, y aunque no habían olvidado aquello con la droga, pretendían no involucrar aquella situación en su presente, pues los había traumado de por vida.

El detective Barroso comenzó a reír mientras continuaba con su paseo alrededor de ellos, Lisandro se sentó con rabia.

—Puedes quedarte tranquilo, Lisandro—Mencionó Barroso—. Valentino murió hace un año, lo comprobé hace poco.

Mía abrió sus ojos con fuerza, comenzó a temblar mientras lloraba agitada, no podía comprenderlo, no pudo siquiera lograr decir una sola palabra, todo se convertía en un simple y pavido suspiro al salir de su boca.

—Tengo su expediente en mi poder—Prosiguió—. Incluido algo que por el momento no pienso enseñar, pero no tendré problema alguno de que conozcan...una vez que encuentre al culpable.

Su mirada recorrió a todos, uno a uno, mientras lloraban, se tapaban la boca o agarraban su cabeza con nerviosismo, pequeños fragmentos de su memoria volvían, procedentes de la noche la cual se bañó de sangre. Úrsula recordó besar a Francisco sobre las mesas del lugar, Francisco recordaba besar a alguien quien no lograba ver, Erica había logrado enredarse con el bartender en conjunto con Lisandro en los baños del bar, entre otros, Mía, recordaba cristales, muchos vidrios detallando sobre su rostro, y nervios que recorrían su espina dorsal.  Muchos recuerdos habían vuelto, la mitad guardó silencio, pocos de ellos querían contar sus vivencias durante la fiesta, pero tendrían que hacerlo, Barroso había movido una pieza importante en su juego de ajedrez, el caso estaba en un 60% concretado para el.

Mientras tanto, las hermanas, Paola y Verónica Alonso habían despertado en aquel sucio, húmedo y abandonado lugar, podían escuchar los pedidos de auxilio de Pablo a metros de ellas.

—¿Escuchaste?—Preguntó agitada Paola—. Hay alguien más aquí.

—Debe ser una trampa—Dudó Verónica.

—Ésta puede ser nuestra única oportunidad de salir de este lugar—Mencionó Paola—. Sólo tenemos que coordinar un poco.

—¿Cual es el plan?—suspiró.

Ambas estaban sentadas en sillas que se daban la espalda, con sus manos y pies atados.

—Es sencillo—Dijo Paola con seguridad, en su rostro habían lágrimas y sangre seca—. Nuestras manos están atadas entre si, la única manera en que podríamos liberarnos es empujando hacia adelante a la vez hasta lograrlo.

—Está bien, hagámoslo—Dijo Verónica suspirando.

~1~

(...)

~2~

(...)

—¡Tres!—Gritaron al unísono, impulsandose hacia adelante, el nudo flojo se desató gracias a ello, ambas cayeron raspandose el rostro con el sucio piso de aquella aula abandonada.

—¡Bien!—Dijo Paola aliviada mientras Veronica se desataba el nudo que había en sus pies.




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